La vida no siempre nos da todo lo que
deseamos. No podemos esperar que aquello que ansiamos, eso que
creemos merecer, venga por su cuenta y riesgo. Hay muchos que quieren
triunfar sin siquiera mover un dedo. Todos esos ingenuos terminan
siendo infelices. Es normal que haya tantos estúpidos con el orgullo
herido y el alma rota a jirones. Es común el inconformismo, pero
pocos dan el paso hacia delante para impulsarse hacia nuevas metas.
Muchos piensan en como actuar ante cualquier situación, pero yo no
soy de esos. Yo aprendí desde joven a ser impulsivo y hacer todo lo
posible por lograr la felicidad, mis pequeños y alocados sueños,
porque otros no me ofrecerían más que desprecio y su espalda.
Hoy, desde mi posición privilegiada,
veo el valle que me ocultó y respaldó cuando era un infante.
Recuerdo los primeros pasos en éstas tierras tan toscas. Fui muy
infeliz, pero también logré algo de felicidad y sé que mi historia
comienza aquí y no en París. Aquí fue cuando me alcé como un
triunfador al matar ocho lobos, tan inocentes como yo, para que los
pastores y habitantes del pueblo quedasen tranquilos y refugiados en
sus miedos. Aquí, y no en otro lugar, conocí a Nicolas que me abrió
el alma y el corazón, para después dejar un hueco que jamás he
logrado llenar. Mi madre me dio a luz en ésta misma habitación,
donde me encuentro mirando el valle y las estrellas, y en la misma me
confesó que podía morir en breve. Aún me recorre una sensación
extraña en el espinazo. Tenía un miedo terrible a la muerte y al
vacío que se crea tras ella.
Recuerdo la voz de mi padre, firme y
áspera, diciéndome que jamás llegaría a ser algo más que uno de
sus hijos. No tendría el título, ese sería mi hermano mayor, y ni
una de las tierras serían para mí. Me dijo con desprecio que dejase
de soñar con revivir los buenos tiempos de nuestras tierras de
labriego, pues yo no era el heredero. Para él era un despojo. Yo no
merecía ni comer las sobras de mis mastines. Sin embargo, sé que si
supiese como he acabado, quien soy realmente, y las cosas que he
hecho estaría orgulloso, se tragaría sus palabras y orgullo, y
posiblemente en estos momentos me estaría abrazando. Al menos quiero
creer que así sería.
A veces me imagino como hubiese sido mi
vida de vivir en éste lugar, sin haberme marchado a buscar un sueño.
Posiblemente hubiese muerto en la cama rodeado de mi familia. Pero es
cierto que las circunstancias de la Revolución Francesa me hubiesen
tratado mal, como trató mal a mi familia. Ser noble en aquellos
tiempos era símbolo de decadencia, de un pasado que despreciaban y
que aún desprecian. Sin embargo, hay un príncipe en Francia que
sonríe altanero y escucha una voz, un ser que vive con él, mientras
toma posesión de un gigantesco reino en el cual cientos de seres
esperan con ansias su voz, sus palabras... sus decisiones.
He conseguido lo que tengo por mi
imprudencia, pero también por perseguir mis sueños. Jamás nada me
ha detenido. Soy impulsivo y nunca me gusta dar por vencido un sueño.
Me siento insatisfecho con la vida y busco llenar esos huecos. Nunca
estoy contengo del todo. Aunque admito que soy feliz. Tengo cosas que
otros ansiarían tener. En definitiva... el príncipe busca nuevas
metas, aunque ésta vez tendrá que ser sin tomar tantos riesgos.
Lestat de Lioncourt
No hay comentarios:
Publicar un comentario