Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 27 de septiembre de 2015

Amor y comprensión

La relación de Benji y Armand se ha deteriorado un poco, pero al parecer sigue funcionando aunque sea en mitad de una guerra campal. 

Lestat de Lioncourt

El ruido era ensordecedor. Podía escuchar aquella máquina triturando con sus pequeñas hélices cualquier insecto, producto cosmético o miembro amputado de alguna víctima. Realmente no quería saber qué demonios estaba horneándose en aquella cocina de los horrores. Permanecí sentado en la escalera, con el rostro entre mis manos y la mirada pegada a la puerta cerrada. El pomo no se giraba. Hacía tiempo que no entraba en aquel lugar, tanto como mi mente creció y dejó de ver con estupefacción, y cierto brillo de ilusión, las perturbadoras creaciones de Armand.

Las pequeñas travesuras habían acabado, pero él seguía destinando parte de su tiempo en elaborar productos terribles. Indagaba la resistencia de los electrodomésticos, comprobaba si funcionaban las inservibles máquinas sólo vistas en televisión y daba a probar sus mejunjes a los pobres incautos que terminaban presos de su rostro aniñado, estrecha cintura y apariencia angelical.

Discutía con él a todas horas, cada segundo que pasaba en la vivienda era una nueva discusión si tenía un encontronazo casual y podía ver en sus ojos cierta decepción. Yo le decepcionaba, cuando el decepcionante era él. No evolucionaba. Veía todo como si fuese un niño el día de Navidad. Tenía que despertar, madurar, cambiar y proyectarse hacia un nuevo camino. Sin embargo, sus acciones acumulaban prodigiosos beneficios, sabía crear empresas y manipular a sus inversores convirtiéndose en un emprendedor. Yo jamás llegaría a tener tan buenas inversiones y ventas. Si bien, él desperdiciaba su talento en aquella reducida cocina.

Tras varias horas decidió salir. Cuando lo hizo tenía las ropas manchadas de sangre, olía a especias, pinturas y restos humanos. Pude ver en sus manos un pequeño paño empapado en tejido y cabellos que le servía para limpiarse a duras penas. Sus ojos almendrados de destellos dorados, tan hermosos, me miraron cansados y febriles.

—¿Qué has hecho?—pregunté en un tono ligeramente molesto.

—Si quisiera saberlo, Benjamín, habrías entrado—respondió.

—Me iré de ésta casa muy pronto—anuncié.

Aquello fue terrible. Su expresión fue de horror. El trapo cayó al suelo y salió corriendo hacia su habitación. Esa reacción, típica de un adolescente, me molestaba y preocupaba. No fui tras él de inmediato, pero acabé por arrastrar los pies hasta su habitación.

No estaba allí. Los hermosos frescos no estaban siendo contemplados, con la vista perdida, por quien fue todo para mí. Él estaba en el baño. Se escuchaba perfectamente el agua correr. Decidí girar el pomo de su aseo personal, entré y lo vi desnudo dejando que el agua limpiara las salpicaduras de sangre de su víctima, pero también sus lágrimas. Abrí la boca, pero no pronuncié palabra alguna.

—Vete, como todos—dijo apretando los puños—. ¡Vete, pero no regreses! ¡Vete donde no te escuche ni te vea!

Di un par de pasos titubeantes hasta la ducha, para luego meterme con él allí mismo. Él estaba vestido, yo también. Ambos nos empapábamos. Su frágil, pero esbelta, figura se dejó estrechar entre mis brazos algo más pequeños. Éramos casi de la misma estatura. Yo parecía todo un hombre, sobre todo con ese sombrero de ala ancha negro. Él no. Él parecía un niño perdido y enloquecido, el cual deseaba llamar poderosamente la atención de todos. En ese momento comprendí que Armand sólo quería llamar la atención de otros, sobre todo la mía y la del amo. Marius no solía acceder a conversar con él y únicamente lo hacía con Antoine o Sybelle. Ambos músicos calmaban su dolor, pero no lo aplacaban del todo.

—Me quedaré—susurré acariciando su rostro con la punta de los dedos de ambas manos.

—No quieres quedarte—dijo en tono amargo.

—Sólo si me permites comprenderte... Todavía no lo hago, Dybbuk.

Aquel apodo sonó extraño, como si fuese la primera vez que lo decía. Pero, por supuesto, no lo era. No fue forzado, aunque lo había olvidado. Era como si al fin recordara quién me había salvado, quién había puesto en mis manos grandes y fabulosos planes que nunca se dieron y quién, con todo su amor, me llenaba de besos antes de dormir.


Me sentí miserable, pero no dije nada. 

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt