Lestat de Lioncourt
La música sonaba reverberando entre el
millar de ánimas que rugían llenos de una lujuria salvaje,
proporcional al espectáculo que se ofrecía en el interior del
estadio, en las calles cercanas muchos jóvenes entonaban las mismas
canciones que, mediante varios televisores y radios, se ofrecía. Era
espectacular. Todos se arremolinaban sintiéndose parte de un momento
histórico. Muchos vampiros habían acudidos camuflados como
cualquier otro muchacho ídolo de una supuesta figura cargada de
seducción, misterio y horror. Aquel travieso vampiro, el cual había
logrado sobrevivir a diversas aventuras, se había encargado de
cumplir su promesa con unas dudosas medidas de seguridad. Se había
empeñado en lograrlo y nadie podía negar su capricho; ni siquiera
pudo negárselo su propia madre o su eterno compañero, el cual se
hallaba entre bambalinas, que, sin duda alguna, era culpable de aquel
desenlace.
Me había desplazado hasta el lugar
fascinado por las canciones que él transmitía. No deseaba decirle a
mis compañeros cuánto deseaba verlo en persona. Reservaba mis
anhelos en el interior de mi corazón, tan oscuro como mi alma y mi
propio tono de piel. Deambulaba por las aceras junto a Killer, mi
creador, que no paraba de parlotear sobre el increíble momento que
estábamos viviendo. Él sabía que ésto sería una brecha en
nuestro mundo y, por supuesto, creía que íbamos a ganar bastante
con lo que sucedería.
Entonces, de la nada, todo empezó a ir
mal. Cientos de jóvenes, tan jóvenes como yo, empezaron a arder
frente a nosotros. Se convirtieron en bolas de fuego que gritaban
despavoridos frente a los ojos de los ingenuos mortales. Dentro
también se escucharon gritos de horror, palabras de desesperación,
suspiros finales y lágrimas de pánico. Las puertas de salida, así
como las de acceso, se llenaron de jóvenes de todas las especies,
mortales e inmortales, intentando salir de aquel matadero. En el
cielo, como si fuese un ángel de la muerte, apareció una hermosa
figura. Por las descripciones del libro, y de las canciones, supe que
era la Reina Akasha, aquel ser inmóvil que parecía una hermosa
escultura.
Killer desapareció de mi lado, una
tormenta de despavoridos jóvenes lo arrollaron mientras yo me
agachaba, sollozando y rogando mi salvación. Pero alguien, un hombre
bien vestido, tiró de mí. Al estar junto a él noté que su cuerpo
era tan duro como el cemento, al contemplar sus ojos profundos vi un
alma vieja. Era uno de esos milenarios. Decían que no existían
vampiros tan viejos, tan sólo un puñado, pero uno de ellos me había
retenido como si fuese un Mesías salvando a una de sus ovejas
descarriadas.
—No temas—dijo cuando comprendió
que aún estaba en estado de pánico.
A mi lado cayó un muchacho, no tendría
más de cien años en La Sangre, envuelto en llamas que pronto se
convirtió en una mancha oleosa, oscura y pegajosa. Sus ropas
quedaron pegadas a la mancha, como si la absorbiera. No muy lejos
explotaba el cráneo de otro chico y, a unos metros, dos muchachas
morían aferradas una a la otra. Ella sobrevolaba la noche de Lestat,
la noche del rock vampírico, convirtiéndola en un infierno
terrenal. Pero aquel vampiro me tranquilizó. Convirtió el pánico
en un remanso de paz, los gritos se alejaron y sólo escuché su
suave, aunque varonil, voz que me compadecía mientras nos alzábamos
por los cielos.
—Yo te cuidaré, Davis—había leído
mi nombre mientras me aferraba a su cara americana—. Ella no podrá
alcanzarte. No creo que sea capaz de dañarme—sonrió y yo me
desplomé en sus fuertes brazos, tan fuertes como los milenios que
había logrado dejar atrás.
Él era Gregory. Desde entonces camino
a su lado. No pienso irme de su casa, ni olvidar lo que ha hecho por
mí. Sin embargo, ahora puedo compartir mi tiempo con Killer, que
logré hallar vivo décadas después, y con otros inmortales. Pero,
sin duda alguna, a quien admiro y respeto es a éste milenario que
fue uno de los guerreros más destacados de la guardia real de la
Reina, su antiguo amante y posible padre de su único hijo varón,
Seth.
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