Lestat de Lioncourt
A veces me gustaría poder captar todo
lo que siento y transmitirlo de un modo que todos puedan comprender.
Me veo envuelta en una vorágine de sentimientos, de unas emociones
demasiado fuertes, como para poder mantenerlas prisioneras por mucho
tiempo. Observo demasiado, callo demasiado, medito demasiado y
concentro mis lágrimas en momentos a solas donde me dejo llevar. El
piano es mi único confidente digno, aunque he llegado a amar tanto a
Armand que puedo considerarlo mi gran punto de apoyo.
La música es lo único que tengo.
Realmente no tengo nada más valioso que la música. Ni siquiera las
joyas, las cuales me regalan muy a menudo, pueden eclipsar la belleza
de mi estilizado piano de cola. Siempre he amado la música en todos
los sentidos. El sonido de las pisadas de aquellos que amo, el ritmo
que cada uno tiene al caminar, es música para mí. Amo el crujido de
la ropa en un abrazo tierno o apasionado. Me dejo seducir por el
susurro de las palabras, por muy lejana y típica que sea la
conversación, que termina siendo como una melodía que acaricia mi
oído. Pocos saben mis más íntimos deseos, los demonios que
quiebran mi corazón o cuántas lágrimas he derramado. Nadie lo
sabe.
Hace unas noches logré conversar con
Lestat, el cual es la esperanza de toda nuestra raza. Aunque diría,
pese a lo extraño que puede llegar a sonar, que es la esperanza de
los mortales, inmortales y distintas criaturas que yacen en la
profundidad de éste magnífico y temible mundo. Él me habló de
Nicolas. Me confesó el amor que aún sentía ante los viejos
recuerdos de su antiguo amante. Aquella misma noche me senté ante el
piano y toqué una melodía para su alma, pues espero que allí donde
esté lleguen mis notas y la pasión que pongo en ella.
Me gusta poner música a las historias,
los rostros y los pensamientos. Porque la música tiene color, forma,
olor y poder. Posee un poder inmenso.
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