Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 9 de abril de 2015

Rosa Salvaje

Tanto él como yo la amamos demasiado. Es como una segunda oportunidad de hacer lo correcto.

Lestat de Lioncourt


En otros tiempos creí que ser débil era un privilegio. Pensaba que era, sin lugar a dudas, un pequeño beneficio. Si quería acabar con mi vida sólo tendría que exponerme al sol y dejar de sufrir. En mi pecho siempre había un pequeño dolor, un dolor que se extendía por mi alma y me torturaba. Mis ojos de esmeraldas, que para mucho es símbolo de esperanza y para mis víctimas de muerte, brillaban en la oscuridad, igual que los ojos de un gato pardo, esperando que ella apareciese frente a mí, hiciese un leve ademán y me pidiese bailar con ella.

Deseaba bailar con la muerte vestida de niña de seis años, con encantadores rizos, elegante vestido de satén y encaje color pastel, mejillas sonrosadas y labios carnosos. Jamás la amé como a una mujer, pero sí como a una hija y una dulce compañía. Era el veneno más dulce que jamás he probado. Sorbo a sorbo me dejé llevar y bendije sus mentiras.

Hoy pienso que fue un error. Cometí un pecado atroz. Deseaba tener la esperanza, aunque mínima, que ella me amaba. Sin embargo, aprecié en algunas ocasiones su desprecio, burlas crueles, mentiras sutiles y el perfume de una mujer embaucadora que me enloquecía. Ella se comportaba como una mujer, pero yo no podía dejar de contemplarla aferrada a su muñeca, pidiendo que cantara una nana y despejara su frente de pequeños, y encantadores, rizos dorados.

En estos momentos puedo sentir el aire agitando mi pelo. Mis brazos se extienden como las alas de un ave. Puedo recorrer el mundo como si fuese Peter Pan buscando la estrella que me lleve a mi refugio, mi País de Nunca Jamás, donde encerrarme en mi cinismo y en mis libros a la luz de las velas. Sé que aún soy el ser que siempre fui, un hombre retorcido con unos ojos llenos de lágrimas que nunca derramé. Llevo en mi pecho su nombre, su recuerdo, el sabor de sus últimos besos y la promesa que jamás debí cumplir. Estuve a punto de morir.

Por eso, cuando supe de Rose, comprendí porque Lestat la había salvado. Algo en él intentaba llenar el hueco, esa parte paternal y bondadosa, que siempre niega tener. Rose era una niña, como Claudia, pero no estaba enferma, ni moribunda, sino desamparada. Él le dio sus brazos y la hizo una mujer. Y cuando, ya era una mujer, yo la salvé de un calvario en el que se vio envuelta por un estúpido tropiezo.

Moría en una cama, igual que mi pequeña Claudia, con tan sólo dieciséis años y toda una vida por delante. Febril buscaba a Lestat, aunque ella creía que únicamente era su “tío Lestan”. La habían condenado a estar encerrada en una institución, la juzgaban como si fuesen una fulana y una drogadicta. Jamás probó las drogas, se mantuvo pura esperando al príncipe azul que se pareciese a su tío, y era bondadosa. Sólo robó un coche, el de sus “tías”, para dar una vuelta con sus amigas. Ella pagó caro ser un tanto rebelde. Sus hermosos ojos brillaban angustiados, pero la institución brilló en plena oscuridad gracias a las sofocantes llamas que yo provoqué con mi mente. Fuego. Un fuego que acariciaba los muros, salvaba a otras muchachas y a ella misma. Allí las maltrataban, negaban alimentos y medicinas, y ella, nuestra pobre rosa salvaje, se marchitaba.


Jamás amaré a alguien como a Claudia. Mi hija siempre será Claudia. Sin embargo, admito que aquel febril ángel me recordó a ella. Quizás ella expíe nuestras culpas al haber sido malos padres, pues consentimos demasiado y estuvimos sordos ante las verdaderas necesidades de nuestra pequeña.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt