Lestat de Lioncourt
Estoy condenado a ti, atado a la locura
más terrible. Estaba harto de esconderme entre las sombras,
abrasando la tristeza y dejando que mi alma se llenara de rencor.
Temía abrir mis brazos y alcanzar la felicidad. Creí que no me
merecía ser feliz. Me hundí en la botella y después en mis
supercherías dignas de la educación católica que me ofrecieron. No
quería doblegarme a tu orgullo, ego y belleza. Parecías tan seguro,
pero a la vez eras solitario y pura sensibilidad. Mi corazón cayó
en tus manos, las de un monstruo que creía cruel y déspota,
convirtiéndose en tu tesoro. Por mi parte, el tuyo, quedó entre las
mías y lo observé con miedo.
Tuve miedo a ser yo mismo. Quería
sentir la oscuridad, miseria y las lágrimas porque creía que era lo
que me merecía. Por eso mismo, ahora que sé la verdad absoluta de
tu alma, quiero quedar hundido entre tus brazos y perderme en tu
pecho completamente condenado a ti, mezclado con tus sueños y
motivaciones. Deseo ser el amor que mueva tu corazón, haciéndolo
latir, porque quiero ser el amor de tu vida.
He vencido al miedo dejando atrás, en
cada hueso de mi cuerpo y cada trozo de mi alma, harapos de mis
pesadillas. Quiero que me cuentes tus secretos, del mismo modo que
quiero contarte los míos. No pretendo ser bondadoso, porque he
aprendido contigo que somos monstruos perfectos, armas eternas y puro
encanto. Seamos un libro abierto el uno para el otro, dejemos que
todo se narre por sí solo.
No quiero paz, deseo guerra. Una guerra
de caricias, besos y miradas que desnudan. Se mi Dios. Conviértete
en el santo que tanto deseabas ser. Rezaré por ti, por mí y por el
futuro que nos depara nuestra vida llena de pecados. Mis penas, mi
dolor, mi felicidad y mis sueños serán tuyos del mismo modo que los
tuyos serán míos. Ya no dudaré más de ti ni de mí.
Volveremos a caminar el uno junto al
otro bajo la luna de cualquier ciudad.
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