Encontré esto en uno de los libros de Louis, ¿creen que debería decirle que lo leí?
Lestat de Lioncourt
Odiaba a Lestat. Odiaba cada milímetro
de él. Sentía un odio inmenso, pero a la vez me sentía
terriblemente atraído. Era increíble. No podía apartar la vista de
él y de sus zafios modales carentes de respeto. Sólo se mostraba
cortés y educado en las pomposas fiestas de los demás
terratenientes. Sonreía, decía algunas palabras correctas y
halagaba la belleza de las damas que se derretían a su paso. Era
como ver la perfecta personificación de la elegancia más deliciosa,
pero en la intimidad seguía siendo un animal salvaje que cruzaba mi
finca como si fuese un demonio, un déspota con mis esclavos y con
todo el servicio que parecía idolatrar mis bondadosos actos. Para él
nada era suficiente. Todo carecía de brillo o poder. Siempre quería
más y alimentaba su ponzoñosa alma hundiendo sus dedos en mi
tragedia.
Sin embargo, cuando guardaba silencio
veía amor en sus ojos. Contemplaba una profunda fascinación hacia
mi rostro quejumbroso y mi alma doliente. Algo en él le impedía ser
amable o mostrar el respeto suficiente ante mis decisiones. Quería
decirme algo, pero estaba completamente hundido en su mundo salvaje y
en su máscara. Deseaba que rompiese esa maldita máscara. Odiaba esa
sonrisa fingida y esas manos que me acariciaban en las noches,
abriendo mi camisa y hundiéndose entre mis sedosos cabellos negros.
Recitaba poemas cuyo significado desconocía y besaba mi cuello
provocando ciertos escalofríos. No podía dormir cerca de él, pero
él parecía necesitar mi compañía.
Ahora lo sé todo. Sé que escondía
bajo su carisma y su maldad. No era más que una pose. Tenía miedo.
Quería mostrarme todos sus secretos, pero era incapaz de hacerlo. Él
no obtuvo la sangre por deseo, sino porque alguien decidió
concederle una condena eterna que puede parecer deliciosa, pero es
tan sólo un maleficio que te aplasta como una pesada losa. Pude
conocer en él miles de rostros, talentos y sentimientos. Vi el
orgullo cuando contemplaba a Claudia. Un orgullo que no se desvanecía
a pesar que ella dejó de pasar horas a su lado. Ese orgullo sólo
surge del amor paternal. Creo que él también veía en mí ese
orgullo. Pero, ¿podía ver mi odio? ¿Pudo palpar mi repugnancia
hacia sus actos descabellados? No lo sé. Sólo sé que me convertí
en inquisidor de cada uno de sus actos, buenos o malos, por puro
rencor. Guardaba rencor al hombre que no me quería decir lo que
sabía, lo cual era escaso. Algo que no quería decir por mera
protección y yo, como un maldito imbécil, terminé narrando mi vida
en tiempos modernos. Arranqué todo ese rencor y lo arrojé sobre una
grabadora cualquiera en manos de un joven periodista.
¿Qué debo hacer? No lo sé. Tal vez
escribir éstas líneas en uno de mis libros favoritos me ayude. Sí,
tal vez. ¿Debo ir a verlo? ¿A él? ¿A Monsieur Rock Star? No lo
sé. ¿Le importará mi visita? ¿La aguarda? Quizás es hora de
romper con los miedos y cadenas...
San Francisco 1985
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