Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

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sábado, 5 de agosto de 2017

Mi hombrecito

Armand siempre amará a Benji, pues es para él "su hombrecito". Digamos que le ocurre lo mismo que a mí con Rose y Viktor. 

Lestat de Lioncourt

Se había quedado dormido sobre mi hombro y no pude evitarlo. Con cuidado moví su cuerpo para que quedase su revoltosa cabellera oscura sobre mis muslos, le arrebaté el sombrero y me lo coloqué con la misma soltura y elegancia que él lo hacía, para luego comenzar a peinar sus rizos. Eran rizos gruesos, de pelo suave, que parecían no tener fin. Su rostro amable, tan aniñado, me recordaba lo que una vez fue y no pudo disfrutar. Era un niño sin inocencia cuando lo encontré de forma poco usual. Ni él ni Sybelle podrían siquiera imaginar que monstruos como nosotros existían entre los humanos, pues éramos seres fantásticos de pomposas novelas o estúpidos libritos para adolescentes. Ahora era un miembro importante de la Tribu, como ahora llamamos al vínculo que tenemos entre todos nosotros, y posee gran fama, respeto y admiración entre los humanos.

Todavía quedaba al menos una hora para que cayese como él en la inconsciencia. Era demasiado joven para durar hasta el amanecer, por ende se había quedado dormido mientras conversábamos sobre el futuro de nuestro mundo. Eleni se había marchado ya a su cripta, Antoine y Sybelle habían decidido volver a la corte de Lestat, y nosotros estábamos solos. Killer nos había visitado, pero sólo para hacernos llegar un mensaje de Gregory por parte de Davis. Louis decidió irse a Nueva Orleans, pues de vez en cuando necesitaba revolcarse en los recuerdos para sentirse él mismo. Estábamos solos. Solos él y yo y una mansión enorme en mitad de la “Gran Manzana”.

Decidí incorporarme y tomarlo entre mis brazos, para luego caminar despacio por las diversas galerías subterráneas hasta lo que se podía considerar su cuarto, su cripta, su lugar de descanso y refugio de otros. Tenía una cama inmensa, mullida y agradable, así como decenas de estanterías cargadas de libros y numerosos aparatos tecnológicos que ocasionalmente usaba en su programa de radio.

Al recostarlo desabotoné su camisa, saqué sus jóvenes brazos de las mangas y lo dejé sin ella. Luego hice lo mismo con sus zapatos, calcetines y pantalones. Despojé su tierno cuerpo de las ropas de calle que solía usar con la elegancia de un hombre de algo más de treinta años, la suma que realmente debía tener y no demostraba, y por último busqué su pijama de franela.

Me quedé mirándolo embelesado. Aunque discutíamos, pues éramos de épocas y pensamientos distintos, nos adorábamos. Para mí era duro verlo y sentir que había crecido. El tiempo vuela cuando eres inmortal y a veces te decepciona. A mí me han decepcionado muchos, pero no él. Incluso me he decepcionado yo mismo al creer fervientemente en un Dios, con su causa y sus justificaciones, porque necesitaba pensar que alguien me castigaría por todos los actos violentos que he cometido. Desgraciadamente he vuelto a una senda nihilista con respecto a la religión, así como con algunos grupos de humanos y vampiros, pero aquí estoy. Sigo vivo, sigo pensando, sigo soñando y sigo amando a criaturas como él.

—Ah... si te hicieras una pequeña idea de cuánto te amo...—dije antes de besar su frente y marcharme.


Aquella mañana me pareció más fría que nunca. Había estado en los brazos de Marius, pero este había decidido abandonarnos una vez más. La casa estaba muy silenciosa, el mundo parecía un caos allí fuera, y yo presentía que algo malo iba a ocurrir.  

martes, 7 de febrero de 2017

Jodido, pero vivo.

Killer es de esos que tienen algo importante... que contar.

Lestat de Lioncourt 



Era una puta mierda. Todo lo que sucedía era pura mierda. El mundo es un caos y nosotros estamos puestos en él, de forma aleatoria, para terminar sufriendo a veces las consecuencias de los actos de otros. No recuerdo bien quién era cuando humano, tampoco recuerdo mucho de los primeros años de vida. No me importa. Creo que si no lo recuerdo es porque no fue lo suficientemente interesante. Sin embargo, sé que he tenido una suerte pésima.

El recuerdo más terrible que tengo es ver como mi clan, un grupo de rebeldes, era reducido a polvo, cenizas y mi memoria. Mi compañero, el único vampiro que logré crear con éxito, era un joven bailarín negro. Apenas éramos unos neonatos cuando decidimos ir al concierto de Lestat. Teníamos una banda de moteros que se movían por el país, de un lado a otro, y sólo quedé yo.

Durante mucho tiempo pensé que Davis había muerto como Baby, la cual ni siquiera llegó al recinto porque fue asesinada por Akasha cuando iba de viaje. Él desapareció dentro del recinto mientras nos poníamos a cubierto. Cuando todo pasó lo busqué, lo juro. Busqué moviendo cielo y tierra, como quien dice, pero los jodidos científicos locos estaban allí tomando muestras.

Creo que fui feliz cuando la ciencia de burló de todos esos “batas blancas”. Nadie daba crédito que nosotros éramos vampiros. La prensa no se hizo eco de demasiado. Los humanos sólo habían sufrido miedo y alguna fractura. Pocos humanos había, la verdad. Así que todo se perdió en el tiempo. Después vino esa locura de Lestat diciendo que había visto a Jesús, Lucifer y la Verónica. Trajo incluso un trozo de paño que volvió loco a todos. Otra vez hubieron cámaras apuntando a todos nosotros y nadie creyó una mierda. Ahora, con la radio de Benji, tampoco.

Bueno, con sinceridad, ¿quién coño se va a creer que los mitos y leyendas sobre seres que viven jóvenes para siempre son reales? Jóvenes eternos. Aunque también hay hombres adultos e incluso ancianos. No siempre es oro todo lo que reluce. Pero digamos que somos jóvenes eternos. ¡La juventud! La fuente de la eterna juventud es el germen. Aunque claro, tiene sus consecuencias. El mismo hijo de puta, maldito bastardo de perra malparida, del Germen Sagrado nos intentó liquidar.


En fin... he recuerdo a Davis, pues tras estas Quemas he logrado dar con él. Estoy a su lado, pero también tengo a otros inmortales cerca. Mi nombre es Killer, no lo olvides. Soy amigo de Antoine, sí de ese imbécil con violín, y supongo que eso me hace estar cerca de Lestat. Casi puedo decir que soy conocido de él. ¡Ya ves! Amigo del jodido líder.  

martes, 4 de octubre de 2016

Concierto maldito

Un relato de Davis, el bailarín de raza negra, que puede que os conmueva. 

Lestat de Lioncourt 



Aquellas noches no volverán. Por mucho que yo desafíe al tiempo y a los recuerdos, no volverán. Ocurrieron, una tras otra, como un destello de una luz fugaz. Eso fueron. Un momento de chispa, una oportunidad mágica para ser feliz y entregarnos a la más deliciosa locura. La música rock elevándose por los muros frágiles de aquellos locales, el murmullo de cientos de almas conversando sobre aquellos libros que habían encendido una llamarada en los corazones, almas y pensamientos de cualquiera, y, las pintadas de advertencia en urinarios y mesas.

Killer estaba inquieto. Se movía por toda la ciudad murmurando que debíamos ir al concierto. No teníamos entradas aún. Baby Jenks jugaba con las graciosas coletas doradas que yo le había hecho, pues parecía una colegiala y no un vampiro que llevaba un par de años cazando hombres. Ella había sufrido mucho, Killer también y yo había tenido una buena vida. Sólo había sufrido algo de racismo e incomprensión, pero como bailarín logré cierta fama en mi ciudad antes de mudarme a San Francisco. Allí conocí a ambos. Nos convertimos en una pequeña familia que terminó siendo un club de moteros con colmillos y ganas de aullar en mitad de la noche.

Muchos querían matar a Lestat, pero nosotros lo admirábamos. Queríamos aparecer en el concierto para ayudarlo. Aplaudíamos incesantemente sus canciones como si fueran en directo, aunque sólo eran transmisiones en programas de música de Mtv. Nos preguntábamos cuántos vampiros conocían realmente a Lestat, quienes eran los que más amaba y si Louis aparecería aferrado a su brazo aquel día.

Deseábamos que nos respetara, nos conociera, nos amara y nos dejara estar con él algunos días. Queríamos aprender. Deseábamos ser parte del selecto club que él llamaba amigos, hermanos, hijos... Admito que suena estúpido, pero para nosotros era algo tan fácil de alcanzar que nada más conseguir las entradas, robadas a los cadáveres de un par de víctimas, corrimos a buscar la primera fila en el concierto.

No sé porqué ella desapareció. Se esfumó de nuestro lado. No podía sentirla, ni encontrarla. Me pareció un feo presentimiento, pero Killer aullaba cada canción. Su rostro dulce, pese a ser un hombre, me encandilaban. Acabé abrazado a él besándolo en mitad de una de las canciones más apabullantes que poseía Lestat. Hablaba sobre una reina dormida, un monstruo milenario, que aguardaba su momento. Entonces, de la nada, ella apareció arrasando con todo.

Noté como Killer tiraba de mí entre la maraña de gritos, sangre, vísceras y fuego; pero en algún momento, supongo que por los golpes y empujones, mis oscuros dedos se separaron de su pequeña mano de mármol. Intenté salir de aquel horror, pero los muertos caían a mi alrededor. En el parking no encontraba mi coche. Me eché a temblar cuando la vi saliendo del estadio con aquellos ojos de pupilas dilatadas. Quise correr, pero no pude. Si bien, alguien me tomó entre sus brazos y me salvó la vida.


Ese alguien era Gregory, con quien comparto mi vida desde entonces. Él me ha intentado curar de mis momentos de locura, debido a todo el trauma que viví. Sin embargo, no dejo de pensar en Killer. No puedo dejar de pensar en él.  

miércoles, 27 de julio de 2016

We are the children

Digamos que entiendo a Killer y sus sentimientos hacia Davis. Me alegro que estén juntos.

Lestat de Lioncourt


Estaba sentado en el alfeizar de la ventana, como si fuera una puta paloma, a varios kilómetros de Nueva York. No podía creer lo que estaba escuchando. Era increíble que al fin todo hubiese acabado con un comunicado lleno de orgullo y pasión por parte de Lestat. Las Quemas habían acabado y el mundo parecía en paz. La armonía volvía, por así decirlo, y era una jodida suerte que ese imbécil hubiese hecho algo bueno por todos nosotros. Se había sacrificado.

Escuchaba de fondo el murmullo de aquella enorme avenida. Estaba seguro que había más de un vampiro joven celebrándolo por las calles como si hubiésemos ganado algún jodido premio. Me encogí sobre mí mismo agarrándome las piernas y me eché a llorar. No podía dejar de creer que hubiese sido tan cobarde. Dejé a Antoine a su suerte para que encontrara a ese gilipollas, hablara con él y lo convenciera. Pudo haber muerto.

Sin embargo, empecé a escuchar de fondo su violín. Estaba vivo. Todos parecían haber tenido las pelotas de reunirse y hablarse tras tanto tiempo. Las fuerzas oscuras, por llamalos de alguna jodida forma, se estaban dando la mano para abordar problemas habituales. Incluso Lestat había dicho que habría nuevas reglas y libros para que aprendiéramos a caminar solos sin miedo a cagarla. Me reí a carcajadas mientras mis lágrimas sanguinolentas descendían por mis mejillas. No sabía si era de rabia, tristeza o emoción y aún no lo sé. Palabra.

Abrí la página de la radio mientras seguía la misma por la aplicación. Comencé a ver fotografías de la reunión de horas atrás. Quería ver a Antoine gozar de la compañía de quien llamaba “amigo” y “padre”, pues Lestat eso era. Pero entonces vi algo que me llamó la atención y acabó encogiéndome el alma, arrugándola y rompiéndola a trizas. Davis estaba allí bailando con un tipo de piel dorada, bastante alto y fornido. De inmediato me bajé del alfeizar, sequé mis lagrimas y agarré las pocas cosas que tenía.

En tres horas estaba aporreando como un puto desquiciado la jodida puerta. Si tenía que echarla abajo la echaría. Quería ver a quien siempre iba a amar, a quien creía muerto, al que había llorado destrozado cada amanecer y del cual sólo conservaba una vieja fotografía mil veces manoseada. Tenía que abrazarme a quien amé tanto que lo transformé en lo que somos, en lo que siempre seríamos, porque ese hijo de puta y yo éramos como uña y carne.


Ahora escribo esto desde un hotel en Illinois. Davis ha decidido pasar una temporada conmigo para volver a unir lazos, pero aún así siento ganas de patear al cretino con el que vivía. Siento que ese bastardo hijo de puta me hará sus puñeteros dramas porque estamos juntos. Si bien, siendo absolutamente sincero, me la suda muchísimo lo que ese cabrón pueda hacer o decir. Yo sé que Davis siempre será el chico que conocí.  

martes, 1 de septiembre de 2015

Horror

Este es otro punto de vista de lo ocurrido aquel día. De verdad, me alegro que ocurriera pese a las muertes. Hemos aprendido mucho de ese día.

Lestat de Lioncourt


La música sonaba reverberando entre el millar de ánimas que rugían llenos de una lujuria salvaje, proporcional al espectáculo que se ofrecía en el interior del estadio, en las calles cercanas muchos jóvenes entonaban las mismas canciones que, mediante varios televisores y radios, se ofrecía. Era espectacular. Todos se arremolinaban sintiéndose parte de un momento histórico. Muchos vampiros habían acudidos camuflados como cualquier otro muchacho ídolo de una supuesta figura cargada de seducción, misterio y horror. Aquel travieso vampiro, el cual había logrado sobrevivir a diversas aventuras, se había encargado de cumplir su promesa con unas dudosas medidas de seguridad. Se había empeñado en lograrlo y nadie podía negar su capricho; ni siquiera pudo negárselo su propia madre o su eterno compañero, el cual se hallaba entre bambalinas, que, sin duda alguna, era culpable de aquel desenlace.

Me había desplazado hasta el lugar fascinado por las canciones que él transmitía. No deseaba decirle a mis compañeros cuánto deseaba verlo en persona. Reservaba mis anhelos en el interior de mi corazón, tan oscuro como mi alma y mi propio tono de piel. Deambulaba por las aceras junto a Killer, mi creador, que no paraba de parlotear sobre el increíble momento que estábamos viviendo. Él sabía que ésto sería una brecha en nuestro mundo y, por supuesto, creía que íbamos a ganar bastante con lo que sucedería.

Entonces, de la nada, todo empezó a ir mal. Cientos de jóvenes, tan jóvenes como yo, empezaron a arder frente a nosotros. Se convirtieron en bolas de fuego que gritaban despavoridos frente a los ojos de los ingenuos mortales. Dentro también se escucharon gritos de horror, palabras de desesperación, suspiros finales y lágrimas de pánico. Las puertas de salida, así como las de acceso, se llenaron de jóvenes de todas las especies, mortales e inmortales, intentando salir de aquel matadero. En el cielo, como si fuese un ángel de la muerte, apareció una hermosa figura. Por las descripciones del libro, y de las canciones, supe que era la Reina Akasha, aquel ser inmóvil que parecía una hermosa escultura.

Killer desapareció de mi lado, una tormenta de despavoridos jóvenes lo arrollaron mientras yo me agachaba, sollozando y rogando mi salvación. Pero alguien, un hombre bien vestido, tiró de mí. Al estar junto a él noté que su cuerpo era tan duro como el cemento, al contemplar sus ojos profundos vi un alma vieja. Era uno de esos milenarios. Decían que no existían vampiros tan viejos, tan sólo un puñado, pero uno de ellos me había retenido como si fuese un Mesías salvando a una de sus ovejas descarriadas.

—No temas—dijo cuando comprendió que aún estaba en estado de pánico.

A mi lado cayó un muchacho, no tendría más de cien años en La Sangre, envuelto en llamas que pronto se convirtió en una mancha oleosa, oscura y pegajosa. Sus ropas quedaron pegadas a la mancha, como si la absorbiera. No muy lejos explotaba el cráneo de otro chico y, a unos metros, dos muchachas morían aferradas una a la otra. Ella sobrevolaba la noche de Lestat, la noche del rock vampírico, convirtiéndola en un infierno terrenal. Pero aquel vampiro me tranquilizó. Convirtió el pánico en un remanso de paz, los gritos se alejaron y sólo escuché su suave, aunque varonil, voz que me compadecía mientras nos alzábamos por los cielos.

—Yo te cuidaré, Davis—había leído mi nombre mientras me aferraba a su cara americana—. Ella no podrá alcanzarte. No creo que sea capaz de dañarme—sonrió y yo me desplomé en sus fuertes brazos, tan fuertes como los milenios que había logrado dejar atrás.


Él era Gregory. Desde entonces camino a su lado. No pienso irme de su casa, ni olvidar lo que ha hecho por mí. Sin embargo, ahora puedo compartir mi tiempo con Killer, que logré hallar vivo décadas después, y con otros inmortales. Pero, sin duda alguna, a quien admiro y respeto es a éste milenario que fue uno de los guerreros más destacados de la guardia real de la Reina, su antiguo amante y posible padre de su único hijo varón, Seth.  

miércoles, 6 de mayo de 2015

Senado vampírico

Marius es quien tiene el poder sobre las normas. He decidido darles a todos un trabajo. Unos serán quienes comuniquen, otros quienes colaboren con libros de normas para vivir y sobrevivir, habrá quienes tan sólo tengan que ayudar a mantener la paz... Marius es para mí un padre. Él debe crear las normas. 


Lestat de Lioncourt


Siempre he pensado que vivir bajo unas normas nos ofrecía ciertas ventajas. Cuando he tenido bajo mi techo a jóvenes pupilos, u otros compañeros más antiguos, he rogado que cumplieran las leyes con las cuales he regido mi vida. Es cierto, que he roto reglas. Sin embargo, lo hice por amor y necesidad. No me siento del todo orgulloso, pero acepto que fue la mejor decisión que he podido llegar a tomar. En estos momentos, tras la reunión de la corte, toda la tribu tiene las normas con las cuales he convivido durante milenios. Son parte de mi. Puedo decir que nuestro mundo posee un trozo de mi alma muy importante.

Sin embargo, me siento angustiado. Lestat parece haberse alzado como un gobernante justo y aplicado. Mis ojos se llenan de lágrimas cuando lo contemplo. Quizás es esa la sensación de los iluminados por un Dios benevolente. Tal vez. Jamás lo comprenderé, pues desconozco la veneración hacia ese tipo de pensamientos para nada prácticos. Pero, en el fondo, siento grandes temores. Dentro de él convive un ser que quiere aprender y comprender. Temo el día que no sea suficiente el cuerpo de mi viejo discípulo, el cual ha llegado a ser un coloso entre los nuestros.

Todos parecemos civilizados. Hemos perdonado a los asesinos de nuestra amada Maharet y su poderoso guardián Khayman. Nuestros ojos se han llenado de lágrimas recordando a Las Gemelas y al hombre que las custodió con cada partícula de su alma. Lestat pidió un minuto de silencio en nombre de los caídos en las Quemas. Amel se sentía terriblemente apesadumbrado, pues según Lestat él no quería causar tanto daño. Sin embargo, sentía dolor y un horror terrible.

Estar reunido junto a todos, compartiendo mis confidencias y sabias palabras, me ofrece una paz que jamás había experimentado. Por primera vez puedo decir que me siento un hijo digno de los Milenios, pues estos me han dado la capacidad de conocer a las hermosas criaturas que me rodean. Incluso Everard me ha tomado del hombro derecho, apretando ligeramente con sus largos y delgados dedos, mientras sonreía al escuchar las normas que escribí en su compañía. Ya no guardamos rencor. La hora de las hachas y el fuego ha terminado. Al menos eso quiero creer. Deseo pensar que la paz ahora gobierna junto a todos nosotros.


La música suena. Notker y los suyos hacen maravillas mientras todos bailamos. Armand parece más hermoso que nunca. Pandora disfruta conversando con Flavius y Arjun. Daniel baila desenfrenado junto a Davis y el texano de Killer. Sevraine, junto a las demás mujeres, conversan en un rincón mientras Louis discute en murmullos con Lestat sobre temas banales. Rose y Viktor están espléndidos. Me siento extasiado ante la belleza de ambos jóvenes. Benji intenta filmar todo para crear un vídeo escueto y propagarlo por todo Internet. Me siento vivo. Sin embargo, como he dicho, una ligera angustia atenaza mi corazón y tengo miedo. Tal vez siento que todo ésto puede desaparecer.  

domingo, 28 de diciembre de 2014

Mátame

Ellos estarán pronto con nosotros. Como especial, al ser dos años de la página, dejamos estas memorias como aperitivo a lo que ocurrirá en Marzo. 


Lestat de Lioncourt


Cuando lo vi por primera vez me recordó a un niño perdido. De esos que no saben siquiera la calle donde viven. Parecía lleno de cicatrices, aunque no eran físicas. Sus ojos tenían un llamativo tono azulado cargado de miseria, terror y una pizca de esperanza. No parecía querer huir a cualquier lugar, sino encontrar a un vampiro en concreto. He conocido a muchos hermanos, pero ninguno como él. Tenía un físico delgado y un rostro muy delicado. Hubiese jurado que parecía un muñeco de porcelana si no se hubiese movido y comenzado a lloriquear prácticamente en mis brazos. Creí por un momento que era un puto imbécil al dejarme llevar por semejante actitud tan débil, pero luego recordé a mis compañeros ardiendo por doquier allá donde mirara. Lo recordé tan vivamente que tuve miedo. Comprendí que los recuerdos eran terribles y que estaba marcado como si fuera un soldado de guerra. Me sentía gilipollas al quedarme frente a él sin saber bien como actuar.

Decidí llevarlo conmigo. Parecía uno de esos animales perdidos que lo llevas consigo por pena. Era un estúpido llorando en mitad de unos tiempos duros, pero sobre todo me asombraba que tuviese algunos siglos. Su cabello negro caía sobre su rostro aniñado y sus manos se aferraban a mi cuerpo como si fuera su tabla de salvación. Sí, era su jodido bote salvavidas. Sin duda alguna.

Se llamaba Antoine. Poseía un rostro alargado, pero de proporciones perfectas. Sus labios eran carnosos y al sonreír parecían tener un encanto especial. El cabello caía más allá de sus hombros y constantemente lo echaba hacia atrás, como si no quisiera que su mayor poder quedara oculto. ¿Y cuál era? Su mirada. Como he dicho tenía los ojos azules muy penetrantes y te dejaban sin aliento. Cuando empezó a relatarme su historia comprendí todo. Primero el motivo que tenía para encontrar a Lestat y segundo su belleza. Lestat no creaba a vampiros que no tuviesen un encanto casi celestial. Había leído sobre Louis o Nicolas, seres extremadamente hermosos, y tenían ciertos rasgos comunes con Antoine. Quizás era un gusto peculiar por aquellos que viven en medio del dolor, el alcohol y el arte. Tal vez. Aunque no estaba seguro.

Un pianista. Tenía ante mí un músico de aspecto delicado, alma torturada y dolor en cada paso. Derrochaba unos modales que se habían perdido. Parecía distinguido y, por lo tanto, el polo opuesto a un chico que se movía como un gato entre los callejones más turbios. Sus largas y pobladas pestañas se me cautivaban. Era sin duda la obra de un genio. No llegaba a la veintena, del mismo modo que yo jamás alcancé esa gloriosa cifra, y eso le daba un aspecto aniñado tan puro que me enloquecía.

—Gracias por todo—llegó a decir tras calmarse.

Estábamos en un hotel, uno de tantos de Nueva York, donde me escondía de todo y nada. Era una habitación estrecha con un par de mesas minúsculas, una cama doble de sábanas sencillas, un pequeño sofá y una ventana de cortinas que olían a nicotina y sexo. Mi historia había sido sencilla pero trágica. Yo no sabía bien quien me había creado, pero sí que mi compañero había desaparecido del mapa. Extrañaba la compañía de otro y tenerlo a él era un alivio.

—¿Algún día tocarás para mí?—pregunté por preguntar. Deseaba saber como era su música. Sabía que podía ser especialmente tortuosa. Su alma había sufrido el calvario de la soledad, el peso de los siglos de vacío y decepciones. Sus ojos hablaban de lágrimas que eran imposibles de derramar y sus labios parecían temblar en un murmullo silenciado por propio deseo. Era hermoso y parecería un ángel, enviado a los infiernos, para calmar a este demonio despreciable.

—Sí, claro—sonrió. Su primera sonrisa frente a mí iluminó aquella simple y oscura habitación.

La luz de la lámpara cercana quedó pálida, igual que el reflejo del luminoso que penetraba hacia el pequeño salón. De improviso me vi atacando su boca. Y aunque parecía que me rechazaría, no lo hizo. Sus labios se abrieron y sus manos, de dedos finos y largos, se aferraron a mi chaqueta de cuero.

Pronto lo empujé contra el respaldo de aquel sillón. Era de piel barata, de esos que hacen ruido cuando te mueves sobre él. Parecía plástico, como esas bolsas para cádaveres, pero poco importaba. Deseaba arrebatarle su camisa celeste pálida y esos estrechos pantalones vaqueros. Él abrió sus piernas ofreciéndose como una buscona, quizás porque quería olvidar por completo todo lo que habíamos hablado. Se regalaba y yo aceptaba ese regalo encantado. Era como un niño en una mañana de Navidad. De seguro me había portado muy bien, pero que muy bien.

Sentí sus yemas frías en mis sienes, deslizándose hasta mis pómulos, para luego perderse por mi cuello. Su boca se aferraba ansiosa a la mía, su lengua era una daga aviesa y mi entrepierna crecía con sólo ese beso y esas escasas caricias. Comprendí el motivo principal por el cual Lestat le había transformado: sabía tocar melodías indecentes con tan sólo una mirada.

Me miraba de una forma que me caldeaba. Olvidé por completo la situación delicada en la cual nos habíamos conocido. Me perdí por completo en sus ojos y me fundí con mi instinto. Mis uñas, afiladas como garras, despedazaron su ropa mientras él jadeaba bajo y se contoneaba. Sí, sin duda parecía una chica de alterne. Entre su belleza poderosamente andrógina, su juventud conservada y ese nulo atisbo de barba me hacía sentir como estuviera entre las piernas de una mujer.

—Killer—dijo mi nombre, provocando el último chispazo que necesitaba para electrocutar todos mis sentidos.

Me aparté tirando de él, para echarlo al suelo, y me bajé la cremallera sin perder detalle de ese cuerpo esbelto, casi en los huesos, que le daba un aspecto ligeramente enfermizo. Sin embargo, era su constitución. No es que fuera un muerto de hambre por completo cuando encontró la ayuda de Lestat, sus valiosos regalos y extraña compañía. No. Simplemente era de esos hombres con cintura estrecha y suculentos pezones similares a los de una mujer. Tenía ante mí al plato perfecto para devorar cada noche.

Sus piernas se abrieron mientras sus manos se deslizaban por su torso, pellizcándose él mismo los pezones y rasguñándose el vientre, dándole un encanto de estrella porno. Mis pantalones estaban bajados, ya rozaba la hebilla de mi cinturón el suelo, cuando me arrodillé y se la clavé. No tuve piedad. Entré de una buena vez dentro de él como si fuera el cuello de una de mis víctimas y mi pene, algo grueso y ligeramente grande, penetrara con saña la vena con mayor cantidad de sangre. Gemí de placer y él gritó abriendo sus ojos del mismo modo que sus labios.

El movimiento era rudo, casi parecía una bestia salvaje. Sus largas piernas me atrapaban y su espalda se arqueaba. Pronto sentí sus manos aferradas de nuevo a las solapas de mi chaqueta. Mi mano derecha fue a su miembro, para masturbarlo con deseo, mientras que la izquierda sostenía su delicada cintura. Se retorcía peor que una serpiente o una lombriz de tierra. Se agitaba rápido, pero sin perder la elegancia. Era sutil y majestuoso. Jamás tuve un amante como él en mi cama, o en el suelo de un motel barato.

—Así, así... más... más... rompe mi cuerpo y libera mi alma. Saca de mi boca la mejor de las sinfonías—balbuceó con aquel erótico acento francés.

Según me informó era un noble francés, el cual tuvo que exiliarse de París en Louisiana debido a los acontecimientos que ocurrieron en el país. Quedó arruinado y sólo tenía la música como única liberación. Lestat apareció como un mecenas. Se enamoró de la melodía que surgían de sus dedos y yo, en ese momento, me enamoraba de la pecaminosa canción de sus alaridos de placer.

—Claro que sí, eres una zorra de primera—susurré hundiéndome en el lado derecho de su cuello—. Ahora entiendo porque las putas parisinas son las predilectas de todos—dije antes de morderle, sin llegar a drenar ni una gota de su sangre.

Yo era un chico criado en Texas. Delgado, corriente, con un carácter rebelde propio de la época que me había tocado vivir. No era del todo joven, pero sí más joven que Antoine. Sin embargo, yo tenía una pasión que desbordaba más allá del sexo. Él, al parecer, sólo mostraba pasión ante la música y los placeres más bajos. Sin duda, el típico niño bien que habría golpeado hasta la saciedad sólo por diversión.

Nuestros cuerpos se perlaron de sudor sanguinolento, tan típico en seres como nosotros, para luego sentir como un latigazo tiraba de mi vientre, y mis testículos, mientras mi pene latía con fuerza dentro de su estrecha entrada. Él apretaba con desesperación, me buscaba los labios pero no se los ofrecía y finalmente se dejó romper al estallar en lo más profundo de su ser. Sus ojos quedaron en blanco, entrecerrados, mientras su boca se abría casi desencajando su mandíbula. Era el vivo retrato del placer. No tardó en llegar al orgasmo junto a mí.

—Ha estado bien—susurré, entre jadeos, mientras me apartaba el pelo de la cara.

—Oui—su delicada sonrisa me desarmó.

Decidí entonces alejarme, casi trastabillando y cayendo con mis posaderas contra el frío suelo. Él me miraba como un amante satisfecho. Creo que buscaba esa conexión más allá de la carne y la entrega del momento. Se incorporó ligeramente y se aproximó a mí, prácticamente gateando, para robarme un beso tierno de mis labios. La risa nerviosa que escuché en mitad de esa habitación, casi en penumbra, me aterró.

—Quiero buscar a Lestat contigo... —dijo metiendo sus manos bajo mi empapada camiseta.

—Y yo tengo cosas que hacer. Es casi imposible encontrarlo, te lo he dicho—quería alejarme, pero algo me hacía permanecer a su lado. Creo que ese algo era el hechizo de esos ojos tristes, pues tenían una nueva luz. Quizás esperanza o tal vez un motivo por el cual sentirse dichoso.

—No existen los imposibles, Lestat me lo ha demostrado siempre—murmuró—. A todos—añadió.

No sé como demonios pasó, pero volví a besarlo perdiéndome en él. Sus delgados brazos me rodearon los hombros, sus manos acariciaron los cortos cabellos de mi nuca y sus caderas se movieron sutiles. Me provocaba. Me conquistaba. Aquella noche fui preso de sus garras y tocó parte de mi alma. Reconozco que hacía mucho que había endurecido mi corazón, pero él logró moldearlo a su antojo. Necesito volver con él. Quiero arrebatarlo de ese piano donde pasa las noches en compañía de esa mujer inmortal, tan hermosa como peligrosa, que le hace sentir el amor de la música en toda su expresión.


Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt