Armand empieza a intentar dejar a Marius, pero dudo que lo logre.
Lestat de Lioncourt
—Debería olvidarme de ti, de mis
sueños y todo lo que una vez quise tener. Mi vida se ha convertido
en un terrible enjambre de dolor y decepciones. Sin embargo, siento
que me fundo en ti lentamente cuando me tocas. Mi alma tiembla
mientras me mientes, besas y juras que me amas. Quiero creerte, pero
sé que debería huir antes de sentir tu rabia—dije apretando los
puños.
—Olvidar es terriblemente
complicado—contestó sin bajar el pincel. Sus ojos fríos y azules
se concentraban en las numerosas pinceladas de su nueva obra. Parecía
una estatua de mármol, pero sus elegantes movimientos le conferían
una vida extremadamente sensual. Sus labios parecían cincelados, al
igual que sus pómulos y su mentón. Tenía el cabello suelto y
rozaba su pecho por encima de su túnica borgoña.
—Aún lo es más amarte—respondí.
Dejó el pincel sobre un pequeño
soporte, se apartó del caballete y se aproximó a mí. De inmediato
di un par de pasos hacia atrás, mirándole con cierto temor. No
quería que me tocara, besara y susurrara palabras tan falsas como
las estrellas del fresco que estaba sobre nuestras cabezas.
—Te amo, querubín—dijo tomando mi
rostro entre sus manos, abarcándolo con una delicadeza inusitada en
un gigante como él.
—Mientes—chisté a punto del
llanto. Contenía mis lágrimas intentando ser todo lo fuerte que
jamás había sido. Una fuerza que se debilitaba con su sola
presencia. Quería sentir sus brazos rodeándome. Si bien, quería
convencerme a mí mismo que ya no había nada por lo que luchar.
—No. No dudes de mi palabra—musitó
inclinándose hacia mí, pero retrocedí. No acepté su beso. No
podía aceptar que me besara.
Podía sentir sus labios rodando por
mis mejillas, igual que mis lágrimas. Si bien, me alejé. Sabía que
él amaba a otros, que tenía el corazón dividido mil veces. El mío,
mi frágil corazón, se estaba quebrando. Esperaba aún que me
buscara, pero sólo se alejaba aún más. El mundo nos había
dividido. El amor que teníamos se estaba esfumando.
—Dudo de tu amor—susurré—. No
dudo sólo de tus palabras, sino del amor que alguna vez me tuviste.
—¡Cómo te atreves! ¡Te lo di
todo!—gritó furioso.
—No—dije tembloroso. Temía su ira,
pero a la vez deseaba sentir que se molestaba ante mí. Necesitaba
creer que me amaba y que le molestaba saber que me alejaba.
—¡Te di el mundo entero! ¡Te salvé
y coloqué mis sentimientos a tus pies!—me agarró de los brazos
sacudiéndome con fuerza, provocando que mis largos cabellos
pelirrojos cayeran sobre mi rostro.
Rompí a llorar quejumbroso. Me dolía.
Era terriblemente doloroso. Como pude me aparté de él y huí. Corrí
por el palazzo buscando la salida, pues no deseaba escuchar ni una
mentira más. Estaba tomando una terrible decisión. Sabía que su
ira me alcanzaría y me torturaría durante años. Si bien,
necesitaba huir. Al encontrar la puerta principal, tomando el pomo
para abrirla de un empujón, y sentí la liberación final en el aire
turbio de los canales. Pronto noté que mi alma se hundía en la
miseria, del mismo modo que una barca que se pudría tras años de
olvido. Amarlo siempre me había condenado, pero después de todo lo
ocurrido ya ni siquiera era capaz de mantenerme en pie aceptando la
verdad.
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