Comprendo, y hasta veo normal, que Armand se sienta así. Marius debería aprender a ser más comprensivo.
Lestat de Lioncourt
—Sigues aquí—dije apoyado en el
marco de la puerta.
Marius continuaba redactando aquellas
interminables letanías. Se estaba esforzando por explicar cada ley,
pues no deseaba que hubiese recoveco alguno para que cualquier duda o
conflicto pudiese aparecer rompiendo así la calma y, por ende, la
paz. Landen se encontraba muy próximo a él. Aquel vampiro, de
aspecto demacrado por su escasa musculatura, jugaba con el globo
terráqueo. Sus dedos se semejan a las patas de una araña, pero
reconozco que es terriblemente atractivo. Ambos habían permanecido
en aquella biblioteca durante horas sin siquiera dirigirse la
palabra. Era una calma tensa, pues sabía que ambos se examinaban con
cierta suspicacia.
—Tengo que acabar pronto. Las leyes
son importantes—murmuró sin apartar la nariz del papel.
—Podrías usar un medio más moderno.
Los jóvenes ya no usan papel—mis palabras llamaron su atención,
pero fue para que me lanzara una mirada despectiva—. Marius, tus
leyes llegarán mejor si usas las redes sociales y la red de redes.
Internet es el futuro y tienes que adaptarte al nuevo mundo, junto
con todas sus posibilidades, que se abre a ti sin fronteras—me
aparté del marco de la puerta, para acceder a la biblioteca mientras
sentía que estaba cometiendo un gran error.
—Creo que Benedict me está llamando.
No lo puedo escuchar, es evidente, pero creo que lo está haciendo.
Sí, ¿no lo oyen? Dice Landen sal de la habitación... Landen
déjalos a solas. ¡Oh, creador mío! ¡Necesito que me eches una
mano! Le diría que tiene a Rhosh para que le eche una, e incluso el
brazo entero, pero... ya saben...—sonrió de tal modo que me
recordó al personaje del sombrerero en Alicia en el País de las
Maravillas.
Ese vampiro, cuyos orígenes eran
franceses, se había recluido en la hermosa Italia. Allí, donde la
Secta de la Serpiente, había tenido sus más férreos seguidores,
había permanecido como si fuese un ser humano común y corriente.
Disfrutaba de las plazas, las terrazas de las cafeterías, el arte en
la calle, un café entre sus manos y la lectura habitual de sus
periódicos favoritos. Sí, ese vampiro que tanto odió a Marius,
pero a su vez acabó sintiendo cierta atracción. Cualquiera miraría
a Marius y quedaría anonadado.
Landen salió de allí escurriéndose
como una lagartija entre las grietas de una roca, para bajar
precipitadamente por las escaleras hasta el jardín. Allí había
varios inmortales reunidos conversando, contándose sus historias y
sus debilidades. Nosotros nos quedamos frente a frente.
Marius me miraba. Había dejado de
escribir. Sentí como la sangre se agolpaba en mis mejillas. Mi
nerviosismo fue evidente cuando noté como me temblaban las manos.
Quise romper a llorar, pero no lo hice. Él estaba allí con su
impecable túnica borgoña, sus cabellos perfectamente peinados y sus
ojos fríos, algo desafiantes, en un tono azul que ni él sería
capaz de emular con su paleta de colores. Quise correr lejos de él,
pero a la vez necesitaba que me estrechara entre sus brazos.
—Haré las cosas a mi
manera—respondió tras un largo silencio.
—Como siempre—murmuré.
—¿Tienes algún problema con
ello?—preguntó incisivo.
—No. En absoluto—dije con una suave
sonrisa—. No te molestaré más. Tan sólo quería asegurarme que
tenías todo a tu disposición—susurré metiendo las manos en mis
pantalones.
—Armand, ¿quieres salir a
caminar?—la voz de Daniel rompió aquel tenso encuentro como un
rayo de esperanza. Sus palabras vibraron en mi pecho y me hicieron
suspirar tranquilo, como si me hubiese salvado la vida.
No lo había escuchado subir por las
escaleras, pero estaba allí. Sus hermosos ojos violetas se habían
posado en mí, vigilándome como hacía décadas, sin odio ni
reproche. Me giré hacia él asintiendo mientras me sentía cómplice
de una huida oportuna.
—No lo he dicho antes, discúlpame,
pero te ves mucho mejor que la última vez—dije agarrándome a su
brazo derecho, mientras apoyaba mi cabeza contra él—. Te han
sentado bien estos años en Brasil.
—Sí, es un lugar
fascinante—respondió mientras tiraba de mí.
Los dedos de su mano derecha
mágicamente buscaron mi diestra, entrelazándose, para luego tirar
de mí y echar a correr escaleras abajo. No dudé en sonreír al
notar esa fuerza, esa pasión, ese deseo y esa necesidad de compartir
conmigo una noche. Había mentido siempre sobre él. Temía que
descubrieran que me sentía torturado por como había acabado él, el
único ser que había creado por amor y necesidad.
Quise decir muchas cosas, pero
permanecí en silencio. Otorgué a mis caricias y mis gestos las
palabras que no lograba hacer brotar de mis labios. Lloré en sus
brazos y me protegí del terrible pasado que todavía es y será un
lastre. Sentí como me perdonaba y eso me reconfortaba. El perdón es
necesario y casi una obligación.
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