Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 24 de septiembre de 2015

Libertad

Mi madre fue libre al fin. Creo que no lo había sido desde que se casó con mi padre. Si bien, decidió quedarse conmigo porque se sintió obligada por mis actos imprudentes.


Lestat de Lioncourt


Tan sólo habían pasado unas horas. La tierra la aceptaba como si fuese una manta agradable, acariciando su rostro y ensuciando sus ropas. No quedaba nada de aquella mujer obligada a ser sofisticada y sumisa. Ella se había convertido en un ser libre, como las aves que contemplaba desde la mazmorra que era aquel viejo castillo. Sus manos, agrietadas por el paso del tiempo, habían rejuvenecido y su cuerpo tomaba al fin la forma femenina que siempre había tenido.

Bajo aquella capa de tierra removida, bien acomodada y húmeda, se hallaba un corazón salvaje. Deseaba alcanzar nuevos mundos, viajar como cuando era una niña y tocar las estrellas con la punta de los dedos. Quería reproducir su infancia feliz, ajena a la condena de los años que vinieron como pedradas terribles, y también la juventud que no disfrutó. Había dejado marchitar su espíritu por más de veinte años, pero allí había renacido como una amapola en mitad del otoño.

Estaba a punto de gritar, pero la boca se le llenaría de tierra. Era demasiado feliz, pero esa felicidad también le provocaba pánico. No podía creer que al fin tendría el poder de decidir por sí misma, sin necesidad de verse condenada a un lisiado que nunca la amó y siempre le reprochó la muerte de sus hijos. Tantos partos, tantos golpes, tanta muerte y tantas lágrimas. La humedad ya no afectaba a sus huesos, sino que era un dulce beso para su frente revuelta.

En su cerebro bullían miles de recuerdos. El rostro de todos sus hijos, desde los vivos hasta los muertos, se manifestaron hasta llegar al de Lestat. Ella siempre supo que él era especial. Era el séptimo hijo, el último de una hilera de tumbas y desprecio. Era el más parecido a ella, tanto físicamente como intelectualmente. Había sido el único motivo por el cual fue mínimamente feliz, pese a su estricto modo de educarlo. No deseaba que se hiciese vagas ilusiones sobre el mundo, pues sabía lo que era llorar por decepciones y sueños rotos.


Aquel amanecer fue glorioso, aunque no pudo escuchar el canto de las aves. Quedó agotada, como si una terrible fiebre impidiera que moviera sus brazos. El día se convirtió en noche, su noche, mientras dejaba que sus sueños germinaran recordando quien era. Volvía a ser esclava de sí misma. Nadie le diría dónde ir. Era como el viento entre las ramas. Si quería podía desaparecer a la noche siguiente, pero temió por Lestat. Debía quedarse con él hasta que lo viese fuerte para correr por el mundo a solas, igual que ella se dispondría a hacer una vez se despidiera del que siempre, por mucho que le costara a su hijo, sería su pequeño.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt