Arion y petronia no salieron en Prince Lestat, pero también sufrieron las consecuencias. Aquí un breve fragmento.
Lestat de Lioncourt
Ese día no podré olvidarlo jamás.
Está marcado a fuego en mis recuerdos. Una voz comenzó a balbucear.
Primero fue torpe, después se comunicó de forma más coherente. En
un principio pensé que era posiblemente un inmortal intentando
mantener contacto, perdido y abrumado tras un largo sueño. Después
me di cuenta que no era así. La voz surgía de mi interior y
bramaba. Creí volverme loco. Sus ideas eran descabelladas. Si me
mantuve coherente, firme ante la situación, fue por mi elaborado
trabajo.
Crear camafeos y piezas de orfebrería,
delicadas y únicas, me confiere cierta espiritualidad con mi trabajo
y con una alta concentración. Cada detalle, que son ocasionalmente
pequeños esbozos en un papel arrugado, es irrepetible. Petronia
aprendió de mí. Mi habilidad quedó sumada a la suya y finalmente
logramos conquistar el cuello de cientos de mujeres, así como sus
manos enjoyadas y sus hermosas orejas. Si bien, no eran las únicas
seducidas por la belleza de cada una de las piezas. Había hombres
que compraban camafeos aunque no los lucieran, muchos lo usaban en
pequeños gemelos y había varios que decidían exponerlos en
vitrinas como verdaderas obras de arte.
Yo no cedí a la voz. Ni siquiera me
importaba su insufrible zumbido. Llegué a no escucharla durante
meses. Si bien, una noche tras abandonar mi despacho, con un
suculento acuerdo entre mis manos, llegué a casa y encontré el
desastre. Petronia perseguía a Manfred arrojándole los caros
jarrones de china, los magníficos cuadros renacentistas que colgaban
de las numerosas habitaciones y él sólo chillaba mi nombre. Los
sirvientes habían huido espantados. Las discusiones se habían
elevado en muchas ocasiones, pero jamás vi algo similar.
—¡Vas a morir! ¡Jamás debí
crearte! ¡Morirás en mis manos! ¡Te drenaré y luego haré que
combustiones!—exclamó Petronia.
De inmediato arrojé el maletín a un
lado, me deshice del abrigo e intenté mediar. Corrí tras ella
agarrándola de los brazos, pero se liberó con un fuerte empujón.
Ella estaba usando todas sus fuerzas, así que decidí usar yo las
mías.
—¡Quieta! ¡Pese a todo quieres a
Manfred! ¡No le hagas daño!—grité escuchando los sollozos y
lamentos de nuestro compañero.
—¡Aparta tus manos de mí!—dijo al
notar que nuevamente la atenazaba, pero esta vez era un agarre casi
imposible de soltar.
—¡Arion ayúdame!—decía con el
rostro bañado en lágrimas sanguinolentas. Sus escasos cabellos
canos estaban revueltos, la ropa estaba arrugada y rota, y sus ojos
eran dos esferas de amargura. Tenía miedo. Creo que incluso
temblaba.
—¡Él me lo pidió!—rugió
apartándome de forma violenta. No fue sólo un empujón sino que
también me pateó. Su furia era inmensa.
El empujón me había hecho caer sobre
una vitrina. Los cristales se clavaban en mi espalda, nuca, rostro y
manos. El ruido de cada uno penetrando en mi carne dura aún lo
recuerdo. Sonaba a un cuchillo clavándose en un trozo de filete. La
habitación se empapó de mi olor a sangre, la cual empapaba mi
camisa de blanco algodón.
—¡Miente! ¡Yo no pedí eso!—recalcó
Manfred.
—¡Tú no! ¡La voz! ¡Lo haré
porque él me lo pidió!—su voz sonó distinta. Era como si dos
seres hablasen a la vez.
Supe entonces que no había mayor
remedio que atacarla. Me tiré sobre ella forcejeando y comencé a
drenar sus venas hasta el borde de la muerte. El Loco nos miraba sin
saber qué hacer, pero bastó una mirada mía para comprender que ya
no podía vivir con nosotros. No de momento.
Los pasos ligeros de Manfred por el
pasillo, sobre las losas de mármol blanco y negro, retumbaban en mi
cabeza junto al fuerte corazón de Petronia. Estaba ejerciendo sobre
ella todas mis fuerzas. Mis manos atenazaban sus muñecas hasta
quebrarlas, sus delicadas manos de dedos largos parecían ceder a una
muerte inminente. Su rostro, hermoso como siempre, dejó de tener un
aspecto temible y se asemejaba más a una hermosa muñeca de
porcelana. La camisa que llevaba, violácea, quedó manchada por mi
sangre. Los cristales se enterraban más en mi cuerpo, las cicatrices
ya eran más que evidentes. Sus ojos empezaron a tener un aspecto
vidrioso, sin vida, y en ese momento supe que todo había pasado.
Ella al fin se había calmado. Estaba completamente confusa por lo
que había ocurrido, la tomé entre mis brazos y la pegué contra mí.
Lloré amargamente mientras le ofrecía mi cuello y ella bebía de
nuevo. La voz nos hablaba y era terrible. Recriminaba nuestra
discusión y que, de ese modo, el Loco hubiese huido. Las noches
siguientes fueron baños de sangre y fuego. Juntos matamos a cientos,
cediendo ante la voz durante algunas noches, pero entonces la dejamos
de oír nuevamente y decidimos hacer como si nada hubiese pasado.
Actualmente todo ha vuelto a la
normalidad, pero el Loco no ha querido regresar. Teme que ocurra otra
desgracia. Ella ha decidido apartarse unos días en el viejo
santuario donde yacía noche tras noche en los viejos tiempos, cuando
se cansaba tanto de mí como de discutir conmigo. En cuanto a mí he
regresado a mi oficio y ruego que jamás suceda algo como aquello. No
quiero volver a mancharme las manos de la sangre de mis iguales.
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