No quiero imaginar el dolor y la angustia que pasó Khayman. Ahora descansa.
Lestat de Lioncourt
Contemplaba como ardía todo. Era un
mero espectador. Como si fuese tan sólo una escultura alzada en
mitad de la tragedia, sin siquiera comprender las terribles
consecuencias que podían ver mis oscuros ojos. Hace tiempo que
desconozco el motivo por el cual todo a mi alrededor se convierte en
humo, ceniza, fuego y gritos de angustia. La desesperación parece
anidar en las almas de aquellos que perecen.
No recuerdo el camino. Me pierdo por
los senderos del refugio próximo a nuestro hogar, camino descalzo
con los dedos hundidos en el lodo y reaparezco envuelto en cenizas
con los ojos llenos de lágrimas. Nada calma el dolor. Es como si
dividieran mi corazón en mil pedazos. La escasa cordura que alguna
vez tuve se diluye en mi sangre, se convierte en veneno y ese veneno
lo saboreo como hiel en mis labios. No disfruto de la vida. En
realidad, llevo meses hundiéndome en sueños terribles donde soy un
monstruo que se alza apático, terrible y con deseos de venganza. Sin
embargo, ya la guerra terminó. Enterramos el cuerpo, las armas y la
frustración de otros tiempos. Todo debería estar en paz. Sin
embargo, la paz no prospera.
La vida se ha convertido en una rutina.
Soy de nuevo un militar al servicio de un ser extraño. Pierdo la
capacidad de mi cuerpo, entro en un caos terrible y cuando llego al
hogar, sucio y cansado, sólo encuentro unos ojos azules cargados de
amargura. Maharet no puede soportar más el dolor de verme convertido
en un asesino despiadado. Jamás mis manos estuvieron manchadas de
ese modo. Siempre intenté ser justo, pero la justicia no comprende
de esas terribles Quemas.
El sudor pega a mi frente mis largos
cabellos negros. Mi piel blanca, como el mármol, parece una hoja de
papel en la cual se puede leer culpable. Mis ojos oscuros, los cuales
contemplan aún las luces tintinean en algunas aldeas cercanas, ven
lo terrible que soy cuando me miro en el reflejo del pequeño lago.
Me he convertido en un monstruo insaciable, mucho más terrible que
la antigua Reina y no puedo dar marcha atrás. Lloro por la tragedia
que se avecina. Me aferro a las faldas de Maharet, suplico que me
siga queriendo y que no permita que me marche. Pero es imposible.
Nadie puede detenerme. Soy un juguete roto en las manos de un sádico.
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