Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 24 de noviembre de 2014

Más salvaje que nunca

Hace años crucé la frontera de la credulidad. Buscaba la espiritualidad de mi alma, quizás debido a todo lo que estaba ocurriendo en mi vida. Hubo un importante debacle que propició que comenzara a creer nuevamente en ángeles, demonios, santos y Dios. Deseaba ser un santo. Ansiaba comprender la verdad que se me había revelado. Hoy en día destierro cualquier vínculo con esos desos, es más, destierro esas ideas como una locura.

Cuando muy joven estuve a punto de ordenarme como sacerdote. Deseaba el amor que profesaban aquellos hombres, además de su atención y cultura. En un mundo frío, húmedo y terrible donde lo más cálido que poseía eran mis lágrimas, era más que comprensible que me aferrara a ellos como si fueran mi única escapatoria a la miseria, el analfabetismo y el dolor. Quería huir de mi padre y hermanos. Era como si una puerta gigantesca, llena de luz acogedora, me llamara. Hoy en día doy gracias a haber sido arrastrado hasta el castillo, alejándome de mi camino divino. No había dinero para mi educación y felicidad, pero tampoco había la suficiente comprensión para escucharme cuando hablaba.

Durante años me sentí frustrado en una familia donde no tenía voz y voto. Me sentía cómplice con mi madre, el único ser humano que me amaba realmente, cuando me hablaba de sus largos viajes y sus conocimientos sobre teatro, literatura o el mundo más allá del pueblo. Auvernia era mi mundo y se hacía pequeño. Pronto me di cuenta que moriría allí. Por mucho que luchara contra el destino y quisiera destacar, yo moriría en una tierra donde no se me apreciaba y lo haría como las ratas que caminaban entre la maleza.

Dejé de creer en Dios. No podía creer que fuera tan cruel conmigo. Me sentía enjaulado en aquellos gruesos muros; y además, estaba a punto de perder a mi madre. Ella se moría. La tuberculosis la destrozaba, el frío debilitaba sus pulmones y sus huesos. Ella pronto moriría. Se consumiría por completo. Quedaría marchita como una hermosa rosa sobre una vieja tumba. Mi único consuelo era Nicolas, mi amante. Él era un violinista que estuvo a punto de ser abogado, pero que París y sus cafés lo convirtieron en un bohemio destinado a la música, las contradicciones y la pasión justificada.

Las conversaciones más profundas de mi vida mortal se dieron entonces, en una taberna y con él a mi lado. Las botellas de vino regaban mis palabras, sus besos satisfacían mi alma y la música me cautivaba mientras imaginaba a ambos recorriendo las calles de otras ciudades. No sólo quería ir a la capital del país, sino que quería recorrer el mundo entero. Necesitaba conectar con el lado más salvaje que yo tenía, el mismo que se vio liberado en mitad de un bosque nevado rodeado de lobos, sangre y soledad.

Junto a mi amante decidí marcharme a París como última voluntad de mi madre. Ella me dio la libertad que tanto deseaba. Sólo quería que fuese feliz. Quizás lo fui durante algunos meses, no lo sé. Creo que fui tan feliz que no me percaté. El tiempo se fue entre mis dedos con la rapidez que Nicolas tocaba el violín. Dios, el diablo y las conversaciones que una vez tuve con él, sobre todo aquellas bañadas en alcohol, se daban cada noche.

Cuando me convertí en vampiro renegué finalmente de cualquier acto de fe. Pensaba que yo era el mal y el bien, pero estaba equivocado. No era más que un chiquillo lleno de delirios. El poder que me habían otorgado, junto a la belleza y juventud eterna ensalzada en las riquezas que mi creador me había ofrecido, me daban una seguridad que poco a poco se quebró. Conocía otros vampiros, creé a mi madre, mi viejo amante al que tuve que dejar atrás y una hermosa familia.

Mi mayor error fue crear a Claudia; sin embargo, si volviese a esos tiempos lo volvería a hacer. Crearía a mi pequeña. La misma que deseó matarme me dio las llaves de la felicidad durante más de seis décadas. Louis de Pointe du Lac, el vampiro que desveló la verdad ante todos, y ella fueron mi delirio. Se convierton en mi talón de Aquiles y Dios dejó de tener lugar en mis pensamientos. Yo era diablo. Yo era su diablo. Pero no era nada más que un impostor. Cuando me vi solo, herido, destrozado y sin ayuda de ningún otro porque sólo se acercaban a mí como aves carroñeras, quise creer en Dios.

Después de décadas de periplos imposibles de describir, incluso de un largo sueño eterno y de una delirante vida como rock star, terminé creyendo en Dios otra vez. Claudia se manifestaba ante mí. Claudia la niña que había muerto tras un terrible juicio donde la señalé como la culpable, aunque pedía que no le hicieran nada a mis creaciones, se aparecía con su encantador vestido amarillo y su sonrisa cruel. El verdadero Diablo, o supuestamente algo que decía ser el Diablo, se presentó ante mí. Él me tendió la mano. Decía que yo era la clave para salvar a todos y que debía permanecer a su lado, lo cual suponía mi muerte y rechazo a la vida que yo llevaba. Ah, pero amo demasiado la vida que llevo. Una vida de aventuras inconcebibles. Desistí. Huí.

En estos momentos sólo puedo decir que me repugnan las instituciones religiosas. Todas y cada una de ellas están podridas. Muchas dicen que hay que amar al prójimo, pero no aceptan a quienes aman distinto, piensan distinto, sueñan distinto, tienen color de piel distinto, hablan distintos dialectos o tienen dioses distintos. No. No lo aceptan. Quieren un prototipo que no les aterre ni de problemas. Desean consumirse en sus pecados y blasfemias. Es terrible. ¡Es terrible que eso suceda! Detesto todos aquellos que bajo la bandera de una religión cualquiera y unos supuestos textos sagrados, los cuales pueden ser la imaginación de otros enloquecidos como ellos, embravecen sus terribles actos llenos de oscuridad, mentira y terrible sufrimiento para quien se sale del molde.

Por eso he caminado como lo hizo mi madre. Me hundí en las selvas, recorrí lugares donde el ser humano ya no habita, vi terribles y maravillosas culturas derrotadas ante la maleza y el olvido. He recorrido desiertos, he tocado las aguas del Mar Muerto y he observado la vida trepidante de las ciudades que tanto he amado. En estos años he decidido vivir de forma salvaje y me ha encantado. Ha sido tentador. No he encontrado la felicidad absoluta, pero tampoco a Dios ni al Diablo. Sólo me he encontrado a mí mismo. Sí, me he encontrado. Soy de nuevo el Matalobos de antaño. Soy el hijo de Gabrielle de Lioncourt. Por regresar he regresado incluso a los muros que me contuvieron con terribles sufrimientos. Ahora el Castillo de Lioncourt luce como nunca lució. Soy parte del mundo y el mundo me ama por ello.


Dios no existe; el Diablo tampoco.


Lestat de Lioncourt  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt