Avicus y Zenobia son un dueto peculiar. Sin embargo, sé que a Mael no le gusta.
Lestat de Lioncourt
Escribiría miles de poemas en tu
nombre, dejaría que mis propias venas fuesen la tinta que describen
tus mejillas sonrojadas y tus profundos cojos oscuros. Me dejaría la
piel, arrancándola a tiras, para curar cada herida de tu alma. Y,
sin embargo, guardo silencio contemplándote frente a mí desnuda,
con la firme intención de contemplarte como quien contempla un
cuadro recién acabado y descubre la perfección de cada pincelada.
El silencio cae sobre tus hombros, mis ojos rondan tus firmes y
pequeños senos, mis manos acarician tus carnosos labios y te llamo
amor, pues no sé llamarte de otro modo.
Recuerdo tus mejillas llenas de
lágrimas rojas, tu cabello revuelto y el miedo atemorizando tu
corazón. Ese murmullo, como el de un ratón, eran tus latidos.
Estabas asustada, perdida e inconsolable. Te rodeé entre mis brazos,
cubriendo tu pequeño cuerpo, mientras ellos me observaban con cierto
asombro. Jamás me arrodillé ante nadie tras salir de la corteza de
aquel roble, sin embargo el Dios había elegido a quien llevaría la
virtud de su semilla, una semilla que aún se conserva en tu pecho y
que es el amor más puro que he podido entregarte.
Acepto que no eres la única que he
amado. Pero no te compadezcas, pues es quien me ha logrado retener
más que las raíces del árbol que me guarecía del sol y sus
poderosos rayos. Ahora, los dos, nos miramos entre papiros, viejos
tomos y recuerdos intentando asimilar el dolor que arrastramos. Hemos
escuchado esa voz, nos ha arrullado, y ahora que ha callado
sostenemos nuestras almas la una con la otra.
Jamás he podido dejar de amarte, pero
he temido por los dos. He temido por verte muerta, como tantos otros,
pese a nuestro poder y milenios. Temía que nos arrancaran la
inmortalidad y todos los secretos que aún no nos hemos confesado.
Ahora córtate el pelo, ponte esa ropa
de hombre y camina conmigo por las ciudades de medio mundo. Comparte
conmigo alguna poesía, toma mi mano y estrecha con fuerza. Seamos
esclavos de la sed, aunque ya ni siquiera nos inquiete, mientras
observamos las luces de neón de los diversos edificios modernos.
Hemos visto cambiar el mundo, pero el mundo no nos ha cambiado.
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