Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 20 de octubre de 2015

Te alcancé bajo la lluvia

No estaba solo, pero hacía horas que Amel no parloteaba. Extrañaba su voz seduciéndome para hablar de cualquier tema. Quería que hiciera girar el mundo mientras me hablaba de tiempos que ya habían muerto. Deseaba más de nuestras conversaciones, pero siempre se apagaban cuando más lo disfrutaba. Él me hablaba de las primeras noches de mis días, así como las suyas. Conversar eternamente con él estaba siendo delicioso.

Con él recordaba los hermosos días en los cuales brincaba en mitad del teatro, abriendo mis brazos y disfrutando de la vida como si fuese a morir al día siguiente. Los aplausos, los murmullos y los vitoreos. Extrañaba esos deliciosos momentos en los cuales yo era el rey de mundo, aunque fuese de uno pequeño y miserable. Apenas tenía nada que llevarme a la boca, pero él me recordaba vital del mismo modo que lo recordaba Magnus. Él me ayudaba a recordar incluso los extraños encantos de Nicolas, su cuerpo retorciéndose mientras los gemidos del violín se alzaba hasta el techo.

Noches atrás habíamos hablado de mi madre. Ella había aparecido en la puerta del castillo, montada en un caballo sin montura. Sus cabellos estaban sueltos y revueltos, sus pechos turgentes se podían vislumbrar bajo su fina camisa de algodón blanco, y sus pantalones estaban manchados. Las botas de montura, las cuales parecían haber tenido un uso excesivo, no eran de su talla. Parecía una chiquilla perdida entrando en la boca del lobo. Había decidido quedarse por los alrededores, pero se negaba a entrar en mi fortaleza. Eran demasiado fuertes los recuerdos como para asumirlos.

—Búscala—dijo de improvisto Amel—. Búscala, te está esperando. Desea verte—murmuró parándose en cada palabra con un encanto distinto, pero igual de seductor que siempre—. Hazlo, pues lo deseas.

—Sí, lo deseo—estaba de pie en la capilla de mi castillo. Observaba las hermosas vidrieras mientras se iluminaban con los numerosos relámpagos.

Fuera la lluvia era torrencial. El castillo parecía derruirse piedra a piedra. La humedad era terrible. Mis ojos se cerraron un instante olfateando la tierra mojada y disfrutando del momento como cuando era niño. Entonces, como si Amel me poseyera aunque era mi instinto, salí corriendo por las escaleras hasta el pasillo principal, huí hasta mi habitación y perforé mi piel con las inyecciones de Seth. No tomé sólo una, sino varias. Guardé algunas en mi levita roja, con esos hermosos botones dorados, para salir a su encuentro lanzándome desde la ventana.

Caí en mitad de mi jardín, entre las hermosas rosas cargadas de espinas, elegantes hortensias, vivos claveles y diversas amapolas que había logrado plantar aunque eran flores que nacían en libertad. El aroma era delicioso y aumentado por las lluvias, que las salpicaba y expandía su aroma con las sutiles ráfagas de aire. Mis cabellos rápidamente se empaparon, como mi ropa, y mis botas quedaron cubiertas de lodo. No dudé en echar a correr precipitadamente hasta el interior del bosque.

Entre castaños, robles y cedros se encontraba ella. Estaba allí de pie con los brazos abiertos, disfrutando de la lluvia. Giraba suavemente sobre sí misma, dejando que sus cabellos se lavaran con cada gota, y su rostro parecía encendido. Había bebido sangre hacía menos de una hora. Su cuerpo se dibujaba fácilmente bajo sus ropas empapadas. Tenía los pezones rozados duros y levantaba ligeramente una arruga en su camisa. Cantaba bajo, pero al descubrirme paró. En ese momento, tan especial, me miró ligeramente preocupada al saberse presa fácil.

Corrí hacia ella, como cuando era un niño y quería su protección. Sentía frío, pero ella me calentaba. Hacía que ardiera de una forma extraña. No era sólo el delicioso veneno de testosterona que cabalgaba por mis venas, sino la belleza libre y poderosa que poseía. Quiso apartarse, pero quedó acorralada contra el grueso tronco de un roble retorcido. Y, aunque deseó impedirlo, clavé en ella un par de agujas.

—¿Recuerdas cuando querías ser agasajada por aquel grupo de borrachos de la taberna?—pregunté cerca de sus labios—. Hoy lo haré yo, haré que gimas como tanto deseabas.

Sus ojos parecían llenos de deseo y necesidad, lo cual pude comprobar al notar su mano derecha sobre mi bragueta. Percibí sus dedos apretar mi miembro endurecido. Sus labios se abrieron mientras su cabeza se echaba hacia atrás, contra el tronco, mientras mis manos abrían a la fuerza, rompiendo cada botón, su camisa. Sus pechos temblaron contra mi chaqueta y mis dedos pellizcaron ambos pezones. Pude notar el cierre bajarse, su mano introducirse entre mi ropa interior y como ésta sacó mi pene.

En segundos estaba arrodillada lamiendo mi glande con una mirada seductora. Sus labios apretaban ligeramente la punta, acariciaban el meatro con la punta de la lengua y me acariciaba perversa los testículos. La lluvia seguía cayendo con fuerza, aunque los relámpagos ya no se daban. Sus caricias eran dulce locura. Comenzó a devorarme engullendo todo mi porte, para luego dejar suaves besos sobre la base de éste. La lengua dibujaba sinuosos caminos. Mis manos desabrochaban mi pantalón y lo tiraba hasta mis tobillos, para luego arrancarme la chaqueta y camisa. Cuando estuve desnudo, mientras ella seguía enredada con aquel juego de lujuria, placer y seducción, decidí agarrarla de su alborotado pelo húmedo y la ayudé a engullir todo mi sexo.

Si bien, me cansé de ese momento tan especial. Me obligué a mí mismo a disfrutar de otro modo y hacerla gozar como ningún hombre sabía hacerlo. La levanté de entre la hojarasca, la desnudé rompiendo el resto de su ropa, y la coloqué de espaldas a mí. No dudé en abrir sus piernas y penetrarla. Su vagina era cálida y húmeda, podía notar lo estrecha que se encontraba, y lo deliciosa que podía llegar a ser. Dejé de pensar que era mi madre, pues para mí era mi compañera. Ella me amaba como nadie podía amarme y yo la amaba, codiciaba y necesitaba como nadie lo haría.

Cada estocada era fuerte y terrible. Mis manos acariciaban sus costados, apretaban sus pechos y mordía su nuca. Sus piernas temblaron y las mías cada vez eran más firmes. El agua no dejaba de caer mezclándose con nuestro sudor sanguinolento. Podía escuchar los lobos aullar a lo lejos, así como escuchar los pasos de animales pequeños a nuestro alrededor. Las aves nocturnas parecían refugiarse en árboles cercanos, como si nosotros no importáramos, mientras sus gemidos eran cada vez más fuertes. Nos habíamos rendido a la lujuria.

Su cintura, tan pequeña, era deliciosa. No dudé en aferrarme a sus caderas ligeramente anchas, mientras sus manos se clavaban en el tronco del árbol. Mi cuerpo cubría parte de su figura, mi torso golpeaba su espalda y podía hundir mi rostro en su cuello besándola lentamente. Confieso que nunca había disfrutado tanto del sexo como aquella noche.

Cuando acabé, dentro de ella y con un delicioso rugido, ella ya lo había hecho. Decidió apartarse con las piernas temblorosas, me miró con deseo y rabia a la vez. Me subí a duras penas los pantalones mientras reía satisfecho. Quería marcharse, pero yo era un cazador adicto a ella. Acabé por acapararla y llevarla al castillo entre mis brazos. La mañana iba a alcanzarnos, pero el cielo seguía oscuro y terrible. Los rayos volvieron, el murmullo grotesco del trueno agitaba el silencio insólito de la noche, y la lluvia no cesaba.

Aquella mañana se durmió temblando entre mis brazos, en mi lecho, mientras disfrutaba de lo prohibido. Había logrado el castillo de mi padre, su título y su mujer. Era el Príncipe de los Vampiros y el Edipo más terrible.


Lestat de Lioncourt 


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Lestat de Lioncourt