Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 26 de marzo de 2015

Ellas

La belleza de Claudia era un enigma. No sé porque era tan hermosa. ¿Tal vez por su inocencia fingida? ¿Sus rizos? ¿Los caprichos? La amé por su belleza y porque era mi hija. ¿Qué más daba que fuese un monstruo? ¿No lo era yo?

Lestat de Lioncourt

Pasaba ante mí. Sus elegantes andares me llamaron la atención. La había visto durante varias noches. Tenía los labios carnosos, unos hermosos dientes pese a la higiene que solían poseer los barrios más bajos, y un cabello negro, ondulado y largo. Su piel era caramelo líquido. El sol no había tostado su piel, aunque lo parecía. No recuerdo su origen, pues jamás me interesó demasiado. Respeté ese detalle, como si ese misterio me hiciese crear un vínculo fascinante entre ella y yo.

Me quedé observándola hasta que se perdió en el portal, pude escuchar sus pies descalzándose de esos harapientos zapatos, y como los botones se desabrochaban. Pronto quedaría desnuda, con las ventanas abiertas en plena bochornosa primavera, sin importarle que cualquier hombre la viera desnuda. Estaba cansada de desnudarse frente a todos, abrir sus piernas y recibir el placer de cualquiera que pudiese pagar sus servicios. Era una puta. Una de esas mujeres que se paseaban apoyándose en las esquinas, con el escote perfumado y una sonrisa tan falsa como las pelucas que, todavía, podían lucir algunas mujeres para aparentar mayor belleza.

Permanecí allí, como un gato curioso, agazapada y con las manos colocadas sobre mi almidonada falda. Él me encontró, sonrió canalla y se burló de mis fantasías. Una vez más. Otra vez. Cualquier noche era un momento apetecible para jugar. Él y su estupidez, siempre tomados de la mano como si fueran siameses, me hicieron sentir pequeña, miserable y podrida.

Jamás tendría ese aspecto tan hermoso. Nunca poseería la belleza que ella contenía. Esas carnes cálidas, el pliegue de sus tiernos senos, esos pezones cafés y el escaso vello púbico ensalzando su feminidad. El agua caía cálida sobre su vientre plano, se hundía en su ombligo, y se deslizaba entre sus muslos.

He visto muchas mujeres hermosas. No era la única. Decidí llevármela conmigo. Lo hice poco después, a escondidas, para hacerme a la idea, en mis locas fantasías, que mi vida era la suya y la suya sería mía. Por unos instantes sus recuerdos eran los míos, vivía esos placeres carnales tan pecaminosos y sonreía a los extraños con una voz mucho más sugestiva.


¿Cuántas putas maté? Ni lo recuerdo. También esas empolvadas señoras, con recogidos imposibles, y hermosas vestimentas fueron juguetes. Ellas eran mis muñecas. Se convirtieron en mi aliento, mi necesidad, mi deseo y el vino más cálido que podía beber una niña. Ni mis rizos, ni mis ojos claros y ni mucho menos mis mejillas sonrojadas podían decirte que yo era la bestia, la alimaña, que se agazapaba esperando conseguir que su víctima la contemplara con la inocencia de un ángel.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt