La carta pidió que me la enviaran, pero no sucedió así. Eleni me la entregó hace poco.
Lestat de Lioncourt
Apreciado imbécil:
Crees que puedes vencerme olvidándome
en la oscuridad en la cual me aislaste. Te convertiste en mi peor
pesadilla. El silencio se propagó y convirtió en un páramo las
encantadoras palabras que una vez me ofreciste. Me transformé en un
esperpento que agitaba los brazos, te escrutaba como un cuervo y se
alimentaba de tu sombra. Siempre a tu sombra. Nunca me diste un lugar
idóneo. Permitiste que ambicionara la luz de tu mirada, pero tus
ojos no estaban dispuestos a ser únicamente para mí. Por eso, ahora
desde la lejanía, te crees con el derecho de dominarme y rogar a
otros que me derroten en mis osados deseos. Tú que te marchaste. Tú
que me dejaste. Tú que rompiste reglas. ¿Quién eres tú para darme
órdenes? Te has convertido en cenizas en mis recuerdos más
retorcidos. No me incites matalobos, pues puedes perder algo más que
la vida.
Llámame loco. Enciérrame junto al
desdichado ángel que me escruta como si fuera un insecto. Sin
embargo, no lograrás olvidarme y sobre tus hombros pesará el crimen
de no haberme amado como debías. Yo lo di todo por ti, pero yo era
sólo una piedra en el camino. Jamás me concediste la oportunidad de
ofrecerte la felicidad, el camino hacia el sol como si fueses Ícaro,
pues para ti no era más que una marioneta que contemplar en la
vitrina. Sólo me usaste. Jugaste conmigo en contadas ocasiones y yo
bailé para ti pensando que por siempre sería tuyo. ¿Y ahora qué
soy? Sólo recuerdos, ¿no es cierto? Un recuerdo y un lastre
abandonado en París. Me odias porque la fuerza que poseo es la rabia
y el veneno. Yo también te odio porque jamás pensaste en mí
primero. Sólo en ti, en tu madre y en la grandeza de la sangre que
no querías compartir. Púdrete. Ojalá el sol te bañe como
deseabas, pues así quizás te destruya y yo consiga un poco de paz.
No vuelvas a escribirme. No me busques.
No insistas. Tú sólo eres un patético muchacho que solloza ante su
madre, busca sus faldas y ruega porque no se marche de su lado. Ella
es mucho más importante que tú mismo. Eres un idiota. Un imbécil.
No vales nada. Ni siquiera vales lo suficiente para sostenerte en pie
y ser apreciado por tu belleza. Vivirás a la sombra de una mujer tan
fuerte que no te necesita. Tan idiota como yo que viví a la tuya
pensando que sería feliz de ese modo.
De ilusos y soñadores están los
campos santos llenos, pero yo me he convertido en un demonio y estoy
danzando en el teatro. No te necesito mientras tenga el violín. No
preciso de tu amor si el arte me llama. Las musas son mías y no
tuyas. Olvídame si puedes, pues llegado el momento yo desapareceré
convertido en un fantasma.
París 1789
Nicolas de Lenfent
No hay comentarios:
Publicar un comentario