Benji habla de la felicidad. Me parece correcto. Él ha conseguido ser feliz pese a todo, lo cual es loable teniendo en cuenta de donde viene.
Lestat de Lioncourt
Mi vida estaba vendida. Era como una
mascota bien entrenada. Tenía que hacer todo lo que él dijera. Sin
embargo, yo seguía siendo humano y no un robot. Podía pensar por mí
mismo y sabía que jamás dejaría aquella esclavitud. En mis
pequeñas manos no había futuro, sino un negro y turbio negocio de
drogas y prostitución. No conseguía nada, salvo llegar ileso a la
cama. Aunque, ileso es sólo un eufemismo. Mi alma estaba rota,
dividida en miles de pedazos y esparcida por todas las grandes
avenidas de New York. Era una rata callejera, un ladrón y un maldito
estúpido que debía sonreír cuando quería llorar.
Siendo sinceros me sentía dichoso nada
más cuando la veía. Ella estaba allí para secar esas lágrimas
invisibles, acariciar mis mejillas y susurrarme que me quería. Sí,
ella me quería. Era el único ser humano loable en toda la ciudad.
Todos ocultan mentiras y podredumbre tras sus perfectas máscaras.
Pero ella no. Tenía ojos de niño, aunque era una mujer adulta, y me
miraba con la ilusión de escapar de allí. Era un ave metido en una
enorme y lujosa jaula. Aquel apartamento era para nosotros una celda
limpia y con bonitas vistas. Su nombre lo conocen bien, pues tanto
ella como yo ahora caminamos al lado de Armand y otros inmortales. El
nombre de esa hermosa joven, la cual tocaba el piano con su alma y no
con sus dedos, era Sybelle.
Los ángeles tienen que tener su
aspecto. Lo juro. Sus enormes ojos azules te hacen preguntarte si el
cielo, en las mañanas de verano, es tan hermoso como ellos. Poseía
una melena rubia, sedosa y brillante que yo solía cepillar. Aún lo
hago. Pese a todo, lo hago. Aunque ya no es para olvidar el dolor, ni
para sentir un poco de afecto, lo hacemos. Es un ritual. Yo cepillo
sus cabellos y ella me besa el rostro, hunde su nariz en mi cuello y
susurra algunos versos en mi oído. Sigo siendo su niño, aunque tan
sólo lo sea en apariencia. No me importa. El amor que ella me
profesa es tan puro y mágico, tan importante para mí, que se ha
convertido en mi nueva adicción. Ya no es el cigarrillo lo que me
importa, sino esa risa cristalina que aún posee.
Podrían decir que es gratitud lo que
siento, pero la gratitud no está llena de complicidad y sonrisas. La
gratitud no tiene nada que ver con esto. Yo la amo a mi modo. Soy un
hombre adulto, aunque posea la apariencia de un niño de doce años
bien desarrollado. Tengo cierta estatura, por eso puedo parecer un
hombre delgado y bajito. Pero al fin y al cabo ¿no soy eso? ¿No soy
un hombre? Amo a Sybelle como lo haría cualquier otro. La deseo a mi
lado, beso sutilmente sus labios y me pierdo en la profunda sensación
de placer, y deseo, de su música. Ella es libre, yo soy libre y
Armand también.
Hemos compartido mucho tiempo los tres,
e incluso lo hemos hecho con otros que han ido y venido. Pero somos
quienes continuamos juntos pese a todo. Mi prodigiosa inteligencia,
suspicacia o llámalo como quieras, no impide que siga siendo
parcialmente inocente y quiera creer en los espíritus bondadosos.
Esos espíritus que se pusieron en nuestro camino e hicieron que nos
conociéramos.
No sé que sería sin mis compañeros...
pero sí sé lo que soy. Soy un hombre feliz, con una radio en
Internet donde gasto mi tiempo para otros y un vampiro. Sí, un
vampiro. Soy eterno, más o menos, y veré el fin de los tiempos si
no muero antes a manos de otros. Pero eso no me importa. Sólo quiero
ser feliz, cosa que no fui siendo un niño real. Y la felicidad, eso
que dicen que no existe, suele caminar a mi lado y sonreírme.
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