Gregory es esa clase de vampiros que me gustan. Necesito conocerlo mejor, pero me cae bien.
Lestat de Lioncourt
—Debería olvidarme del amor—dijo
con los ojos perdidos en la distancia.
La hoguera, cálida y viva, tenía el
tono de sus cabellos y mejillas. Poseía un encanto natural.
Reconozco que estaba completamente perdido ante su belleza. Jamás
había visto a un ser como él, con una experiencia tan abundante
siendo tan joven. Conocía bien las miserias del hombre, pero era
nula su capacidad de encontrar la bondad perdida. Parecía carecer de
esperanza, aunque siempre podía hallarse un mínimo de ésta en
nuestras almas.
—Eres demasiado joven para olvidarte
de un sentimiento tan puro—respondí.
—¿Joven? Ya son más de cinco
siglos—murmuró con aquellos tiernos labios, los cuales parecían
la boca de un ángel. Era una criatura siniestra, peligrosa, mordaz y
cruel; pero también era vulnerable, hermoso y poseía cierta dulzura
innegable.
—Apenas estás empezando a vivir,
Armand—dije inclinándome hacia delante.
Vestía una hermosa chaqueta de
terciopelo azul marino, un delicado pañuelo de seda blanco y unos
pantalones de vestir gruesos oscuros. Parecía un muñeco. Hubiese
jurado que era una pintura que cobraba vida gracias a la luz de las
llamas. Era como ver un Dorian Gray envuelto en el cuerpo de un ángel
digno de un retablo.
—Para ti es sencillo decirlo, pues
eres un milenario—dijo. Recostó con cuidado su espalda en el
sillón de orejas donde estaba sentado, dobló sus piernas y siguió
observándome.
¿Qué veía? Un hombre moreno con
ropas modernas y sofisticadas. Un hombre común con buen gusto,
quizás un joven millonario gracias a la labor de su familia y no a
la suya propia. Sin embargo, no era así. Había logrado pasar
inadvertido con aquella pose de hombre de negocios, sabio y
ligeramente honrado. Tenía una industria farmacológica en mi poder,
grandes contactos en las altas esferas del poder y ciertos amigos
que, por mal que me pesara, podían ser peor que los vampiros. Si
bien, si quería prosperar en los negocios debía lograr contentar a
todos. Las investigaciones para curas revolucionarias debían llegar
a la población. Era mi deber, y lo sigue siendo.
—Precisamente—respondí.
—Todo lo que he creído amar me ha
dado la espalda. Soy incapaz de amar sin destruir lo noble de ese
sentimiento. Creo que jamás he amado realmente, pues sólo he
sentido capricho y deseo insano de abandonar la soledad a la cual
estoy condenado—su tono de voz se escuchaba cansado y agotado.
—¿Y ese joven violinista?—pregunté.
—¿Antoine?—murmuró.
—Sí, él parece admirarte y amarte.
—Él...—sus ojos se iluminaron, así
como sus mejillas.
—Y tú pareces haber cedido—dije
tras una pequeña risa.
—Gregory, entre nosotros, creo que
estoy cediendo al amor y eso me asusta—se abrazó así mismo, como
si hubiese entendido ahora lo peligroso que era jugar con fuego.
—Todos hemos sentido miedo,
Armand—respondí de inmediato—Lo importante es admitir que
tenemos miedo, pues entonces es cuando empezamos a ser fuertes porque
sabemos que debemos luchar.
—Tal vez...
No hay comentarios:
Publicar un comentario