Quinn no sabía quien era Goblin, pero el saberlo fue la gota que colmó el vaso.
Lestat de Lioncourt
Cuando vives solo toda tu vida te
acostumbras a la soledad asfixiante de las grandes ciudades, aún así
deseas regresar a tu remanso de paz donde eres apreciado y querido
por tu familia. Vivía entre fantasmas, recuerdos apolillados,
memorias rotas, mis abuelos y el personal que cuidaba aquel lugar
como si fuese todavía el negocio que fue cuando yo era un niño. Mi
madre jamás me amó. El rechazo fue continuo y doloroso.
Jamás fui un niño normal. Tenía un
amigo “imaginario” que en un principio me enseñó todo lo que él
sabía, pero que poco a poco quedó convertido en un bufón.
Desconocía su origen, pero su rostro era el mío y la luz de sus
ojos era la misma. Él me hablaba con un ímpetu casi demoníaco.
Ejercía sobre mí cierta influencia. Pero su rostro era como la
porcelana y sus abrazos eran reales. Podía sentir sus besos, sus
caricias y su voz propagándose por toda la casa. Allá donde yo iba
él aparecía.
Nadie me quiso decir el motivo del odio
de mi madre hacia mí. No tuvieron el coraje de contarme la verdad.
Guardaron el secreto. Ni mi tía ni mis abuelos fueron capaces de
hablar de aquello. Algo tan doloroso y trágico para una madre como
la muerte de un hijo.
No nací solo. Nací con un gemelo.
Gemelo que se desarrolló mal debido a problemas en el embarazo.
Algunos mueren antes de nacer, pero él murió después de unas
semanas. Mi madre me veía como un monstruo que se había alimentado
por él y por su hermano. Era un engendro. Jamás me convertí en su
hijo. Siempre sería el monstruo que acabó con la vida de su
angelito.
Mi hermano jamás me abandonó. Ese
fantasma ocasionalmente amistoso era él. Él me hablaba como si aún
pudiera disfrutar de una vida que yo le arrebaté al seguir viviendo.
Ella lo atraía. Se hacía fuerte a cada paso. Llegó entonces a un
momento que me hizo llorar. Un llanto amargo.
Siendo vampiro comprendes que eres un
asesino. Cuando supe aquello y vi su odio brillar en sus ojos lo
supe. Supe que tenía que matarla. Comprendí que no había otra
forma de ser libre. Le rompí el cuello y la tiré a los caimanes.
Después me ayudaron a liberarme de mi hermano. Fue un vampiro al
cual le conté mi historia con gran detalle y una Mayfair, de los
Mayfair negros, que había sido convertida también en uno de los
nuestros. Ella murió liberándome, pero su muerte no fue en vano. Yo
me sentí libre al fin y supe que era vivir sin una sombra burlona
que viene y va.
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