Daniel ha decidido escribir algo para todos. También es un pequeño homenaje a su actual compañero, Marius.
Lestat de Lioncourt
He vivido muchas veces al margen de la
ley. Caminando de ciudad en ciudad con un cigarrillo prendido en mis
labios, las manos metidas en mi chaqueta de cuero y las gafas rotas
debido a una pelea de bar. Pensaba que jamás conseguiría hacer algo
bueno con mi vida, pues no llegaba la oportunidad. El periódico
estaba a punto de echarme. La vida era dura en las calles y yo, un
hombre soltero sin mucha familia, se veía en ellas durmiendo entre
cartones. No quería empeñar lo poco que tenía, ni herir mi orgullo
suplicando por unos dólares. Pero él apareció. Fue como una
llamada de atención de Dios en mi camino. Sí, como un milagro.
Entrevisté a un vampiro. Siempre había
hablado con tipos raros, pero él era el colmo. Al principio no creí,
luego dudé incluso de mí mismo. Me convertí en un ferviente
creyente del misterio de los ataúdes, la sangre y la inmortalidad.
Entonces, en ese momento, me obsesioné. Rogué que fuera él quien
me convirtiese, después pensé que mejor sería que fuese su
creador. Sí, ese creador oscuro y salvaje que hablaba de fuerza y
escasa bondad. Si bien, no fue él. Fue otro quien me dio la
oportunidad.
El antagonista de la historia de
“Entrevista con el vampiro” no me dio su poder, tampoco cobijo,
pero sí uno de sus mayores enemigos. El desdichado muchacho de
cabellos de fuego y ojos miel. Tan dulce en apariencia y tan cruel
tras el envoltorio de niño del coro. Parecía un ángel caído del
cielo, con sus mejillas sonrosadas y su sonrisa encantadora. Podía
ver la maldad surgiendo de él con poderosos tentáculos, pero a la
vez observaba un deseo insaciable de ser amado. Reconozco que quedé
cautivado por su belleza, su oscura y retorcida alma, y esos labios
carnosos tan sutiles cuando yo lo deseaba.
Pero tiempo después, cuando la sangre
me hizo cambiar, terminé odiándolo. Odié todo de él. Odiaba
incluso los pequeños poderes que había ido acumulando gracias a las
pequeñas dosis de su sangre. Tenía sueños terribles, llamados por
muchos «Sueños de Sangre», y visiones que me hacían sentirme
febril, cansado y despojado de mi escasa humanidad. Dejé que la
sangre me corroyera como si fuera ácido y bebí del manantial antes
de la noche del concierto. Aquel milagroso concierto donde la verdad
se reveló aún más terrible. Sobreviví a pesar de ser joven. Ella
no me quería muerto.
Cuando la voz inició su andanza por la
mente de los más antiguos, convirtiéndose en un eco terrible,
estaba con Marius. Marius es el creador de varios vampiros
formidables, uno de ellos es mi propio padre inmortal. Tan fuertes
como torturados por los siglos que conservan, salvo los dos más
jóvenes, Sybelle y Benji, que aún tienen sueños y metas humanas.
Él se convirtió para mí en un refugio, pero no iba a permitir que
éste me enterrase sin poder ver lo que ocurría. Allí donde él
fuera yo iría, pasase lo que pasase. Si había sobrevivido una vez
lo haría de nuevo.
He besado sus labios en muchas
ocasiones, hundido mis largos dedos en su cabello y dejado que su
cuerpo aplaste el mío. Lo he hecho por amor. Por amor a su compañía.
Él me comprende y él no me ata. Ambos unidos hemos recorrido el
mundo en busca de la fuente de tan terribles palabras. La voz no nos
dividió, nos hizo juntar nuestras fuerzas y convertirnos en leyendas
aún más imperecederas.
En estos momentos siento sus manos
apoyadas en mis hombros, apretándolos con firmeza y cariño,
mientras susurra viejos versos que el mundo ya ha olvidado. Poemas de
autores que el tiempo eliminó y que es posible que ya no sean
siquiera huesos. Nosotros no seremos olvidados. Sé que no lo
seremos. Muchos hablarán de la voz y del dolor que causó en todo el
mundo, así como de aquellos que decidieron liberarse de ella y
emitir comunicados para salvar a viejos compañeros, enemigos y
extraños con un futuro tan oscuro como el nuestro.
Alguien podría tachar esto de amor,
pero es algo más. Además de amor es supervivencia.
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