—Sus ojos oscuros observaban con
calma la televisión. Para cualquiera podría ser una escultura
lograda de una diosa egipcia desconocida. Sus cabellos estaban recién
peinados, las joyas resplandecían y sus telas de lino parecían
cómodas como frescas. Él parecía más somnoliento, como si nada le
importase realmente. Estaban completamente ausentes. Llevaban varios
siglos sin mostrar actividad alguna. La última vez fue un desastre y
frente al mismo cretino que lanzaba aullidos en aquel incansable
videoclip. El mundo entero estaba a sus pies, tal y como había
pensado décadas atrás, y parecía más vivo e irreverente que
nunca. Nada presagiaba que ella se incorporaría y se alzaría frente
a todos. Tan sólo horas más tarde ocurrió la primera gran tragedia
en siglos. Ella despertó, cobró vida, y luchó contra el mundo
porque se encontraba fuera de éste, como si siguiese siendo una
pieza de museo. Lo recuerdo vivamente y aún tengo pesadillas. Ella
muerta, destrozada, sin querer escucharnos. Fue terrible—los ojos
de Marius parecían dos glaciares. Su rostro era una amalgama de
sentimientos encontrados. Bajo la luz tenue de las velas parecía
cobrar vida más allá de lo habitual. Parecía una pintura que a
ratos irradiaba luz propia, como si cada pincelada se moviese
ligeramente y creara un nuevo cuadro. Vestía una de sus túnicas
habituales, de su color favorito, y su cabello estaba suelto y libre
de cualquier atadura.
—Yo desperté entonces—intervino
Arjun—. Pero decidí no acudir a vuestro encuentro. Creí que no
era pertinente.
—No importa ya—dije—. Eso es
historia.
—También ésto es historia—comentó
Benji observando como su pequeño aparato grababa nuestras voces—.
Hace tiempo que deseaba escuchar la historia narrada por todos. Los
más jóvenes también desearán conocerla.
—Nosotros decidimos quedarnos
refugiados y cuidar a los jóvenes que conocíamos—explicó
Gregory—. Por otro lado, mis escasas intervenciones en aquellos
días fue para salvar algunos jóvenes y cuidar a Davis.
—Quiero saber dónde está el cuerpo.
Los cuerpos de Khayman, Maharet y Mekare están en Nueva York, ¿y el
suyo?—todos guardamos silencio ante esa pregunta tan impertinente
que todos teníamos.
Amel guardó silencio en mi cabeza. Él
estaba ausente a ratos, como si no quisiera oír aquellas miserias.
Creo que sentía dolor, pero no deseaba demostrarlo. Había llegado a
odiar a Akasha mucho antes de ser parte de ella, así como de todos
nosotros, pero por algún motivo acabó aferrándose a su cuerpo con
tal de saber lo que es estar vivo. Sin embargo, hasta ahora, no logró
su objetivo.
—No lo sabemos—susurré con la voz
quebrada—. Quiero decir...—me armé de valor y hablé entonces
con mayor contundencia. No había titubeos—. Antes no se hacían
preguntas. Nadie preguntó por su cuerpo. Simplemente intentamos
sobrellevar el momento. No estaban las cartas sobre la mesa. Supongo
que Maharet le dio sepultura junto a Khayman, pero se desconoce el
lugar y no sabemos si algún día lograremos hallar esa tumba.
Tampoco sé si se logrará hallar su alma entre las que están
apareciendo. Quién sabe—dije encogiéndome de hombros—. Lo
importante, Benjamín, es lo que estamos logrando ahora. Hemos tenido
que sufrir varias tragedias para unirnos y ver lo importante que es
tener en cuenta a todos y cada uno de nosotros.
Todos guardaron silencio. Los ojos
oscuros de Benji se clavaron en mí y luego acomodó su sombrero,
para tomar asiento al lado de Armand. Mi antiguo enemigo, actualmente
aliado y amigo, estrechó la mano del muchacho y me miró con
aquellos enormes ojos castaños. En otra época me hubiese parecido
irreal que él estuviese a mi lado, tal y como estaba allí sentado,
con el aspecto de un ángel y el deseo de conocer. Al fin se abría
al mundo y me mostraba su dolor. Yo conocía bien ese dolor.
Comprendía la soledad. Amel también la sentía y comprendía.
Armand parecía un querubín, pero no era el único.
Louis apoyó su espalda en la silla y
miró al frente. Sus ojos verdes parecían apáticos. No estaba
cómodo hablando de aquellas noches tan terribles. Se sentía
fatigado. Sin embargo, sabía que él estaba lleno de esperanzas. Al
fin pertenecíamos a alguien más que a la muerte. Estábamos vivos.
Lestat de Lioncourt
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