Lestat de Lioncourt
Hay una epidemia terrible en éste
mundo y no somos nosotros, aunque la padecemos constantemente. Es sin
duda la estupidez. La mentira nos envenena, nos creemos todo lo que
nos venden y aceptamos cualquier hecho como veraz si lo dice un
prestigioso medio de comunicación. El periodismo está vendido a las
grandes empresas, las mismas que controlan los bancos y partidos
políticos de toda índole. A lo largo y ancho del mundo ocurren
tragedias silenciadas, olvidadas a los pocos días y que se refugian
en guerras terribles. Somos estúpidos, porque olvidamos y no
sentimos el dolor en carne ajena, sólo en la propia como si la
discriminación fuese un pequeño juego.
Actualmente se está viendo la
incomprensión de los poderosos, esos que creen tener en su mano la
vida de todos, sin importarles nada. Miran hacia otro lado mientras
miles cruzan fronteras intentando un poco de esperanza. Ellos no son
los únicos. Los niños Sirios ahogados en la playa no son víctimas
aisladas. Hay miles de guerra por petroleo, poder o simplemente por
incomprensivas religiones que hablan de paz en sus libros sagrados,
los mismos que son olvidados mientras se les alecciona sobre un
paraíso lejano.
Hemos vivido fechas oscuras donde la
guerra dilapidó a los más jóvenes, aunque muchos quedamos en pie.
Los antiguos perdieron el juicio gracias al germen, como si fuese un
virus similar al alzheimer, convirtiéndolos en asesinos abnegados y
entregados a la causa, adoctrinados por una verdad cuasi divina que
les impedía pensar por sí mismos. Casi parece una metáfora de las
doctrinas religiosas que oprimen a los más jóvenes, que intentan
vulnerar la libertad y aplastar a quienes se interponen en su camino.
¿Cuántos niños tendrán que morir?
¿Cuántos ancianos deben llorar? ¿Cuántos soldados infantiles
tienen que quedar mutilados porque una mina estalla? Lo desconozco.
Muchos critican cómodamente desde el
sillón de sus casas, anclados a su silla tras el ordenador o en un
teléfono móvil viajando en el metro. Todos tienen la información
al alcance de la mano. La misma información que está provocando el
cierre de los puntos de venta habitual de prensa y librerías. Una
información sesgada, mucho más adulterada o edulcorada para las
víctimas de los prejuicios. El periodismo está al alcance de la
mano, cualquiera se cree periodista teniendo un blog en la red de
redes, y las opiniones, junto a las descalificaciones, se propagan
como un fuego incontrolable. La verdadera información, esa que haría
libres sus mentes torturadas por la hipocresía y la mentira, queda
sepultada y olvidada como los niños de la guerra. No importa el
nombre del país donde mueren millones, pasan hambre o carecen de
mantas. Nueva información los sacude, tragedias más lejanas de
países que ni sabemos colocar en el mapa, mientras nos centramos en
la información más banal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario