—¿Alguna vez has amado hasta sentir
que el corazón te duele?—dije con la mirada perdida en las oscuras
sombras de la habitación.
La luz de la vela incidía suavemente
sobre las partituras del piano, al igual que la luz de la farola de
gas próxima al balcón, mientras que el resto de la habitación
permanecía sumergida en la oscuridad casi total. Él estaba frente
al piano, acariciando ligeramente las teclas y dejando que sus ojos
claros, tan azules como un cielo veraniego, se concentraran en la
última pieza que había compuesto. Podía sentir su sangre
moviéndose cálida por aquellas venas tan frágiles, sus mejillas
ardían y el olor a vino se había anclado en sus labios. Tenía una
boca carnosa, en forma de corazón, y al sonreír parecía un felino
travieso. Era hermoso, sutil y elegante. Allí colocado con aquel
cuerpo de apariencia frágil, aunque con la fuerza y vitalidad de un
hombre joven, daba la sensación de ser irreal.
—No he tenido ese placer—respondió
girándose hacia mí—. Aunque puedo afirmar que te amo, pero no de
ese modo. Todavía me queda muchísimo por conocer, Lestat—esbozó
una suave sonrisa, tan tímida como hermosa, y luego volvió a tomar
su posición inicial.
—Yo creí que lo había sentido
cuando tenía aproximadamente tu edad, era todavía humano. Marché a
París con quien creía el amor de mi vida, quien me había arrancado
la tristeza con las elegantes notas de su violín. Era un demonio
codicioso de filosofía, política y libertad. Un ser hermoso y ruín
a la vez. Vivía entre la luz y las sombras, sobre todo la luz que yo
proyectaba para él—murmuraba mientras acomodaba el pañuelo de mi
cuello—. Pasamos miseria, pero a la vez viví una aventura que
jamás he podido olvidar.
—¿Cómo se llamaba?—preguntó.
—Nicolas. Se llamaba Nicolas de
Lenfent. Tú me recuerdas a él si hablamos de su espíritu creativo.
Un espíritu que derrochaba su talento en tabernas y alcohol
barato...—sonreí con amargura y me incorporé para acercarme a
él.
Acabé precipitándome sobre su cálido
y tierno cuerpo. Lo estreché entre mis brazos asiéndolo hacia mí.
Mis manos acariciaron sus cabellos negros y sus pómulos marcados. Me
incliné y besé sus labios de forma tenue, algo erótica, para luego
perderme en sus ojos y confesé al fin.
—Era mi amante, pero ahora tengo otro
que me robó el aliento. En estos momentos me siento perdido—él
rió cuando me escuchó decir aquello—. ¿De qué te ríes?
—Louis siempre será tu talón de
Aquiles, siempre—explicó—. Ves en mí el talento de tu viejo
amante, pero en Louis ves un amor que irradia algo que no sabes
comprender, que te fascina por eso mismo...
—No. Yo a Louis le comprendo
bien—expresé con rotundidad mientras me apartaba, para luego irme
al balcón y escuchar el sonido de los carros pasando por las calles
aledañas—. Toca, Antoine. No quiero llorar esta noche por un amor
no correspondido.
—Creo que él te ama—afirmó—.
Pero a veces nos da miedo el amor...
Lestat de Lioncourt
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