Él fue mi primer amor, por eso hoy le rindo tributo. A ti, Nicolas.
Lestat de Lioncourt
—¿Por qué eres así?—recuerdo su
voz quebrada y sus manos temblorosas agarrándome de la solapa de mi
chaqueta—. ¡Dímelo! ¡Dímelo! ¡Maldita sea! ¡Dímelo!
Jamás había amado de esa forma. Nunca
tuve la fortuna de sentirme desgraciado al contemplarme en los ojos
de otro. Quería limpiar todas sus lágrimas y dejarlo libre, lejos
de mi desgracia y mis falsas promesas. Había recitado mil veces la
misma oración, como si fuese el rezo a un Dios que todo lo puede.
Juré que nos iríamos de aquel pueblo, olvidando sus tierras de
labriego y las montañas que aún eran refugio de fieros lobos. Sin
embargo, tan sólo era capaz de quitarle la ropa con engaños y abrir
sus piernas para disfrutar del calor de su cuerpo.
Esas manos que me acariciaban,
haciéndome llegar al cielo, en esos momentos se crispaban y deseaban
golpearme. Sus labios, que siempre eran atentos y apasionados, se
torcían mientras dejaba que las lágrimas los humedeciera. Sentí
una impotencia terrible y deseé besar su boca mil veces. Quise
llenar su rostro de pequeñas caricias y besos, como si fuese una
imagen sagrada y yo un pobre diablo.
—¡Me juraste que nos iríamos! ¡No
quiero besarte a escondidas!—gritó soltándome, para caer de
rodillas al fallarle las piernas.
—Nicolas...—dije inclinándome.
Mis manos lo tocaron con cuidado,
tomándolo del rostro, secando con cuidado sus lágrimas. Me
arrodillé junto a él, sintiendo como el suelo crujía bajo mis
rodillas, y juro que quise tener las palabras adecuadas. Sin embargo,
sólo podía decirle que le amaba.
—Te amaré ahora y siempre. Yo sé
que éste amor será eterno—apoyé mi frente contra la suya—.
Pero si mi familia lo supiese... morirías. Mis hermanos me han
ofrecido sus más dulces caricias, ya los conoces. Unas caricias que
me han destrozado las costillas y dejado sin caminar correctamente
durante semanas—deslicé mis dedos por sus cabellos castaños y le
robé un beso.
Aquel beso fue amargo. Sin embargo,
comprendí que debíamos irnos. Tenía que dejar a mi madre,
absolutamente moribunda, para poder vivir. Era mi tiempo. Tendría
que hablar con ella. Mi corazón se rompía en mil pedazos y Nicolas,
en esos momentos, estaba a punto de marcharse de mi vida. No podía
permitir que me arrebataran a la única persona, además de mi madre,
que me había comprendido.
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