Louis y yo nos sentimos muy tristes por como terminó tu existencia, Claudia. Por eso él ha dejado esto para ti. Allá donde estés...
Lestat de Lioncourt
No soy capaz de describir con certeza
los sentimientos que me embargan cuando te recuerdo. Quizás debería
sosegarme antes de continuar ésta carta, la cual no sé si algún
día llegará a tu conocimiento. Eres sólo un fantasma y parte de
mis recuerdos. El odio es el cordón umbilical que nos ata y consume.
Te alimentas de mi sufrimiento y creces en suspicacia, maldad y
rencor. Me detestas tanto como siempre, pero antes sólo veía el
amor falso que me mostraban tus encantadores ojos claros.
¿Cuántas veces te sostuve entre mis
brazos? ¿Cuántas veces permití que me acariciaras y susurraras que
era tu mundo? Eras mi niña, mi pequeña, mi hija... Claudia, creía
que conocía todo lo que eras. Tu pequeño cuerpo encerraba un odio y
un rencor terrible, tan incomensurable como el de un gigante. Tenías
una mente despierta, una inteligencia viva y un deseo insaciable de
progresar más allá de los límites de tu delicado envase de muñeca.
¿Y yo era el culpable? Quizás debí matarte, pero era imposible.
Jamás creí que arrebataría una vida humana, aunque estuve de
arrebatarte todo. Él te dio un futuro distinto. Te ofreció una vida
plena y oscura.
Hace años que no nos vemos. Todavía
intento recuperar el aliento. Fue un error buscarte. Debí saber que
los dos terminaríamos discutiendo. París no fue más que un
espejismo. Tus besos eran veneno al igual que tus abrazos. Aún así
extraño todavía escuchar tus pequeños pasos correteando hacia mí,
así como tu perfume pegado a mis camisas y esa risa fresca cuando me
comentabas alguna de tus pequeñas maldades.
Él se sentía orgulloso de ti y su
orgullo estuvo a punto de matarlo. Yo te quería. Amaba la sensación
extraña de ser tu padre. Jamás te vi como algo más. Nunca fuiste
otra cosa que la pequeña criatura que debí salvar. Sin embargo,
quizás es sano que te imagine como la mujer que siempre fuiste. Una
mujer esbelta, de mirada dominante, hermosos cabellos dorados y
cintura de avispa. Pero sobre todo debería pensar en ti como una
mujer inteligente, calculadora, algo caprichosa y tenaz. Los poemas
no son iguales desde que no estás, pero imagino tu voz cuando los
recito.
Claudia, creciste demasiado rápido.
Discúlpame por no haber sabido verlo.
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