Pobre Rowan... si esa cosa se empeña en volver siempre que se mata será peor que cualquier plaga.
Lestat de Lioncourt
“Una puerta se abre, la lluvia dejó
de caer para que la tormenta se iniciase. La vida surgió como una
llama en mitad de la oscuridad. Una chispa. El aliento se contuvo
durante un instante, los gritos sonaron terribles como en el
Infierno. La voz del demonio susurró. La blasfemia se hizo cierta.
La carne y el cuerpo dejó de alimentar, pero llenó la noche de un
nuevo aroma.
No más pasos torpes y sin rumbo. No
más mecer las ramas para que escuchen mi furia. La risa volverá a
mi garganta. El demonio cantará con los ángeles y la iglesia lo
bautizará en nombre de lo sagrado. El ritual ha comenzado. No más
lágrimas en forma de lluvia. Llamaré nuevamente. Viviré.
La sangre se derramó mil veces en mi
nombre y en nombre de tantos. El valle sagrado quedó cubierto de un
manto rojo en mitad del invierno. La nieve, fría y blanca, se
calentó con el fuego de mi cuerpo. La hoguera no fue para las
brujas, fue para el hijo de esta. Pero, ahora, todo es distinto.
Caminaré de nuevo, bailaré, haré el amor y brindaré por la vida.
Yo he vuelto.
Lasher”
Aquel pequeño fragmento le quemaba en
las manos. Sus ojos grises se llenaron de lágrimas. Por un lado
compadecía el horror de su muerte, por el otro se sentía libre y
vencedora. Había sido usada, como toda su familia, en un juego
terrible hacia la inmortalidad. Él quiso volver y ella era la
puerta, Michael la llave y la casa era el lugar idóneo para volver a
surgir en mitad de la hora de las brujas.
Pronto se cumpliría otro año. Un 25
de Diciembre terrible y angustioso. Otro año más encadenando la
lista. Parecía ayer mismo cuando todo ocurrió. Aún podía oler su
aroma dulzón en el jardín. Sentía escalofríos cuando se quedaba a
solas. Ella sabía que había regresado, lo sabía. Lasher jamás se
rendiría. Era su hijo, tenía su tenacidad y su necesidad vital de
superar cualquier macabra circunstancia. Pero a su vez era un demonio
tan terrible, tan horrible, que no tendría piedad en volver a
atentar contra su vida.
—¡Michael!—gritó provocando un
auténtico alboroto en el piso inferior.
Su esposo subió con grandes zancadas
por las escaleras que tantas veces había bajado acompañado de ella,
intentando celebrar la vida y olvidar la muerte. Al llegar al piso
superior, donde se encontraba con su rostro bañado en lágrimas, la
abrazó jurándole en silencio que todo iría bien.
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