Bonjour mes amis.
Aquí tenemos un texto del cínico de Louis dedicado a Paul, Claudia y a mí. ¿No es encantador?
Lestat de Lioncourt
La esperanza me había abandonado.
Aquella última expresión de horror en su rostro se enterró como un
puñal en mi corazón. Sus manos extendidas hacia delante, con los
dedos esperando agarrar algo que lo sostuviera, y ese grito
aterrador. Pude oír las campanas del infierno abriéndose paso junto
a él, pero sinceramente esperaba que el cielo le acogiera con toda
su gloria. Sus ojos claros, tan parecidos a los míos, quedaron
abiertos en aquel rostro desencajado de muñeca de porcelana. Parecía
un ángel que había decidido venir a morir a la Tierra, en un último
intento de hacer comprender a Dios su mensaje aterrador sobre la
soledad, el dolor y la miseria.
El día del funeral fue terrible. Una
lluvia gruesa acariciaba la plantación. Mi madre sollozaba aferrada
a sí misma, mi hermana observaba el ataúd abierto con resignación
y yo sólo sufría las acusaciones de todos. Era quien debía cuidar
de él. Yo fui su última visión, como una revelación terrible.
Muchos recurrirían al propio Dios para
soportar la carga, pero yo no lo encontré en la iglesia. No hallé a
nadie en la capilla ni en los púlpitos. Mi pecado me consumía como
la llama de una vela consume la cera hasta no quedar nada. No. No
tenía remedio. Era una enfermedad terrible la que me atacaba el
alma, la ennegrecía y la dejaba sin nada. No había nada que se
pudiese hacer. Tan sólo podía encontrar en el alcohol el buen
nombre de Dios. Y el alcohol iba acompañado del buen nombre del
pecado. Quizás no era Dios, sino el Demonio intentando jugar
conmigo, mi dolor y mis pies por su terrible sendero. Quería morir.
Deseaba morir. Un vampiro aceptó la invitación. ¿No somos acaso
una especie de demonio que consume la vida de otros?
Sus ojos claros desafiantes, su voz
aterciopelada surgiendo de una boca grande y carnosa, aquel tacto de
mármol frío como el metal, ese abrazo duro y acogedor, y, por
supuesto, su aroma pegado al mío mientras experimentaba la gloria de
ser su presa provocó que me enamorara de él. Vi en él lo que yo
necesitaba. Creí que sería la solución y no una nueva penitencia.
Fui un estúpido.
Cuando la noche cayó rendida a mis
pies, como una amante dichosa, vi la verdad. Había belleza, pero
también una terrible verdad. Yo sería el Ángel de la Muerte, la
Misericordia, y el Verdugo. Me convertiría en la última imagen de
mis víctimas. No podía con esa carga. Si bien, acabé asumiendo mi
papel tras un encuentro terrible que me hizo tener una hija. Una hija
que jamás habría tenido de no ser por él. Mi creador, mi
compañero, mi amante... Lestat y yo nos convertimos en padres. Ella
se llamaba Claudia. Y cuando Claudia murió, cuando llegó el
terrible momento de poder ser un héroe para ella, se desvaneció mi
misericordia.
No soy el más humano, soy el más
monstruoso de todos. Mato sin escrúpulos. Ya no hay dolor en mi
pecho para soportar las lágrimas de otros. Tan sólo observo la
noche como el jardín que dice Lestat. Un jardín lleno de muerte,
pero con un irresistible encanto. Los libros son mi mejor compañía,
el fuego mi mejor venganza y los recuerdos la única excusa para
soportar la perdida de dos vidas que tanto apreciaba. Mi hermano Paul
y Claudia son quienes aún me hacen sentirme culpable de la cruz que
cargo.
Tal vez sólo sigo vivo porque él me
tiende la mano, como si fuera realmente un príncipe. Quizás es sólo
su papel, pero prefiero pensar que aún hay algo de amor de él hacia
mí. Me aferro a sus dedos finos, los cuales vi en su tiempo como
garras, y dejo que me conduzca por su sendero. Un sendero propio para
nosotros. Un lugar donde la sangre es el rubí más preciado.
Ni fantasmas ni santos. Sólo fuego y
sangre.
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