Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 25 de noviembre de 2014

La voz lo pedía

Arion y petronia no salieron en Prince Lestat, pero también sufrieron las consecuencias. Aquí un breve fragmento. 

Lestat de Lioncourt


Ese día no podré olvidarlo jamás. Está marcado a fuego en mis recuerdos. Una voz comenzó a balbucear. Primero fue torpe, después se comunicó de forma más coherente. En un principio pensé que era posiblemente un inmortal intentando mantener contacto, perdido y abrumado tras un largo sueño. Después me di cuenta que no era así. La voz surgía de mi interior y bramaba. Creí volverme loco. Sus ideas eran descabelladas. Si me mantuve coherente, firme ante la situación, fue por mi elaborado trabajo.

Crear camafeos y piezas de orfebrería, delicadas y únicas, me confiere cierta espiritualidad con mi trabajo y con una alta concentración. Cada detalle, que son ocasionalmente pequeños esbozos en un papel arrugado, es irrepetible. Petronia aprendió de mí. Mi habilidad quedó sumada a la suya y finalmente logramos conquistar el cuello de cientos de mujeres, así como sus manos enjoyadas y sus hermosas orejas. Si bien, no eran las únicas seducidas por la belleza de cada una de las piezas. Había hombres que compraban camafeos aunque no los lucieran, muchos lo usaban en pequeños gemelos y había varios que decidían exponerlos en vitrinas como verdaderas obras de arte.

Yo no cedí a la voz. Ni siquiera me importaba su insufrible zumbido. Llegué a no escucharla durante meses. Si bien, una noche tras abandonar mi despacho, con un suculento acuerdo entre mis manos, llegué a casa y encontré el desastre. Petronia perseguía a Manfred arrojándole los caros jarrones de china, los magníficos cuadros renacentistas que colgaban de las numerosas habitaciones y él sólo chillaba mi nombre. Los sirvientes habían huido espantados. Las discusiones se habían elevado en muchas ocasiones, pero jamás vi algo similar.

—¡Vas a morir! ¡Jamás debí crearte! ¡Morirás en mis manos! ¡Te drenaré y luego haré que combustiones!—exclamó Petronia.

De inmediato arrojé el maletín a un lado, me deshice del abrigo e intenté mediar. Corrí tras ella agarrándola de los brazos, pero se liberó con un fuerte empujón. Ella estaba usando todas sus fuerzas, así que decidí usar yo las mías.

—¡Quieta! ¡Pese a todo quieres a Manfred! ¡No le hagas daño!—grité escuchando los sollozos y lamentos de nuestro compañero.

—¡Aparta tus manos de mí!—dijo al notar que nuevamente la atenazaba, pero esta vez era un agarre casi imposible de soltar.

—¡Arion ayúdame!—decía con el rostro bañado en lágrimas sanguinolentas. Sus escasos cabellos canos estaban revueltos, la ropa estaba arrugada y rota, y sus ojos eran dos esferas de amargura. Tenía miedo. Creo que incluso temblaba.

—¡Él me lo pidió!—rugió apartándome de forma violenta. No fue sólo un empujón sino que también me pateó. Su furia era inmensa.

El empujón me había hecho caer sobre una vitrina. Los cristales se clavaban en mi espalda, nuca, rostro y manos. El ruido de cada uno penetrando en mi carne dura aún lo recuerdo. Sonaba a un cuchillo clavándose en un trozo de filete. La habitación se empapó de mi olor a sangre, la cual empapaba mi camisa de blanco algodón.

—¡Miente! ¡Yo no pedí eso!—recalcó Manfred.

—¡Tú no! ¡La voz! ¡Lo haré porque él me lo pidió!—su voz sonó distinta. Era como si dos seres hablasen a la vez.

Supe entonces que no había mayor remedio que atacarla. Me tiré sobre ella forcejeando y comencé a drenar sus venas hasta el borde de la muerte. El Loco nos miraba sin saber qué hacer, pero bastó una mirada mía para comprender que ya no podía vivir con nosotros. No de momento.

Los pasos ligeros de Manfred por el pasillo, sobre las losas de mármol blanco y negro, retumbaban en mi cabeza junto al fuerte corazón de Petronia. Estaba ejerciendo sobre ella todas mis fuerzas. Mis manos atenazaban sus muñecas hasta quebrarlas, sus delicadas manos de dedos largos parecían ceder a una muerte inminente. Su rostro, hermoso como siempre, dejó de tener un aspecto temible y se asemejaba más a una hermosa muñeca de porcelana. La camisa que llevaba, violácea, quedó manchada por mi sangre. Los cristales se enterraban más en mi cuerpo, las cicatrices ya eran más que evidentes. Sus ojos empezaron a tener un aspecto vidrioso, sin vida, y en ese momento supe que todo había pasado. Ella al fin se había calmado. Estaba completamente confusa por lo que había ocurrido, la tomé entre mis brazos y la pegué contra mí. Lloré amargamente mientras le ofrecía mi cuello y ella bebía de nuevo. La voz nos hablaba y era terrible. Recriminaba nuestra discusión y que, de ese modo, el Loco hubiese huido. Las noches siguientes fueron baños de sangre y fuego. Juntos matamos a cientos, cediendo ante la voz durante algunas noches, pero entonces la dejamos de oír nuevamente y decidimos hacer como si nada hubiese pasado.


Actualmente todo ha vuelto a la normalidad, pero el Loco no ha querido regresar. Teme que ocurra otra desgracia. Ella ha decidido apartarse unos días en el viejo santuario donde yacía noche tras noche en los viejos tiempos, cuando se cansaba tanto de mí como de discutir conmigo. En cuanto a mí he regresado a mi oficio y ruego que jamás suceda algo como aquello. No quiero volver a mancharme las manos de la sangre de mis iguales.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt