Muchos antes de ser vampiro Daniel vivió una mala etapa. Esto pertenece a esa etapa.
Lestat de Lioncourt
Puedo decir que la vida es como un
cigarrillo. Ves como se consume, te vuelves adicto a ella cuando
menos queda y sabes que estás al borde de la muerte, que te
intoxica, pero aún así sigues fumando impasible ante lo que ocurre.
El humo se difumina, como los recuerdos, y las cenizas caen como caen
las hojas del calendario. No importa el momento o el lugar. La vida
tiene un límite y es veneno. Te va consumiendo poco a poco, matando
lentamente, mientras tú crees que la disfrutas de algún modo.
Aunque en realidad, ¿la disfrutas? ¿Saboreas eso que llamas vida o
sólo la ves pasar como si fueran las hojas de una revista barata
comprada en una gasolinera? Dime.
No hay nada mejor para una noche de
invierno que un vaso de whisky en un bar cualquiera. Mientras el vaso
esté limpio y no sea demasiado barato, o el hielo sea un auténtico
desastre, puede considerarse algo perfecto, casi mágico, y
sobrecogedor. Las luces de los edificios colindantes entrarán por el
cristal, introduciéndose en el local en penumbra, mientras la música
y las diversas conversaciones se mezclan con una cadencia única. No
hay nada mejor que eso, un cigarrillo prendido en los labios y una
libreta llena de frases improvistas. Quizás digo esto porque es lo
que estoy viviendo. Tal vez es mi forma de saborear mi propia rutina.
Aún intento asimilar todo lo que ha
ocurrido. Mi mente está impaciente. He escrito mil veces mil
discursos. Quiero escribir una carta a un viejo amigo y contarle
todo. Tengo una mina de oro en unas cuantas cintas. Debería
llevarlas al periódico y que escucharan lo que he grabado. Nadie me
creería. Verían eso como literatura barata. Pura ficción. Basura.
Un error tras otro. Nada. Sin embargo, tengo la estúpida fantasía
que alguien, ahí fuera, me crea. Él debería saberlo. Estudió
conmigo periodismo, pero abandonó porque decía que necesitaba un
ambiente menos turbio, clasista y políticamente correcto. Yo me di
cuenta tarde. Él fue más listo.
Esto que estoy pensando, que garabateo,
debería dejarlo como inicio de la carta. Tal vez esta es la carta.
Es posible que sean las palabras de un loco, un borracho, un estúpido
y un periodista. Sí, un cúmulo de hombres que se han fundido en una
sola alma. Si bien, la ansiedad que atenaza mi corazón provoca que
quiera salir corriendo. Quiero llorar, reír, abrazar la noche y a la
vez tengo miedo de ella. ¿Y si viene otro a por mí? Anhelo la vida
eterna, pero no la muerte a base de un último beso.
Mi letra es una mierda. A penas
distingo bien lo que escribo. Mis manos tiemblan demasiado. No puedo
dejar de pensar en George. Me pregunto si esto debería enviarlo. No
sé si quiera si debería seguir escribiendo. Alguien allí podría
leer mi mente. Quizás hay vampiros que esperan que yo cometa un
error. Anoche era un tipo normal, casi mediocre, y ahora sé cosas
que nadie querría saber. ¿Y si muero antes de contarlo? ¿Y si vivo
demasiado como para ver que la inmortalidad no llega?
Mierda, George... He conocido a un
vampiro y casi me he orinado en los pantalones cuando he visto sus
colmillos. Lo tengo todo. Todo. Sé su vida, sus pesadillas, sus
lágrimas y la verdad que él me ha querido ofrecer. Creo que me
estoy volviendo loco.
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