Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 30 de marzo de 2015

La danza de la Muerte

Santino y Armand conversando... Bueno comprendemos ahora el motivo de Santino, por el cual él,  como muchos otros, decidieron ser parte de la Secta de la Serpiente.

Lestat de Lioncourt


—Las escurridizas ratas corrían por las calles como una jauría, dándose un festín y propagando la muerte allá donde podías alzar la vista. El hedor era intenso. Intentaba cubrir mi boca con un pañuelo mientras rezaba. Sabía que íbamos a morir. Dios había enviado de nuevo una de sus plagas para castigarnos sin piedad. No habíamos tenido escrúpulos. La vida había sido vivida opípara para él, por ello nos castigaba. Los ángeles danzaban sobre nuestras cabezas juzgándonos a todos, y el demonio codiciaba las almas impías cuyos cuerpos yacían en las numerosas fosas. Muerte por doquier—hizo un inciso, mientras se acomodaba en la silla, para mirarme a los ojos como si tuviese algo de bondad aún en su corazón—. Tan sólo muerte.

Había pedido, o más bien implorado, que me contase sus motivos. Jamás lo habría hecho cuando nos conocimos, pero él había cambiado. Ya no éramos maestro y pupilo, sino dos inmortales que decidieron compartir una partida de ajedrez.

—Mis ojos oscuros se ennegrecían aún más—cerró sus ojos, se echó en la silla y colocó sus manos juntas bajo su mentón. Parecía rezar, con esos dedos largos rozando los escasos vellos de su barba—. Me dolían los pies y tenía ampollas—prosiguió, para tomar una pose relajada—. Había caminado por diversas ciudades contemplando la muerte, rezando por todos ellos y rogando piedad. Dios no escuchaba. No había motivos para escucharnos. Sabía que nos odiaba por todos los pecados que habíamos cometido, como el orgullo y la traición a la verdad que él nos había concedido.

Él había vivido en una época distinta a la mía. Yo había contemplado los vicios y la virtud de una vida ostentosa, llena de joyas y lujos. Él contempló las ratas consumiendo cadáveres, la muerte en las calles, los niños llorando por sus madres difuntas, la fiebre, los vómitos y la tragedia.

—Mi túnica negra, tan oscura como pesada, cubría todo mi cuerpo. Roma entera se llenaba de frailes y monjes, los cuales rogábamos a Dios y curábamos a los enfermos—afirmó inclinándose hacia delante, para ejecutar un jaque mate perfecto—. Muchos fueron catalogados de santos, otros pasábamos desapercibidos. En las fondas pocos bebían y festejaban, pues la mayoría tan sólo podía beber para olvidar. Ni siquiera se escuchaban las risas joviales de los niños. Las ratas eran las únicas felices. Las ratas que iban y venían y prácticamente me acompañaban allá donde iba.

Recordé entonces esas ratas, las que solían acompañarlo. Comprendí que por ese motivo eran su único consuelo. Ellas le recordaban la virtud y la tragedia que había vivido.

—Algo ocurrió—murmuró sombrío mirándome a los ojos—. Una noche cambié—dijo—. Mi vida se truncó y tomé una nueva fe. La sangre se consagró de forma distinta, Satanás era una serpiente tentadora y las ratas comenzaron a parecerme compañeras agradables. Seguí rezando, pero de forma distinta. Sería el azote de Dios y el pecado, como Dios así lo deseaba. Un inmortal, un vampiro, un monstruo...—su voz se endureció, así como sus rasgos—. Hijo de las Tinieblas—sentenció.

—Santino...—susurré inquieto.


—Dios me mostró grandes horrores y yo decidí creer que sería parte de éstos—dijo, incorporándose—. Armand, hice lo que hice porque era mejor que endurecieras tu alma. Parecías un ángel y por ello te salvé. Me recordaste la virtud que una vez creí cierta, pero esa virtud debía endurecerse. Si no lo hacías, por las causas o motivos que fuesen, morirías.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt