Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 20 de agosto de 2015

El amor y los milenios

Gregory es esa clase de vampiros que me gustan. Necesito conocerlo mejor, pero me cae bien.

Lestat de Lioncourt


—Debería olvidarme del amor—dijo con los ojos perdidos en la distancia.

La hoguera, cálida y viva, tenía el tono de sus cabellos y mejillas. Poseía un encanto natural. Reconozco que estaba completamente perdido ante su belleza. Jamás había visto a un ser como él, con una experiencia tan abundante siendo tan joven. Conocía bien las miserias del hombre, pero era nula su capacidad de encontrar la bondad perdida. Parecía carecer de esperanza, aunque siempre podía hallarse un mínimo de ésta en nuestras almas.

—Eres demasiado joven para olvidarte de un sentimiento tan puro—respondí.

—¿Joven? Ya son más de cinco siglos—murmuró con aquellos tiernos labios, los cuales parecían la boca de un ángel. Era una criatura siniestra, peligrosa, mordaz y cruel; pero también era vulnerable, hermoso y poseía cierta dulzura innegable.

—Apenas estás empezando a vivir, Armand—dije inclinándome hacia delante.

Vestía una hermosa chaqueta de terciopelo azul marino, un delicado pañuelo de seda blanco y unos pantalones de vestir gruesos oscuros. Parecía un muñeco. Hubiese jurado que era una pintura que cobraba vida gracias a la luz de las llamas. Era como ver un Dorian Gray envuelto en el cuerpo de un ángel digno de un retablo.

—Para ti es sencillo decirlo, pues eres un milenario—dijo. Recostó con cuidado su espalda en el sillón de orejas donde estaba sentado, dobló sus piernas y siguió observándome.

¿Qué veía? Un hombre moreno con ropas modernas y sofisticadas. Un hombre común con buen gusto, quizás un joven millonario gracias a la labor de su familia y no a la suya propia. Sin embargo, no era así. Había logrado pasar inadvertido con aquella pose de hombre de negocios, sabio y ligeramente honrado. Tenía una industria farmacológica en mi poder, grandes contactos en las altas esferas del poder y ciertos amigos que, por mal que me pesara, podían ser peor que los vampiros. Si bien, si quería prosperar en los negocios debía lograr contentar a todos. Las investigaciones para curas revolucionarias debían llegar a la población. Era mi deber, y lo sigue siendo.

—Precisamente—respondí.

—Todo lo que he creído amar me ha dado la espalda. Soy incapaz de amar sin destruir lo noble de ese sentimiento. Creo que jamás he amado realmente, pues sólo he sentido capricho y deseo insano de abandonar la soledad a la cual estoy condenado—su tono de voz se escuchaba cansado y agotado.

—¿Y ese joven violinista?—pregunté.

—¿Antoine?—murmuró.

—Sí, él parece admirarte y amarte.

—Él...—sus ojos se iluminaron, así como sus mejillas.

—Y tú pareces haber cedido—dije tras una pequeña risa.

—Gregory, entre nosotros, creo que estoy cediendo al amor y eso me asusta—se abrazó así mismo, como si hubiese entendido ahora lo peligroso que era jugar con fuego.

—Todos hemos sentido miedo, Armand—respondí de inmediato—Lo importante es admitir que tenemos miedo, pues entonces es cuando empezamos a ser fuertes porque sabemos que debemos luchar.


—Tal vez...  

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Lestat de Lioncourt