Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 19 de enero de 2015

Los estragos de Memnoch

Memnoch hizo mucho daño en mi alma, pero ahora lo superé. No hay nada que temer. David retrata lo ocurrido en este texto.

Lestat de Lioncourt


Tirado en aquella capilla, inmóvil, parecía un muñeco de cera. Prácticamente había convertido aquel lugar en el punto de reunión de cientos de nosotros. Los más jóvenes empezaban a infectar la ciudad y Armand, con su frialdad habitual, decidió deshacerse de la gran mayoría. Marius observaba fijamente el cuerpo de quien fue su pupilo por escasas horas, mientras que Gabrielle acariciaba su larga melena dorada con el cuidado de una madre. Fue la primera vez que vi a tantos reunidos. Todos los que una vez escuché por boca de otros. Aquellos que no creí conocer. Tantos años rellenando informes, acumulando archivos, y viendo sus recuerdos, prácticamente reliquias, acumulándose en el sótano de la orden me daban cierto poder. Sí, poder. Podía decirse que era poderoso. Sabía quienes eran y aquellos que faltaban.

Guardé silencio sentado en una de las bancas, con la cabeza gacha y los hombros encogidos. No podía darle explicación a su relato. Pero, estaba seguro que no era fantasía. Algo le había atacado, seducido y provocado esas heridas. Allí, recostado, parecía un ángel o un santo. Muchos rezaban a un Dios en el que dejaron de creer. Otros, sin embargo, miraban incrédulos el milagro que él había logrado. Otra proeza más, quizás, de un guerrero que parecía aguardar el momento oportuno para incorporarse. Quería estrecharlo entre mis brazos, besar tiernamente sus mejillas y rogarle que se levantara como Lázaro... pero evité cualquier contacto.

Louis sollozaba. Creo que era el único que era capaz de expresar su rabia. Sabía bien que él siempre le había advertido. Advertencias que nunca fueron escuchadas, como si fuera sólo el agua de lluvia azotando un cristal, y que en ese momento cobraban sentido. Como si el mal estuviese aguardando un desliz del mejor de los villanos de toda New Orleans.

—Dime que se levantará—escuché la voz de Armand, rompiendo brevemente el silencio. Como si ese ruego pudiese quebrar al mundo entero. Tal vez lo logró. Muchos nos miraron unos instantes, pero regresaron al foco de atención: Lestat.

—No puedo darte falsas esperanzas—dije, mirándolo de reojo.

Parecía un ángel con aquella levita azul, camisa de algodón blanca y perfectos pantalones de jovencito decente. Sus cabellos rozaban las solapas y sus ojos castaños parecían piadosos. Sin embargo, había aprendido que las apariencias engañan. Pero esa fe, esa necesidad de creer en algo, le daban un punto dramático. Realmente amaba a Lestat más de lo que Lestat había sospechado jamás. Sus delicadas manos apretaban ligeramente el respaldo de mi banca y sus labios temblaban. Quería su sangre, pues deseaba ser testigo de aquel milagro. De momento se lo impedía Gabrielle, que como una leona, apartaba a todos de lo único que le importaba en este mundo. Si bien, lo intentaría horas más tarde.

—¡Levántate, inútil!—gritó Louis—. ¡No tienes permiso para hacernos esto! ¡Siempre te sales con la tuya! ¡No permitas que otro gane por ti! ¡Maldito bastardo!—se quejó amargamente a punto de patearlo, pues perdía el control de sus sentimientos.


Pero el silencio volvió a realizarse. Todos se sumieron en una canción sin melodía ni letra. Los ojos de todos cayeron ante la imagen de aquella escultura, la cual estaba hecha de carne y sangre inmortal, que parecía cincelada en el propio suelo de la capilla.  

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Lestat de Lioncourt