Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 20 de enero de 2015

Mojo

—Mírate, ahí con tus ojos bondadosos, ofreciéndome tu corazón sin importarte nada. Yo he traicionado todo lo que significa ser un vampiro. He rechazado lo que soy pagando un alto precio. Soñé con probar las mieles de la mortalidad, pero supe que era agrio como la hiel y salado como el mar. Las lágrimas bañan mi rostro, pero tú te empeñas en lamer mi rostro. Mírate, ahí con tu hocico similar al de un lobo queriendo al Matalobos—susurraba mirándolo a los ojos mientras acariciaba su testa. Mis dedos se movían rápidos hasta detrás de sus orejas. Sus orejas eran grandes, mucho mayores y superiores a las de cualquier otro. Me escuchaba, aunque dudo que me comprendiera—. Eres lo único que tengo.

Aquella noche me dormí llorando aferrado a mi perro. Mojo se convirtió en mi perro. Un vagamundo como yo, desahuciado de todo lo bueno de la vida y arrojado a su suerte. Éramos dos huérfanos que decidieron caminar juntos. Dos seres que fundieron sus almas rebeldes esperando cuidar uno del otro.

Cuando era niño siempre tuve un perro a mi lado. Amaba la sensación cálida de sus cuerpos junto al mío. Mis manos se entrelazaban en sus gigantescos cuerpos, sentía sus patas pegadas a mi pecho y sonreía pensando que ellos me defenderían de cualquier mal. En esos momentos me sentí un niño, en Auvernia, esperando que me librara de los golpes diarios de mis hermanos.

Vivía como un hombre. Tenía las necesidades y los miedos existenciales que todos poseen. Un hombre mortal. Mis ojos ya no eran claros, sino pardos. Mi piel tostada, debido al sol del Gobi, se la había llevado otro. Los rasgos eran distintos. Mis facciones, en ese momento, eran más masculinas y duras. Tenía manos grandes, con anillos que no podía quitarme, que se aferraban a Mojo incapaz de dejarlo escapar.

Sufría como hombre mortal, porque así lo deseé.

Sin embargo, cuando los días pasaron y logré recuperar mi cuerpo, logré sufrir como vampiro con las mieles del éxito junto a Mojo. Oculté mi rostro en su cuello, él me colocó sus patas delanteras en mi hombros y me reconoció. Él me reconoció. Él sabía que era su amigo. Nunca me gustó sentirme su dueño, pues me parece una palabra deshonesta y fea para dos seres que se unen para formar un vínculo más allá de la sangre, las almas y las palabras.


—Te amo—dije, con sinceridad, cuando nos reencontramos—. Te amo como a un hermano, porque tú eso eres para mí. Ojalá todos fuésemos perros. Ojalá todos naciéramos tan bondadosos como tú.

Lestat de Lioncourt   

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Lestat de Lioncourt