Sus ojos oscuros estaban clavados en
mí. Ni siquiera pestañeaba. Parecía tranquilo, o al menos
disimulaba perfectamente cualquier inquietud. Estaba frente a mí,
con las palmas de las manos sobre la mesa de roble tallada a mano y
vestido de la forma tradicional con aquella especie de levita blanca.
Su cabello estaba algo más corto, pues lo había recortado para
darle mayor pulcritud y marcar sus suaves facciones. Seth tenía una
mirada serena, pero profunda. Su piel no era como la hoja de un
papel, tal y como llegó a ser la de Khayman, y sus labios carnosos
tenían un ligero toque humano. Su boca era rosada, carnosa y poseía
unas líneas que me resultaban familiares. Era la boca de su madre.
—¿Vas a estar observándome toda la
noche?—pregunté.
—Depende—dijo con una ligera
sonrisa—. Sólo quiero saber qué ocurre ahí dentro.
—¿Te refieres a Amel?—toqué con
el dedo índice de mi mano derecha la sien. Él asintió de
inmediato—. En ocasiones no habla, pero está ahí. Lo noto. Puede
sentir todo lo que yo siento y está satisfecho con ello.
—¿Y qué ocurrirá cuando eso no sea
suficiente?—preguntó inclinándose hacia delante—. ¿Qué
pasará? ¿Pedirá que te mate?
—Puedo notar que me ama—respondí.
—¿Y cómo puedes notar eso?—se
levantó y rodeó la mesa, para sentarse a mi lado girando mi silla
hacia él—. Si tú mueres moriremos todos.
—Finjo que no lo sé, pero lo tengo
presente cada anochecer—sonreí y luego me eché a reír—. ¿Crees
que no sé que ahora todos dependen de mí? Dependen del
irresponsable, el caprichoso, el incapaz de seguir norma alguna y el
irreverente. Dependéis de un idiota.
—Tú no eres idiota—dijo tomándome
del rostro, para acariciar con sus pulgares mis pómulos y pasar sus
dedos por cada uno de mis rasgos—. Realmente eres hermoso. Es lo
que pensé cuando te contemplé. Dices lo que quieres, no te detienes
por nada y eres capaz de lo imposible. Has probado todos los límites
y ahora estás limitado, ¿no te sientes hundido por ello?—aparté
sus manos de mi cara y negué—. Lestat...
—Llevo una carga muy pesada. He
pasado de Adonis a Atlas—murmuré jactándome de mi nuevo destino—.
Mi madre me dijo una vez que haría grandes cosas. Tal vez ella vio
mi futuro antes que cualquiera de nosotros.
—Tienes suerte—respondió con una
ligera sonrisa—. Mi madre era una tirana. Se convirtió en un
monstruo. Dejó morir a mis hermanas y a muchas mujeres que decía
amar. Ella despreciaba a todos. Sólo quería la belleza, la
perfección y el poder.
—Nos estamos desviando del
tema...—canturreé—. Sea como sea, Seth. Estoy bien y no necesito
que me estés observando y me impongas un escolta.
—Pero...
—Ve y disfruta de la noche. Yo haré
lo mismo—dije levantándome para marcharme de aquella sala.
Fuera me esperaba la noche, mi vieja
moto y Louis intentando contener el nerviosismo mientras observaba
aquel vehículo salido del infierno, según él. Acabé subiéndome,
sin necesidad de casco alguno, para luego jalar su brazo y provocar
que se subiera.
—¿Dónde vamos?—preguntó
aferrándose a mí.
—Qué se yo... ¡La noche es
joven!—aullé encendiendo el motor.
Lestat de Lioncourt
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