David y Jesse son un dueto extraño pero cómplice. Hacía mucho que no sabía de ellos y tenerlos cerca me vino bien.
Lestat de Lioncourt
—¿Vuelves a estar
pensativo?—preguntó mientras observaba las ruinas.
—Recuerdo cuando las galerías
estaban repletas de lirios, las estanterías parecían no querer
ceder a los libros que se acumulaban y los archivos estaban ocultos
entre viejas pinturas, hermosos muebles y elegantes tapices—expliqué
fatigado.
El corazón de Seth latía en mis
oídos, como si fuese un mosquito, mientras respiraba agitado
admirando las ruinas de un mundo que conoció en mejores
circunstancias. Fareed se aproximaba al pequeño montículo donde
estaba el cuerpo y la cabeza de Maharet. No muy lejos se hallaban los
trozos del cuerpo de Khayman. Aquello parecía obra de un ejército
de guerrilleros, los cuales entraron y asaltaron destruyendo todo a
su paso. Las aves que cantaban a todas horas, incluso en plena noche,
parecían haber huido a tiempo. No había nada más que cenizas,
piedras y sangre reseca. La carne de aquel cuerpo duro, marmóreo y
atractivo estaba esparcida por todo el área. La granada de mano
dispersó rápidamente todo lo que fue aquel recinto. Era un lugar de
guerra y no de paz.
—Intento ser fuerte, David—susurró
buscando mis brazos.
Abrí mis extremidades y la rodeé
firmemente. Besé su frente y la miré a sus hermosos ojos verdes.
Tenía unas esmeraldas que imploraban cariño y justicia. Sin
embargo, por el bien de todos habíamos decidido enterrar la guerra y
avivar la paz. Sus mejillas estaban aún teñidas de rojo, por las
lágrimas que había derramado, y sus labios pedían un beso que no
me atrevía a robar.
—Sé que es saber que se ha cometido
una injusticia y no poder hacer nada. También sé que es no poder
enterrar a tus muertos como es debido. Ella no está aquí ya. Su
alma ha volado libre—dije tomándola del rostro—. Jesse, he visto
morir a muchos que amaba. Aaron era mi mejor amigo, mi hermano, y un
ser espléndido que murió engañado y abrumado por una verdad
incómoda. Merrick dio su vida por salvar un alma atormentada. Y
tantos otros, Jesse, que la vida misma me ha ido arrebatando. Sólo
puedo decirte que seas fuerte, tomes impulso y no mires atrás. Si
quieres mirar hazlo, pero no te rindas. Tú eres más fuerte—susurré
acariciando sus mejillas.
Ella sacó mi camisa de algodón blanco
del interior de mis pantalones, para colar sus manos por mi espalda y
acariciar mi piel. Sus dedos se movieron como gotas de lluvia en un
cristal. Me percaté que necesitaba el calor de mi cuerpo, así como
la comprensión de mi alma. Volví a rodearla, pegándola con cariño,
mientras permitía que escuchara el latido de mi corazón.
—¿Serás fuerte?—pregunté.
—Si estás a mi lado puedo
serlo—respondió—. Porque tú haces que quiera recuperarme para
levantar cada una de éstas piedras. En ti veo el hombre que conocí
y no contemplo a un extraño. Tu rostro es tan familiar como cada una
de tus palabras. Tú siempre has sido el director de la orden que
tuve que abandonar... —guardó silencio y alzó su rostro para
mirarme directamente a los ojos—. Un hombre sabio y honrado en el
que puedo confiar.
—Confía en mí, pero no dejes jamás
de confiar en ti.
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