Jesse hace mucho encontró el diario de Claudia. He conseguido una de sus páginas. No sabía que hubiese encontrado ese poema...
Lestat de Lioncourt
«Tu pequeño rostro de muñeca,
tus dulces bucles dorados
y esos labios de pétalos de rosa
con tristeza, rencor y dolor
marcados...
Son el símbolo de mi desgracia,
del amor y de la traición misma.
Querías asestarme el tiro de gracia
y quedaste huérfana de todo lo que
conocías.
Cubre tu diminuto rostro, pequeña
dama.
En apariencia has muerto joven y
hermosa.
Guarda en tus pequeñas manos enjoyadas
mis últimas palabras de amor que te
regalo.
Lestat de Lioncourt, New Orleans 1821»
He descubierto el poema en un cajón.
Tiene más de cinco años. Desconozco si alguna vez pensó en
dármelo. Es de nuestros primeros años juntos. No recuerdo que
Lestat escribiese, se sintiese atraído por la cultura en ese sentido
o pudiese tener algunas inquietudes artísticas. Sólo sé que está
escrito, de su puño y letra, y firmado con su nombre en letras
enormes, como siempre. Aprecio el detalle, pero jamás me ofreció
tales lisonjas sin una sonrisa altanera.
En éstos momentos toca el piano. Menea
su cabeza cubierta de simbólicos rizos dorados, similares a los
míos, y sus ojos parecen tener un brillo especial gracias a las
velas que se consumen sobre el instrumento. Tiene las mejillas
sonrosadas. Se ha alimentado bien. Quizás de alguna puta, un
marinero borracho o un pobre diablo que caminaba a tientas por una
ciudad que se consume en sus propias sombras. No lo sé. Parece
acalorado. La sangre le ha subido la temperatura. La camisa la lleva
abierta y muestra sutilmente su pecho, ligeramente marcado, mientras
que sus pies están cubiertos con las nuevas botas que adquirió hace
unos días. Las mismas que ha terminado comprando Louis.
Y Louis. Mi amado Louis. Lo contempla
con ensimismamiento mientras intenta aparentar que lee. Es estúpido.
A veces me pregunto cuál de los dos es más estúpido. Quizás la
belleza en los hombres tienen esos terribles estragos. Poseen
belleza, pero no inteligencia o sutileza. Le ama. No puede negar su
pasión hacia cada una de sus canallas peroratas, sus geniales
estupideces y sus encantadoras sonrisas de conquistador sin remedio.
Cualquiera caería a sus pies. De hecho llegué a pensar, hace algún
tiempo, que Lestat era el hombre más atractivo que conocía. Sin
embargo, ahora sólo puedo decir que es pueril e idiota.
No sé en que momento empecé a
odiarlos. Pero los odio. No es otro sentimiento. Sólo es ese. Un
odio atroz. A veces me asusto de mí misma. Sin embargo, no puedo
hacer nada. Tengo que convivir con ellos porque no tengo autonomía.
Pero sé que algún día la tendré. Podré ser yo misma.
Desarrollaré algún plan en el cual pueda deshacerme de ellos y ser
libre.
Sólo quiero ser libre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario