Claudia era una niña hermosa, pero asustadiza. No sé en que momento dejó de ser nuestra niña...
Lestat de Lioncourt
La historia es tan vieja como mis
propios recuerdos. Supongo que nunca olvidé. Tal vez fue la única
vez en la que recuerdo haber sido una niña asustada, en los brazos
de su padre y sintiéndome extrañamente protegida. El inicio es
clásico, aburrido y posiblemente demasiado fantasioso para ser ser
real. Sin embargo, los demonios que habitaban en los armarios y
rincones de mi alcoba se asustaban, mis ojos se cerraban y las
cortinas se echaban para dar paso al día. Cuando eres pequeño
sientes miedo a la oscuridad. Si eres vampiro el temor aumenta aunque
sea tu refugio.
«Era una niña perdida en una ciudad
gigantesca, de calles adoquinadas y hermosos balcones cargados de
flores de miles de aromas y colores. La pequeña iba descalza, mal
vestida y con los ojos bañados en lágrimas. No tenía nada ni nadie
en el mundo salvo una vieja muñeca. Sus pequeños brazos rodeaban a
su compañera, la mecía con cariño y cuidado, mientras sus piernas
temblaban débiles. La enfermedad había asolado a las escasas almas
del lugar. Sólo los animales sobrevivían. Las ratas corrían
alegres, los gatos engordaban gracias a la gran cacería, las aves
revoloteaban entre las ramas y seres, aún más salvajes, se
ocultaban en las esquinas más aviesas.
Un día un caballero extraño la tomó
entre sus brazos, la alzó como si fuera una cometa y le puso un
nuevo nombre. La convirtió en su estrella fugaz, su luz, su luna, su
vida, su pequeño diablo y su ángel guardián. Un día ella se
transformó en una mariposa eterna y revoloteó entre las flores. Él
la llamó hija, ella lo llamó padre. Ambos se amaron como se aman
las familias. La paz comenzó a reinar, pero la sangre se derramaba.
Más allá de las sombras, bajo la luz de un candil, se podían ver
sus colmillos sonriendo mientras una nana sonaba en su cuna.»
Cuando era pequeña imaginaba que yo
era esa niña. Cuando crecí me di cuenta que era una forma
deshonesta de contarme la verdad. Louis narraba nuestro encuentro
convirtiendo a él y a Lestat en héroes, en un sólo hombre, pero en
realidad eran dos dualidades patéticas que intentaban formar una
familia. ¿Y fuimos una familia? Quizás lo fuimos. Tal y como dice
Lestat, lo fuimos. Sí, lo fuimos. Fuimos una familia como cualquier
otra, con sus desavenencias. Cuando creí que él murió me percaté
que había matado el último ápice de esperanza y a la vez logré la
libertad. Pero era una libertad insípida. Lloré como una niña
malcriada que tiene lo que quiere y no sabe como usarlo.
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