Marius halagando a un vampiro creado por Armand... raro.
Lestat de Lioncourt
Jamás pensé que terminaría siendo
compañero de un joven como él. A decir verdad cuando leí el libro
“Entrevista con el vampiro” pensé en miles de cosas, salvo esa.
Miles de cosas que se acumularon en mi mente, como si fueran trastos
viejos e inútiles. Miles de frases llenas de ira se acumularon.
Habían roto una de las reglas fundamentales para los nuestros.
Lestat ni siquiera había enseñado, o pretendido enseñar, esas
reglas a sus descendientes. Era como si él hubiese permitido la
publicación de esas memorias. Ni siquiera comprendía el motivo por
el cual alguien aceptaba arriesgarse tanto. Si bien, lo conocí a él.
Cuando lo vi por primera vez parecía
perdido. Estaba algo atemorizado, pero a la vez dichoso por todo lo
que ocurría. Había visto cosas que jamás creyó que sucederían a
su alrededor. Habían pasado algunos años desde que Louis decidió
intervenir en su vida. En concreto casi una década. Y él estaba
allí, junto a Armand, esperando que cualquier cosa sucediese. Era
como si creyera que estaba protagonizando una película de acción
donde nadie muere, la sangre es salsa de tomate y los muertos vuelven
a la vida después que el director grita “corten”.
La horrible brecha entre creador y
creado fue insuperable para ambos. Podía ver en sus ojos violetas el
cansancio, hartazgo y miedo que provocaba Armand en él. Había una
horrible división que los separaba por completo. Era como si el
mundo se hubiese derrumbado sobre Atlas y éste, pese a todo,
quisiera recuperar el aliento levantándose sin fuerzas. Era
imposible. Veía en Armand el desprecio y desdén habitual en alguien
que sabe que no se es amado, así como la esperanza inevitable de mi
amor.
Reconozco que aún amo a ese pequeño
ángel negro, ese querubín, que tantas noches arrancó de mí
suspiros y palabras románticas. Sin embargo, mi amor es intratable.
Sé que daño más su alma que cualquier otro. Nunca fui sincero con
él. Jamás le ofrecí lo que él necesitaba. Fui mediocre.
Sin embargo, me he resarcido con
Daniel. Ese chico está a mi lado desde hace décadas. He permitido
que construya sus maravillosas maquetas en mi hogar. Tengo cientos de
pequeñas casas, muros infranqueables, puentes, bosques profundos,
valles inmensos, trenes, barcos de vapor, motocicletas antiguas o
maravillosos rompecabezas de millones de piezas que tapizan algunas
salas como si fueran gigantescos frescos de otras épocas. Se
concentra en cada pieza, perdiéndose en su mundo, dejando atrás el
dolor o los pensamientos más tortuosos. Su compañía es agradable.
Cuando conversamos veo en él al hombre que fue y sigue siendo.
Cuando aquella voz me incitaba a
cometer delirantes y aberrantes proyectos, provocando que tuviese un
miedo atroz y un dolor terrible, supe que Daniel estaba en peligro.
Él y todos los jóvenes. Sabía que si permanecía a mi lado podría
morir. Sin embargo, él tomó la decisión de no soltarse. Me tomó
de los brazos, me miró y me suplicó que confiara en él. Había
superado un trance terrible nada más ser uno de los nuestros: el
debacle y muerte de Akasha.
En estos momentos está a mi lado, a
unos metros, observándome con una libreta entre sus manos. Anota
cientos de palabras por minuto. Se deja guiar por la pasión. Me
recuerda a mí cuando pinto. Es un vampiro inusual. Es un ser
atractivo.
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