Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 20 de octubre de 2015

Maestro de maestros

—¿Qué has aprendido?—preguntó sentándose a mi lado.

Llevaba horas en el jardín contemplando las estrellas. Aquí, en mi viejo castillo, parecía estar en el fin del mundo. Un mundo que se reducía a unos cuantos libros que retrataban la realidad que habíamos vivido, que yo había querido contar, y que ahora pertenecía a una Tribu tan inmensa como las estrellas.

—¿A qué te refieres?—respondí girándome hacia él.

Él estaba allí con su túnica borgoña y sus viejas sandalias. Había dejado atrás la pose de hombre de negocios, los pantalones y chaquetas, porque se sentía cómodo en sus viejas vestimentas. Sus cabellos dorados, tan similares a los míos, caían sobre sus hombros. Tenía la frente ligeramente fruncida y esperaba una respuesta más coherente, más de su agrado.

—A tu vida, a tus proezas, a las caídas en desgracia y tropiezos que has tenido a lo largo de los siglos—dijo inclinándose suavemente hacia mí.

—Que no importa lo que digan o digas, lo importante es salir airoso y con la lección aprendida—contesté.

Acomodé mi levita abotonando cada botón. Era aquella que tanto amaba, con sus botones de musas. Una prenda especial para mí, casi tanto como la levita para Marius. Si bien, tenía la extraña sensación que no me la había puesto en siglos, pero sólo hacía algo menos de una década. Él me observaba. Miraba mis largos dedos jugueteando con los botones, como si fueran las patas de una raña, mientras yo esperaba que me respondiera con aspereza o escasa templanza.

—Pues siempre pareces no aprender nada ni apreciar el esfuerzo del resto para sobrevivir—respondió.

Me carcajeé. No pude hacer otra cosa que carcajearme. Recordé cuántas veces había aprendido por mí mismo, salido airoso por pura suerte o simplemente porque David me había ayudado. Él me miró desconcertado.

—Aprecio el nulo apoyo que he tenido a lo largo de los siglos, salvo dos excepciones—dije mirándole a los ojos—. David y Mojo.

Aquello le enfureció, pero a mí me divertía. Sabía que él me había salvado una vez en el Cairo, cuando me enterré en las arenas. Allí debía estar aún el epitafio que dejé al alma de Nicolas, aunque podía haberlo borrado el paso del tiempo como tantas otras cosas.

—¡No seas insolente!—gritó furioso.

Podía ver la ira reflejada en sus ojos, pero eso no me detuvo.

—No soy insolente, Marius. Te estoy diciendo la verdad—comenté incorporándome para dar un par de pasos por el jardín.

—No es cierto—gruñó.

—Sólo me tomáis en serio ahora, pero siempre me veis como un idiota—me giré suavemente hacia él y sonreí—. Tú no eres tan distinto a los demás. Todos parecéis ser perfectos y yo soy imperfecto. Sin embargo, yo soy perfecto con todos mis terribles defectos. He aceptado mis debilidades y las he fortificado. Mis caídas, mis derrotas, mis lágrimas, mis mentiras y mi sufrimiento han tenido respuesta.

—Yo te quiero, Lestat—dijo sin moverse de aquel banco de piedra.


—Lo sé. Yo también te quiero, Marius—respondí—. Pero acepta ésta verdad, por favor.


Lestat de Lioncourt   

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