Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 5 de enero de 2015

El cuento de siempre

Claudia era una niña hermosa, pero asustadiza. No sé en que momento dejó de ser nuestra niña...

Lestat de Lioncourt


La historia es tan vieja como mis propios recuerdos. Supongo que nunca olvidé. Tal vez fue la única vez en la que recuerdo haber sido una niña asustada, en los brazos de su padre y sintiéndome extrañamente protegida. El inicio es clásico, aburrido y posiblemente demasiado fantasioso para ser ser real. Sin embargo, los demonios que habitaban en los armarios y rincones de mi alcoba se asustaban, mis ojos se cerraban y las cortinas se echaban para dar paso al día. Cuando eres pequeño sientes miedo a la oscuridad. Si eres vampiro el temor aumenta aunque sea tu refugio.

«Era una niña perdida en una ciudad gigantesca, de calles adoquinadas y hermosos balcones cargados de flores de miles de aromas y colores. La pequeña iba descalza, mal vestida y con los ojos bañados en lágrimas. No tenía nada ni nadie en el mundo salvo una vieja muñeca. Sus pequeños brazos rodeaban a su compañera, la mecía con cariño y cuidado, mientras sus piernas temblaban débiles. La enfermedad había asolado a las escasas almas del lugar. Sólo los animales sobrevivían. Las ratas corrían alegres, los gatos engordaban gracias a la gran cacería, las aves revoloteaban entre las ramas y seres, aún más salvajes, se ocultaban en las esquinas más aviesas.

Un día un caballero extraño la tomó entre sus brazos, la alzó como si fuera una cometa y le puso un nuevo nombre. La convirtió en su estrella fugaz, su luz, su luna, su vida, su pequeño diablo y su ángel guardián. Un día ella se transformó en una mariposa eterna y revoloteó entre las flores. Él la llamó hija, ella lo llamó padre. Ambos se amaron como se aman las familias. La paz comenzó a reinar, pero la sangre se derramaba. Más allá de las sombras, bajo la luz de un candil, se podían ver sus colmillos sonriendo mientras una nana sonaba en su cuna.»

Cuando era pequeña imaginaba que yo era esa niña. Cuando crecí me di cuenta que era una forma deshonesta de contarme la verdad. Louis narraba nuestro encuentro convirtiendo a él y a Lestat en héroes, en un sólo hombre, pero en realidad eran dos dualidades patéticas que intentaban formar una familia. ¿Y fuimos una familia? Quizás lo fuimos. Tal y como dice Lestat, lo fuimos. Sí, lo fuimos. Fuimos una familia como cualquier otra, con sus desavenencias. Cuando creí que él murió me percaté que había matado el último ápice de esperanza y a la vez logré la libertad. Pero era una libertad insípida. Lloré como una niña malcriada que tiene lo que quiere y no sabe como usarlo.





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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt