Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 20 de enero de 2015

Excusas y confesiones

Mojo es sin duda uno de mis grandes amores. Para mí es parte de mi corazón.

Lestat de Lioncourt


Sus enormes ojos observaban aquel rostro compungido. Lo abrazaba en mitad de aquella iglesia, hundiendo su nariz en el pelaje algo húmedo, mientras las velas flameaban. Las vidrieras parecían solemnes y contaban historias que él desconocía. Ni siquiera sabía que hacían allí. Él sólo había acompañado a ese intrépido hombre que sólo aparecía en las noches, para jugar con él como si fuera un niño y experimentar la inocencia que había perdido hacía siglos.

Mojo era un buen perro. Se puede decir que la bondad se había concentrado en su hocico húmedo. Movía ligeramente la cola esperando la aprobación y cariño que tan irresistible parecía. Los colmillos puntiagudos de Lestat, la dureza de su cuerpo y la frialdad de su piel, no le asustaban. Jamás vio extraño aquel pelo revuelto. Sólo observaba el amor que veía en esos ojos claros, grisáceos casi violetas, que tan animados parecían esa noche. Lo sintió en otro cuerpo, en otro lugar, pero ahora estaba allí junto a él frente al altar.

—Estás aquí—dijo un hombre delgado, de rostro hermoso aunque pálido, con una caída ligera de párpados muy sensual. Pero para Mojo, aquel perro fiero cuando la ocasión lo ameritaba, sólo veía al hombre que atacó a su dueño. Sin embargo, no hizo nada. Se mantuvo alerta, como si esperara una palabra de Lestat para atacar.

—Lo extraño no es que esté yo aquí, sino que tú te dignes a buscarme—expresó con una ligera sonrisa.

El can no entendía nada. Era como una pequeña escaramuza. Él había tenido cientos en las frías calles donde fue encontrado por aquel hombre alto, extraño y amable. Las mismas que hirieron de gravedad su salud. Esas que parecían lejanas.

—Tal vez vine a limpiar mis pecados...—masculló.

—¿Cuál de todos? ¿El acusarme de todo y nada? ¿O el dejarme a mi suerte? Creo que hoy toca el último de todos ellos—dijo con sorna.

El silencio fue incómodo. Los pasos suaves eran escuchados como truenos. El banco crujió como un relámpago en mitad de la noche. Y entonces, de la nada, ambos se miraron a los ojos contemplándose como si se miraran a un espejo. Mojo no entendía nada. Él no comprendía como Lestat aceptaba a ese idiota a su lado. Sin embargo, se mantuvo al margen permitiendo que su buen amigo le acariciara el pelaje y hundiera de nuevo su rostro en él.


—La bondad, Louis, no se halla en el corazón de los hombres. La auténtica bondad se halla en el noble corazón de este perro—musitó—. Ojalá todos hubiésemos nacido perros.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt