Mael debería ser traído a rastras hasta donde estamos. Que alguien lo encuentre...
Lestat de Lioncourt
Todavía puedo escuchar el sonido de
las aves, sentir los rayos de sol penetrando entre las hojas de los
vetustos robles y percibir el aroma las hierbas medicinales
perfumando mi zurrón. Caminaba por los senderos con unos simples
bracaes de cuero y una sofisticada túnica de lino blanco junto a una
saga verde, algo raída por engancharme con las ramas secas. Aún
puedo oler la tierra húmeda del lago cercano, el espesor del hermoso
bosque y el sabor de las bayas que paladeaba mientras tarareaba
viejas canciones.
Siempre creí que la madre tierra me
protegería y me acogería entre sus tiernos brazos. Sin embargo, la
oscuridad se hizo presente en mi vida y el sol pasó a ser mi
enemigo. Me convertí en bestia, en maldito, en un demonio y a la vez
en un Dios que debía ser encerrado entre la corteza y el musgo. Pero
huí. Me marché de allí. Por el camino dejé muchos errores,
enemigos y amores. Por mi culpa condené a un hombre, un romano
inquisitivo y orgulloso, que se convirtió en parte de mi maldición
y condena. Jamás volví a ser feliz y libre, pues desde que lo
condené a él la suerte se truncó para mí.
Sin embargo, aquí sentado frente al
fuego puedo ver las heridas del sol en mi piel. Mis manos están
llenas de grietas, mis dedos huesudos parecen las garras de una
bestia, y mi cabello es ahora prácticamente blanco. Tengo los ojos
llenos de lágrimas que no sé verter. Ella ha muerto. El mundo se ha
vuelto terrible desde que supe que Maharet no estará de nuevo
alzándose de su lugar de descanso, con su sabiduría y esperanza,
llenando el mundo con secretos que ofrecía a cambio de unas horas de
conversación. El mundo es más peligroso desde que Khayman dejó de
ser un guerrero para convertirse en verdugo y luego, como no, en
parte de un recuerdo.
Al menos sé que la unión es factible,
pero aún recelo. No quiero aparecer con las terribles cicatrices de
mi rostro. Quiero ocultarme en la oscuridad y estar seguro que mi
aspecto no será un problema. No deseo que Jesse me compadezca y el
resto me mire como a un idiota. Curaré mi dolor, dejaré que mis
heridas se sanen, y volveré al redil. Sin embargo, aquí en el
bosque soy libre. Libre y sabio.
Pero le echo de menos. Extraño al ser
que me creó. En este libro, el cual yace en mis manos, con la
encuadernación negra y las letras de sangre, tan hermosas como
terribles, puedo saber de él. Comprendo parte de su dolor, su pasado
y su futuro. Quiero pertenecer a su futuro. Pero el miedo a perder lo
que tengo me ancla al musgo y la corteza, lugares que antes temía y
ahora necesito.
Si escribo estas líneas, tan torcidas
como sinceras, en un papel cualquiera es porque quiero recordar los
pensamientos y los sentimientos que todavía albergo. No quiero
perderme en medio del dolor, sino soportarlo. Deseo mantenerme en
pie, como los viejos robles, y echar raíces. Me gustaría ser
recordado como algo más que un idiota que decidió exponerse al sol
por motivos equivocados, ser buscado y amado. Sí, amado... ¿Tal vez
amado por él? No lo sé.
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