Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 7 de octubre de 2015

Ella mi Afrodita

Contemplaba su figura imaginando las curvas que había bajo su ropa holgada, sucia y ajada por el paso del tiempo y sus dichosas aventuras. Acababa de soltar su cabello, provocando mayores ondas en cada mechón ya de por sí rizado, y parecía un manto de gruesos hilos de trigo dorado. Tenía las mejillas ligeramente sonrojadas y los ojos parecían llenos de vida, una vida que yo le había ofrecido hacía demasiado tiempo. Parecía una jovencita, sin arrugas algunas y sin demasiado sufrimiento acumulado. Había tenido una buena vida desde que nos alejamos el uno del otro. Una vida completa y salvaje; la vida de una mujer hecha así misma, sin importarle nada más que viajar en contra de la corriente.

Estaba de pie frente a mí, como si fuese una visión, en mitad de aquella sala repleta de amigos y desconocidos que me adulaban. Todos decían amarme. Ella ya me había advertido que algunos confundían la admiración con amor real, el respeto con cariño y la pasión con euforia al conocer a su dichoso héroe de entre los vampiros. Si bien, sabía que algunos allí me apreciaban por mí mismo y no por el cargo, aventuras o circunstancias que me rodeaban.

Noté que bajo su blusa, sucia y descuidada, no había sujetador alguno. Sus pechos turgentes, tan firmes como los de una quinceañera, se mostraban apetecibles. Quise estirar mis manos, abrir los pocos botones que tenía, y apretar éstos entre mis dedos. Su estrecha cintura realzaba sus caderas ligeramente amplias, sus nalgas prietas y sus piernas torneadas. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral al recordar aquel día en el cual, ella y yo, corrimos por París convirtiéndonos en hijos de la oscuridad y el hurto. Vino a mí la imagen de sus eróticos tobillos y sus piernas ágiles.

Nuestros ojos se cruzaron durante unos instantes, tan breves como la caída de una estrella fugaz. Me sentí incómodo, algo abochornado y confuso cuando ella se percató de mis observaciones. Volvía a desearla como algo más que una madre, y por ello huí. Sabía la respuesta que a veces me ofrecía y, precisamente esa noche, no estaba dispuesto a ser rechazado por ella.

Salí al balcón y salté al jardín. Entre rosales coloridos, igual que las plumas de un pavo real, y diversas flores cuyo nombre desconocía, aunque siempre llevaba conmigo sus aromas, sentí paz. Quería alejar mis pensamientos, pero ella decidió no alejarse de mí. Me siguió por el sendero, podía sentirla y escuchar su corazón bombeando a la par que el mío. Al girarme la vi allí, con la camisa abierta y una sonrisa erótica en sus labios.

Os prometo que jamás vi una criatura más tentadora que ella, ni siquiera la propia Afrodita hubiese tenido ese magnetismo y poder sobre los hombres, y sin duda lo sabía. Conocía mis debilidades y mis deseos, pues estábamos conectados por algo más que la sangre.

De inmediato me abalancé sobre ella, despojándola de la camisa y llevando su pezón derecho a mi boca. Decidí beber un par de gotas de sangre, al perforar su pecho con mis dientes, y cuando me aparté, ligeramente satisfecho, ella se giró y se marchó por donde vino. No la perseguí, como Apolo a Dafne, porque sabía que no era el momento. Cuando ella lo quisiera vendría a mí, me buscaría y dejaría que yaciéramos hasta el amanecer.



Lestat de Lioncourt

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt