Nash quiere saber donde está Quinn realmente. La verdad, yo también.
Lestat de Lioncourt
Han pasado muchos años, pero lo
recuerdo con facilidad. Quizás no puedo olvidar algo tan importante
en tu vida, pues durante mucho tiempo fuiste lo más importante en la
mía. Me convertí en tu hombro, la mano tendida y los ojos vidriosos
de un hombre con el corazón roto y el alma dividida. Te conocí
joven, acobardado por el dolor y tachado de loco por muchos que se
creían sumamente inteligentes pese a su estupidez. Tus ojos eran la
luz de la vida de una vieja amiga. Ella vivía con cierta esperanza
porque te protegía, o al menos eso creía.
Como he dicho, han pasado muchos años.
¿Cuántos desde aquella noche? Creo que son casi tres décadas. Se
podría decir que ha sido casi toda una vida. Una vida que ha
convertido en un precipicio oscuro que nos atrapa a ambos. Yo ya era
un hombre adulto y tú casi no habías vivido nada de tu juventud. Te
habían hecho malgastar tu infancia en una granja perdida a las
afueras de una ciudad fascinante, llena de magia y misterios sobre
vudú, fantasmas y juegos de poder. Casi no sabías tus orígenes,
desconocías si realmente estabas loco o simplemente vivías en una
de esas historias paranormales que desafiaban la verdad de los
expertos. Eras un niño con las manos llenas de esperanza y el
corazón acelerado.
Juro que cuando te vi pensé que eras
el perfecto caballero. Tus ademanes no eran los de un chico criado
cerca de un pantano. Era el de un muchacho que podía haber sido
educado en los mejores colegios británicos. Aquel traje te sentaba
perfecto, pues era la horma de tu zapato. Tenías un aire triste,
pero cuando tus ojos se posaron en los de aquella chica, casi una
mujer, se iluminaron y supe que yo no tenía oportunidad alguna de
ser tan interesante importante en tu vida.
Me enamoré de ti al primer vistazo.
Fue uno de esos últimos amores que tiene un hombre como yo. Un
hombre racional y cabal que ha vivido rodeado de libros donde se
hablaba de amor, pero que no daba un ápice de esperanza para
sentirlo. Quise alejarme de ti, pero me tomaste como tu mejor amigo y
como una figura paterna a la cual asemejarte. Acepté el reto y corrí
con todos los riesgos exponiendo mi corazón. Dejé que tus manos me
lastimaran con tus caricias y tus lágrimas me ahogaran.
Yo te creí cuando dijiste que algo te
perseguía. No podía verlo, pero no veía en ti ni una chispa de
locura. Salvo si hablamos de ella y tu insistencia al querer casarte
el mismo día que la habías conocido. Vivías tu propia historia de
Romeo y Julieta con una chica que no tenía la mejor fama, pero que
encontré en sus ojos una inteligencia tan viva que me asombré. No
sólo era hermosa, Quinn, sino que sabía ver más allá y eso podía
asustar a cualquier hombre. Pero tú no eras cualquier hombre,
¿verdad? Tú eras de los que se fascinan por ese tipo de mujeres que
saben más que uno mismo. Acepto que de haber sido heterosexual me
hubiese quedado pasmado contemplándola.
Te preguntarás si he logrado amar a
otro... Sí, lo he hecho. Sin embargo, admito que no he podido
olvidarte. Hace tiempo que no te veo, que no puedo abrazarte y ni
siquiera sé donde enviar esta carta. Pensé que sólo vivirías una
pequeña aventura lejos de tu hogar, pero esa aventura se está
convirtiendo en siglos para mí. Las lágrimas que en estos momentos
derramo son sinceras, Quinn. Mi muchacho, ¿dónde estás? ¿Dónde
os encontráis? Quiero ver esa chispa en tu mirada. No sé porque
necesito saber que estás bien.
Tu amigo y tutor,
Nash.
No hay comentarios:
Publicar un comentario