Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 22 de junio de 2015

Viejas noticias

La próxima semana tendrán más información sobre este hecho, así como una entrevista a Armand. 
¡La Voz de la Tribu no debe ser callada!


Lestat de Lioncourt

Habían decidido salir del lugar de reuniones habitual. Benjamín se había quedado en el edificio que había adquirido Armand en la ciudad. Se alejaban aceleradamente en un flamante deportivo. Molloy conducía imprudente, como en décadas atrás cuando era todavía un simple periodista, mientras que Talbot intentaba concentrarse en los documentos que había logrado gracias a sus contactos, cada vez más estrechos, con la vieja orden que él mismo había dirigido. El tráfico estaba intratable en algunas manzanas, pero cuando llegaron a las afueras el vehículo parecía una bala recién disparada.

—Cuando llegues a la próxima gasolinera estaciona, por favor—David ni siquiera había despegado su vista de los documentos.

Aquellos papeles eran parte de una historia que conocía de primera mano, aunque no la vivió como vampiro. En aquellos años todavía era un humano, aunque con ciertos conocimientos sobre el vampirismo. Tenía el cabello plateado, el rostro lleno de arrugas, unas manos algo torpes y un cuerpo que comenzaba a sentir el peso de los años. Había sobrevivido a años de entrega a una orden que lo había sido todo, pero en aquellos días las noches se volvieron más intensas y se convirtieron en un espectáculo digno de una película de acción. Los informes sobre vampiros se acumulaban en su pequeño escritorio, Jesse Revees había encontrado el diario de Claudia y tuvo encuentros con su fantasma, y Lestat de Lioncourt aullaba por la radio sus populares éxitos de rock and roll.

—Sí—respondió sujetando con decisión el volante.

El retrovisor mostraba una ciudad de Nueva York en calma, llena de tráfico y luces estridentes. Pronto encontrarían la primera estación de servicio, en la cual abandonarían el coche para seguir su viaje por los aires. Debían visitar San Francisco aquella misma noche. Era necesario reunirse con una vieja compañera que había trabajado para el periódico donde él tenía la columna. Hacía décadas que no había entablado relación alguna con ella. Se encontraba ansioso. Según le había informado poseía algunos documentos sobre los hechos y tenía un problema en su viejo apartamento, del cual no había logrado deshacerse.

La estación de servicio tenía un pequeño restaurante, así como un pequeño supermercado, sólo dos vehículos estaban aparcados. Uno de ellos repostaba, el otro estaba sin ocupantes. El dueño de la gasolinera se encontraba en el interior vigilando a dos jóvenes que habían entrado a comprar algunos refrescos, dos de sus empleados estaban en el puesto del restaurante de comida rápida y otro más, el que se dedicaba al repostaje, se encontraba conversando con la joven que, con cierto descaro, coqueteaba con él acariciando su largo cabello negro.

El flamante deportivo descapotable fue presa de miradas de todos los que allí se encontraban, pero pronto perdieron el interés. David descendió primero, acomodando bien los documentos en una cartera de piel negra, Daniel se acomodó los pantalones y echó el seguro del coche. Ambos echaron a caminar, como si discutieran, se marcharon por la carretera y llegados a un punto, donde sólo eran dos figuras desdibujadas, se abrazaron y se alzaron por los aires.

En menos de unas horas se hallaban en San Francisco. Ella les esperaba cerca del estadio. La reconoció pese a los más de veinte años que no cruzaban mirada alguna. Vestía mucho más formal que en los años ochenta, tenía un elegante traje blanco muy sofisticado. Su cabello, que siempre fue largo y rubio, estaba bastante corto y era de un tono más oscuro. Pero su rostro, siempre enigmático, poseía los mismos rasgos que él una vez había amado en secreto.

—Hellen—dijo con la voz tomada por la emoción del momento.

Ella lo miró incrédula. Había escuchado su voz, la cual se había mantenido joven y vital, pero su aspecto hizo que la sobrecogiera. Aquellos jeans desgastados, esa camiseta blanca ligeramente arrugada y el cabello rubio, revuelto y espeso era la imagen que siempre había tenido. Era un muchacho, el mismo muchacho con el cual conversaba en las arduas jornadas del periódico. El hombre que le acompañaba le suscitaba ciertas dudas. También era joven, atractivo y tenía una mirada sosegada que la calmaba. Sin embargo, era demasiado estirado. Vestía un traje oscuro, con una camisa también oscura y una corbata a juego. Por su aspecto juraba que era un hombre de negocios, un abogado o banquero.

—Él es David Talbot, un amigo que está familiarizado con los problemas de tu apartamento—comentó con una ligera sonrisa—. Me alegra verte tan...

—Vieja. A tu lado me veo vieja—dijo—. Los documentos son estos, no he tenido valor para escucharlos hasta ahora. Son cintas que grabó Eric Levinson, mi prometido por aquellos días.

—¿Por qué no ha sido él quien ha contactado con nosotros?—interrogó tomando la caja, de simple cartón marrón, que le tendía.

—Porque falleció, Daniel—respondió intentando mantenerse entera—. Aquella fatídica noche falleció. Todos dicen que fue un atentado terrorista, otros que fue error en los fuegos artificiales del evento. Sin embargo, aquí se escucha otra cosa—no sabía como calificar las grabaciones—. Otra cosa distinta.

Molloy abrió la caja y vio una cinta de cassette, una vieja grabadora y una cámara de fotografías. También había un sobre, donde supuso que estarían las fotografías que habían tomado. Él revisaba todo aquello mientras Talbot mantenía la mirada con la joven.

—Habla de un ser sobrenatural que provocaba los distintos incendios, los cuales fueron calificados por algunos científicos como muestras irrefutables de la existencia de vampiros. Sin embargo, usted nunca creyó esos informes, pese a haberlos leído y revisado miles de veces, pues le parecía absurdo.

Su tono de voz y su forma de expresarse había logrado llamar la atención de la mujer, aunque aún más al sentir que le había leído la mente o al menos espiado. Ella tembló apretando sus manos y asintió ligeramente.

—¿Su apartamento queda lejos?—preguntó.

—No, sólo a unos diez minutos caminando—dijo observando a Daniel.

Su piel era llamativa. Tenía una piel lechosa que realzaban sus ojos violetas. Aquel pelo rubio, tan revuelto, parecía brillar bajo las luces del alumbrado del estadio. Él había estado allí. Salía en aquel vídeo. Estaba junto a un joven de cabellos rojizos, mucho más pálido que un ser común, y parecían rugir como si fueran animales. También aparecía un hombre de rasgos árabes llevándose por los aires a un muchacho afroamericano. En aquella cinta, narrada con todo lujo de detalles, hablaba de un desastre de proporciones bíblicas. Las fotografías eran reveladoras. Había cientos de seres en llamas gritando a los cielos nocturnos.

—Bien, vayamos—respondió Talbot.

—No. Sé que sois... Os oí en la radio... pensé que era tan sólo teatro... un modo de ganar dinero... ¡No os acerquéis a mí!—balbuceó y echó a correr.

Pronto se perdió entre la multitud. Molloy quedó con su caja entre sus manos y Talbot simplemente suspiró. No podían ayudarla si ella huía de ese modo. Ambos se perdieron también, pero entre calles más desiertas, y decidieron volver a la gasolinera. Tuvieron que parar a mitad de camino, pues amanecía. A la noche siguiente, cuando regresaron a la radio, Benjamín les esperaba deseando escuchar aquel viejo documento sonoro y poder ver con sus propios ojos las fotografías de Armand, Davis y otros inmortales.  

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Lestat de Lioncourt