Recuerdo su esfuerzo por sobrevivir y
aún siento escalofríos frente a la confesión de su próxima
muerte. De eso ya hace más de dos siglos. El castillo se muestra
imponente alzándose en medio de un mundo que parece perdido. No
salimos en las guías turísticas, ni tampoco en muchos libros de
historia, pero Auvernia tiene el placer de poseer un emplazamiento
increíble y contener trozos de mi familia. Para mí eso basta para
volver. Son mis raíces. He vivido en diferentes lugares. He visto la
muerte a los ojos en el Cairo, pero también en donde siempre quise
pertenecer que son las cálidas tierras de New Orleans.
En estos momentos, sintiendo el sopor
del calor veraniego, vienen a mí diferentes vivencias ocurridas en
cada una de las torres. Ella está cerca. Caza por los viejos bosques
algún animal de gran tamaño. Hoy ha decidido que la sangre humana
no calmará su sed. No quiere marcharse. Sabe que es una noche
decisiva. Muchos están reunidos entorno a la mesa. Algunos se miran
con impaciencia y otros con esquivas miradas. Yo aún no presido la
reunión. Creo que los haré esperar durante algo más de media hora.
Necesito cerrar los ojos, dejar que mis recuerdos fluyan y pueda
verla como la mujer que fue.
Esa pequeña cintura, la cual se
aprisionaba por el corsé, parecía tan delicada como el tallo de una
flor. Sus manos temblaban por el frío y, a duras penas, sostenía
algunos de sus libros. Creo que hacía mucho que no rezaba. No
recuerdo plegaria alguna en sus labios. Para ella Dios estaba tan
muerto como para mí. Sus sueños eran la única esperanza, sus
recuerdos un leve alivio ocasional, y sus ojos grises, tan grandes
como sus labios, parecían entumecidos en una añoranza eterna. Era
como ver un cielo que está a punto de diluviar, pero no se atreve.
Era terrible.
Hace unas noches nos quedamos a solas.
No había nadie más. Sólo ella y yo. No hablamos. No hubo palabra
que pudiese cruzarse entre ambos. Creo que ya nos hemos contado
muchas cosas, aunque aún no la conozco del todo. Sólo sé que es
como un animal salvaje. Sin duda parece una gata herida que protege
su territorio. Tiene una erótica sonrisa y una mirada penetrante.
Jamás la he visto con tanta vida. He notado como la Sangre de
Sevraine ha cambiado algo en ella, pero aún no sé qué puede ser.
Para mí ella es como una gema. Me siento atraído, sé que es un
gran tesoro, pero temo que tenga una terrible maldición en su
interior y me aterra.
Amel me ha susurrado que puede decirme
todo lo que ella siente, pero me he negado a escucharlo. Con cuidado
he pedido que me hablara de aquello que quiere conocer. Él
simplemente ha reído, me ha pedido disculpas y ha hablado de
sensaciones nuevas que ha sentido gracias a mí. Sensaciones como el
amor tan profundo que siento hacia mi madre. Eso me ha reconfortado.
Extrañamente me reconforta que él note el amor, pues creo que el
amor puede generar en nosotros cambios más beneficiosos que la ira o
el temor.
Lestat de Lioncourt
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