Los infiernos... según Memnoch. Ya ha vuelto ese desgraciado...
Lestat de Lioncourt
En cualquier calle podemos encontrarnos
esta noche. Quizás te sea difícil reconocerme. Pero sé que no
habrá muchas oportunidades para salvar tu alma, te lo aseguro. Quien
me observa de cerca sabe que está acabado, y que su alma será mía.
Sé hacer tratos muy atractivos y manejo los hilos de este perverso
mundo. Cargo conmigo el dolor de mil almas y el lamento de centenares
de guerreros caídos. Conmigo, amigo mío, no podrás hacer juegos
sucios... pues yo los inventé todos y cada uno. Sé cuando van de
farol, así que no te valdrá para nada esa pose ingenua y tampoco
las lágrimas ante la bestia que has alimentado. Si tomas mi mano
estarás marcado.
Hoy me he disfrazo de hombre inocente,
con mujer e hijos. Camino por las calles con un elegante traje negro,
tan impecable como mis mocasines, y he atado con cuidado una corbata
de seda. Mis cabellos están bien acomodados, aunque rozan mi gabán
gris que llegan más allá de mis rodillas. Mis ojos claros pueden
recordarte a un cielo de verano, ¿pero te fiarás de ellos si nos
cruzamos?
Camino por la acera, sin necesidad de
penumbra o luz de luna, convirtiendo una mañana laboral en una
tragedia mortal. En el maletín llevo la oferta que no podrás
rechazar, la pluma perfecta para que pongas tu firma en el documento
y un par de billetes por si quieres celebrarlo en algún tugurio. Mis
pisadas son simples, pero elegantes. No mido la distancia, pues sólo
merodeo. Estoy a punto de cazarte. Puedo sentir tu corazón bombeando
agitado. Vienes hacia mí, sin saberlo ni esperarlo.
Y entonces el golpe final. Te cruzas
conmigo. Golpeas mi cuerpo. Caemos al suelo. Me ayudas a recoger mis
documentos y comenzamos una breve charla. Sin saber cómo o porqué
dices la consabida frase: “Vendería mi alma al Diablo por...”
¡Ya eres mío!
De la noche a la mañana todo parecerá
maravilloso. Tendrás lo que deseas. Tu vida parecerá perfecta.
Saborearás las mieles del éxito. No importa si tu deseo era pequeño
o demasiado grande para abarcarlo. Crees que sueñas, pero el sueño
parece ser real. Disfrutas sin recordar el trato. Tan sólo recuerdas
que has tenido un golpe de suerte, quizás por los años de duro
esfuerzo o tal vez porque llegó tu turno. Sin embargo, un día
cualquiera me cobraré con creces lo que disfrutas.
Es un trabajo pesado, pero sencillo. Un
trabajo impuesto por Dios. Yo soy la tentación. Él no hace nada,
pues todo lo hago manejando cada cuerda que él me ofrece. Tiro de
los hilos que desea ver en movimiento. Sólo hago lo que me ordenan,
al igual que cualquier otro trabajador. Muevo las piezas del tablero
en una partida en solitario. Seduzco sin ánimo. En realidad deseo
que te niegues, pero ambos sabemos que no lo harás. Todos caen en el
juego. Dios se regodea porque parece tener razón, ya que no
encuentro a los diez elegidos entre la muchedumbre. Tu alma padecerá
este trato, fruto de un juego temerario entre dos seres que no desean
doblegarse el uno al otro, mientras que otros se salvan
momentáneamente.
El pecado está en las almas, no en la
carne.
Bienvenido a “Los Infiernos”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario