Digamos que entiendo a Killer y sus sentimientos hacia Davis. Me alegro que estén juntos.
Lestat de Lioncourt
Estaba sentado en el alfeizar de la
ventana, como si fuera una puta paloma, a varios kilómetros de Nueva
York. No podía creer lo que estaba escuchando. Era increíble que al
fin todo hubiese acabado con un comunicado lleno de orgullo y pasión
por parte de Lestat. Las Quemas habían acabado y el mundo parecía
en paz. La armonía volvía, por así decirlo, y era una jodida
suerte que ese imbécil hubiese hecho algo bueno por todos nosotros.
Se había sacrificado.
Escuchaba de fondo el murmullo de
aquella enorme avenida. Estaba seguro que había más de un vampiro
joven celebrándolo por las calles como si hubiésemos ganado algún
jodido premio. Me encogí sobre mí mismo agarrándome las piernas y
me eché a llorar. No podía dejar de creer que hubiese sido tan
cobarde. Dejé a Antoine a su suerte para que encontrara a ese
gilipollas, hablara con él y lo convenciera. Pudo haber muerto.
Sin embargo, empecé a escuchar de
fondo su violín. Estaba vivo. Todos parecían haber tenido las
pelotas de reunirse y hablarse tras tanto tiempo. Las fuerzas
oscuras, por llamalos de alguna jodida forma, se estaban dando la
mano para abordar problemas habituales. Incluso Lestat había dicho
que habría nuevas reglas y libros para que aprendiéramos a caminar
solos sin miedo a cagarla. Me reí a carcajadas mientras mis lágrimas
sanguinolentas descendían por mis mejillas. No sabía si era de
rabia, tristeza o emoción y aún no lo sé. Palabra.
Abrí la página de la radio mientras
seguía la misma por la aplicación. Comencé a ver fotografías de
la reunión de horas atrás. Quería ver a Antoine gozar de la
compañía de quien llamaba “amigo” y “padre”, pues Lestat
eso era. Pero entonces vi algo que me llamó la atención y acabó
encogiéndome el alma, arrugándola y rompiéndola a trizas. Davis
estaba allí bailando con un tipo de piel dorada, bastante alto y
fornido. De inmediato me bajé del alfeizar, sequé mis lagrimas y
agarré las pocas cosas que tenía.
En tres horas estaba aporreando como un
puto desquiciado la jodida puerta. Si tenía que echarla abajo la
echaría. Quería ver a quien siempre iba a amar, a quien creía
muerto, al que había llorado destrozado cada amanecer y del cual
sólo conservaba una vieja fotografía mil veces manoseada. Tenía
que abrazarme a quien amé tanto que lo transformé en lo que somos,
en lo que siempre seríamos, porque ese hijo de puta y yo éramos
como uña y carne.
Ahora escribo esto desde un hotel en
Illinois. Davis ha decidido pasar una temporada conmigo para volver a
unir lazos, pero aún así siento ganas de patear al cretino con el
que vivía. Siento que ese bastardo hijo de puta me hará sus
puñeteros dramas porque estamos juntos. Si bien, siendo
absolutamente sincero, me la suda muchísimo lo que ese cabrón pueda
hacer o decir. Yo sé que Davis siempre será el chico que conocí.
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