El diablo tiene un mensaje, aunque yo sigo sin creerlo... Éste es su mensaje. Allá tú si lo quieres leer o simplemente buscar un lugar donde huir.
Lestat de Lioncourt
El mayor pecado de Dios es su orgullo.
Un orgullo que ha transmitido a todas sus criaturas. Todos pecamos
mordiendo la misma manzana. Intentamos negar que poseemos esa
impronta. En nuestro código genético está el terrible placer de
saborear éste pecado. Las discusiones, las cuales pueden acabar en
grandes y temibles guerras, se inician por un orgullo que crece y se
extiende por nuestras almas, como si fuera un virus, y que nos evita
poder disfrutar de la vida.
He contemplado el orgullo de Dios con
mis propios ojos. He visto su paraíso, pero también he descubierto
que tras su luz hay oscuridad. Una oscuridad cegadora, temible y
fría. Los querubines pueden cantar alabanzas, los ángeles aplaudir
los sermones inspiradores que él emite, y los arcángeles ser sus
mejores guerreros. Sin embargo, en ese territorio ensombrecido, donde
la esperanza parece que jamás germina, he visto las semillas del
verdadero hombre. Las almas están ahí, alimentándose de su
desdicha y recuerdos, ansiando tocar la luz que emana su creador.
Permití que mi orgullo negase la
grandeza del hombre, pero cuando contemplé su belleza, el calor que
poseían sus acciones, y la verdad intrínseca en su semilla supe que
debía salvarlos. Pero yo no era el pescador de hombres, tampoco era
el pastor que llevaría el rebaño, sino el ángel caído en
desgracia, el mentiroso y el testigo apócrifo, que con su hipocresía
sembraría terror entre los creyentes.
Me condenó a llevar un disfraz y ser
la bestia de las peores pesadillas. Hizo que reptara como una
serpiente. Señaló mis lágrimas como si fueran burla. Hirió mi
corazón. Me olvidó y luego me pidió ser testigo de sus asesinatos.
Él ha matado a millones de humanos, ha dejado atrás la huella de la
sangre y el dolor, pero ha sido por una justicia sagrada, pues su
mano jamás se equivoca. Yo, sin embargo, me mantengo con las manos
ligeramente limpias y la vista alzada hacia los cielos. Quiero tocar
sus puertas, llorar nuevamente sobre su luminoso territorio y rogar
la absolución de todos los que lamentan su dolor en los valles
oscuros donde la muerte no fue el final.
Y aquí estoy, contemplando los altares
cargados de velas y flores. Escucho los rezos. Observo a los
creyentes. Rezan por sus almas, pero los rezos no serán escuchados
jamás. Cualquier tacha, por mínima que sea, será señal de
condena. Ellos no lo saben. Creen en una vida cerca de Dios, pero lo
único que hallarán será un sendero de espinas. Todos los que
niegan a Dios, todos los que creen en él pero han tomado decisiones
indebidas, aquellos que alguna vez soltaron su mano y se perdieron
durante décadas, irán a las sombras y allí llorarán conmigo.
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