Si hubiese sabido que me odiaba posiblemente hubiese intentado paliarlo de algún modo.
Lestat de Lioncourt
Tocaba. Sus dedos se movían sobre el
piano con una agilidad pasmosa. Solía sentarse frente al instrumento
algunas horas. Parecía festejar las muertes de todos los idiotas que
se interponían en sus planes. Disfrutaba de las obras más
innovadoras y se regocijaba en las frases más inquietantes de los
diálogos. Se dejaba llevar. Solía saborear la vida a grandes tragos
y se precipitaba por las calles cercanas como si fuese un monstruo,
pero con la elegancia característica de épocas pasadas. Su cabello
rubio, revuelto y suelto era como la melena de un león que
centelleaba bajo su sofisticado sombrero. Las mejores telas cubrían
su cuerpo, con el mejor patrón y todo hecho a mano. Sin embargo, era
más puro frente al piano. Pues la música acelerada era única entre
los nuestros. Ningún mortal podría tocar como él.
Durante algunos años admiré al
demonio que se vestía elegante y mataba con sus encantos. Era la
muerte más soberbia que podías tener. Me deleitaba contemplando
como destrozaba la vida de cientos de hombres y mujeres, los arrojaba
al canal más cercano y bailoteaba sobre las tumbas de los
cementerios. Pero poco a poco fui detestándolo.
Odio que me toque el cabello y me llame
hija. No puedo evitar el asco cuando me estrecha entre sus brazos y
besa mi aniñado rostro. No soy inocente, pero él es peor que yo. Me
condenó a ser así. Nadie me preguntó. Él no me dio a elegir. Me
siento atrapada en un cuerpo diminuto de aspecto doliente e inocente.
No lo soporto. Él tiene la culpa de todo. Él y Louis. Sin embargo,
Louis es débil y fácil de manipular. Puedo usarlo a mi antojo. Con
Louis jamás tendré problemas, pero él es irreverente y jamás sé
lo que puede estar pensando. Es estúpido, pero a la vez astuto. No
imagina siquiera el odio que germina en mí como una enredadera.
Hoy sólo vivo para la venganza.
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