Si tuviera que elegir un momento de mi
vida hubiese elegido mi infancia. Cuando eres niño no aprecias la
terrible verdad que se esconde en los altos y anchos muros de tu
vivienda. Ves caer la nieve como si fuera un acto mágico y redentor
de un Dios que no ves, pero que sabes que debe estar ahí. Especulas
siempre con la verdad, bondad y belleza. Crees sinceramente en los
sueños. Si bien, cuando te hacen crecer descubres que no hay dios
alguno y que la nieve es sólo un acto de la naturaleza.
Mi madre no comprende porque he
reconstruido este lugar. Es un enorme castillo en un pueblo que nunca
será turístico. Sin embargo, las vistas al campo y al bosque son
tan hermosas como las recordaba. Mis ojos crecieron contemplando cada
tozo de estos muros, saboreé el aroma del musgo y sentí el sudor en
mi frente cuando galopaba entre los árboles disparando contra las
distintas presas. Aún puedo escuchar las pezuñas de mis mastines
corretear por los pasillos, el ruido del bastón de mi padre, las
burlas crueles de mis hermanos y el lento pasar de las hojas de los
libros de mi madre. En este lugar tengo recuerdos agradables, pero
también aquellos que me hicieron lo que soy. Cuantas más tragedias
acontecen en tu vida, tragedias terribles que logras superar, más
fuerte eres.
Me he sentado tras escritorio de mi
habitación, he colocado las botas sobre el borde de la mesa y he
decidido contemplar cada una de las estrellas que bañan el cielo de
este lugar. Aún están terminando las obras, pero espero que
terminen pronto. Mi madre me ha visitado hoy y ha puesto el grito en
el cielo. Dice que malgasto mi dinero, mi tiempo y también mis
sueños. Cree que jamás seré feliz si tengo este lastre en mi vida,
pero ¿y si es necesario tener un monumento a mis recuerdos?
Necesito tener este lugar del mismo
modo que necesité en su día mantener en pie la capilla donde
permanecí tanto tiempo, el lugar donde escuché por primera vez
balbucear a la voz. Ese lugar es ya mítico. He logrado restaurar ese
lugar, ¿por qué no este? Todos merecemos segundas oportunidades,
incluso si eres tan sólo un castillo en ruinas perdido en el corazón
de Auvernia.
He podido pedir mis tierras como
descendiente legítimo. Si mis hermanos supieran lo que he acabado
siendo, las aventuras que he vivido, y que este muchacho pálido y
enclenque, según ellos, es sin duda alguna el héroe de gran parte
de la humanidad... se hubiesen retorcido de envidia, me hubiesen
negado la verdad y habrían huido despavoridos. Pero no lo hago como
venganza a sus patéticas almas, sino como una forma de hacer las
paces. Hago las paces con mi padre, que nunca me quiso, y con ellos,
que siempre me odiaron, porque no quiero cargar ese lastre. Creo que
llegó la hora de poner punto y final a mi pasado irguiendo algo tan
hermoso como este magnífico castillo.
Ayer nevó. Todo se cubrió de un manto
hermoso y blanco. No creo que Dios estuviese tras este fenómeno,
pero mi alma se sintió igual que la de aquel niño que miraba
asombrado las primeras nieves de su vida. Al menos, las primeras
nieves que pudiese recordar. Esas que trajeron cierta belleza a un
mundo en el cual la belleza no tenía lugar.
«El mundo puede ser magnífico, por
eso no hay que tener rencor hacia los recuerdos. Cada acto del pasado
nos hizo ser quienes somos. No hay que acumular odio, sino
lecciones.»
Lestat de Lioncourt
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